PEPITO
Jugué hasta que cayó el sol. Estaba completamente
transpirado. Los mofletes rojos, el cabello en la cara, el pulóver arremangado
y un cordón de la zapatilla suelto eran la muestra de la tarde aprovechada al
máximo. Pasé por el bebedero y luego me senté en el banco de la plaza. Estiré
las piernas. Ya todos se habían ido para sus casas. El cielo me relajaba con
ese manto ya sin brillo pero con algo de caricia apaciguadora. Cerré los ojos.
Mi padre me miraba desde lejos, sentado en la reposera de mi memoria. Mi madre
revolvía la cocoa y abría el paquete de vainillas. El almanaque se apuraba para
llegar a la primavera. La bicicleta extrañaba que no la llevara a dar una
vuelta. Volví a abrir los ojos. Con los dedos de la mano conté lo que me había
faltado hacer… correr con zancos, saltar la burra, izar el barrilete, empujar
la lanchita en el piletón, y ésto y aquello y la ansiedad revoloteando porque
no pude realizar todo, como si mañana no hubier tiempo, o el otro domingo o un
día cualquiera de septiembre…y fui cayendo en un sopor que no sabía si era
cansancio o huída, una entrada fugaz al parque de diversiones de la vida, a la
vuelta al mundo que te hace ver a lo lejos con otras dimensiones, otro momento,
otra edad…
La voz llegó desde abajo…..Papá…Papá… soy Pepito… ¿te
estás durmiendo?...vamos, dale, que
tenemos que seguir esta noche en el cine con mamá, no te olvides que hoy es el
día del niño…
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