Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Orlando Van Bredam nació el
23 de agosto de 1952 en Villa San Marcial, provincia de Entre Ríos, la
Argentina, y reside desde 1975 en la ciudad de El Colorado, provincia de
Formosa. Es Profesor en Castellano, Literatura y Latín y Licenciado en Gestión
Educativa por la Universidad Nacional de Formosa, así como Magister en la
Enseñanza de la Lengua y la Literatura por la Universidad Nacional de Rosario.Es
profesor titular de Teoría y Crítica Literaria y Literatura Iberoamericana en
la Facultad de Humanidades de la UNaF.Ha participado en numerosos congresos,
jornadas, paneles, seminarios y mesas redondas de carácter artístico o
cultural. Su quehacer en distintos géneros ha sido difundido en revistas y
diarios, en soporte gráfico y digital, de su país y del extranjero. Ha obtenido
no menos de doce primeros premios y otras distinciones. Se ha desempeñado como
jurado en múltiples ocasiones, en varias provincias argentinas. Textos
narrativos y poéticos de su autoría han sido traducidos al francés, al
flamenco, al portugués y al alemán. Entre otras, ha sido incluido en las
antologías de narrativa breve “La otra
realidad. Cuentistas de todos los rincones del país” (selección y prólogo
de Mempo Giardinelli, 1994), “El límite
de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo”
(Palencia, España, 2007), “El mundo de
papel” (microficciones infantiles, selección de Mónica Cazón, 2014);
también, por ejemplo, ha sido incluido en las antologías de poesía “El soneto hispanoamericano” (1984) y “Patria de luz” (2000), y en el volumen ensayístico “Homero Manzi, poesía nacional en vigencia”
(de Eulogio Ireneo Argüello, 2008). De sus obras, mencionamos las novelas “Colgado de los tobillos” (2001), “Nada bueno bajo el sol” (2003), “Teoría del desamparo” (Editorial Emecé,
2007), “La música en que flotamos”
(finalista del Premio Clarín Alfaguara 2007, editada en la provincia de Chaco
en 2009), “Rincón Bomba, lectura de una
matanza” (2009), “Mientras el mundo
se achica” (2014), los libros de cuentos“Fabulaciones”
(1989), “Simulacros” (1991), “La vida te cambia los planes” (minificciones,
1994), “Las armas que carga el diablo”
(minificciones, 1996),“Música de
entonces” (2004), “Las tumbas aéreas”
(2012), “La mujer sin ombligo”
(2015) y los poemarios“La hoguera
inefable” (1981), “Los cielos
diferentes”(Premio “Fray Mocho” del Gobierno de Entre Ríos, 1983), “Asombros y condenas” (Primer Premio del
Concurso “Rosalina Fernández de Peirotén” de la Asociación Santafesina de
Escritores, 1987), “De mi legajo” (Primer
Premio Nacional de Poesía “Homenaje a José Pedroni”, 1999), “Clausurado por nostalgia” (2004), “Lista de espera” (2010), “Migración de tristezas” (2010). En 2015
apareció su antología personal de narrativa “No
mirés nunca debajo de mi cama”.
1 — Como
diría el poeta Hilario Ascasubi (1807-1875): ¿principiamos?
OVB — Y…, este
paquete de genes nació en el invierno de 1952, exactamente a las ocho de la
noche del 23 de agosto, hacía frío, muchísimo frío dice mi madre, tanto frío que,
si mi abuela materna no me abrigaba con su cuerpo y me daba calor humano, no
hubiera existido más que unas pocas horas. Nací en un pueblo, Villa San
Marcial, que por aquel entonces no tenía más de doscientas almas, un pequeño
lugar incestuoso porque todos eran parientes, pero seguían reproduciéndose con
euforia. De ahí vengo, del patio de la casa de esa abuela donde sólo había una
mora, latas y botellas vacías que mi imaginación de niño pobre convertía en
soldados y trenes. Mi padre era un comerciante empecinado, siempre le iba mal,
entonces cambiaba de pueblo y de rubro. En 1956 nos fuimos a vivir a Basavilbaso
y en 1960 a Concepción del Uruguay, como sabés, otras localidades de la provincia
de Entre Ríos, lo que me permitió hacer primero el secundario y después el
profesorado en castellano, literatura y latín.
Mi amor por la escritura se despertó una tarde
en que leí, en una traducción española llena de arcaísmos, “La isla del tesoro” de Robert Stevenson. Tenía nueve años y en
secreto, decidí ser escritor hasta que me descubrieran. Fue mi madre la que me
descubrió. Un día, después de escribir un cuento, abandoné el cuaderno en el
comedor y me fui a jugar al fútbol en el potrero de al lado de mi casa. Mi
madre leyó el cuento y lo recordó toda su vida; yo no. Dice que era la historia
de un payaso de circo que estaba perdidamente enamorado de una trapecista, un
amor imposible. Es probable que yo estuviera enamorado de la maestra o de alguna
compañerita lejana. En fin, siempre ha sido así en mi vida, no sólo en la
infancia.
En la adolescencia me olvidé, seguramente
porque había sido descubierto, de aquella tentativa escritural; la recuperé
recién a los veintidós años, cuando después de recibirme de profesor me vine a
vivir a El Colorado. Aquí, lejos de todas las comodidades de mi casa paterna,
reinicié la conversación con“el hombre
que siempre va conmigo”,como dijo Antonio Machado; aquí se dio el silencio
y la soledad propicia para que la poesía se presentara desnuda y deseable en mi
piecita de soltero. Entonces no dudé, la música de Albinoni, de Mozart, de
Piazzola, de Serrat y los poemarios de Luis Alberto Ruiz, Juanele Ortiz, Manuel
Castilla, Ricardo Molinari, Carlos Mastronardi, Alfredo Veiravé, Miguel
Hernández, Oliverio Girondo y siempre, siempre Neruda crearon el clima para que
ella, la inefable poesía, quisiera estar conmigo, acostarse sobre la página en
blanco y permitir que una vieja Remington la besara desde los pies hasta la
frente.
2 — ¿Y
la narrativa?
OVB — En
1989 apareció el cuento, género con el que yo había iniciado mis desvelos y
poco después las minificciones que reuní en dos libros hoy inhallables. La
novela fue siempre una presa mayor, un objetivo de alta cacería. Después de
varias novelas no concluidas por dispersión de la trama o por puro aburrimiento
del autor, en 2000 escribí la nouvelle “Colgado
de los tobillos, la historia del Gauchito Gil” que publiqué por mi cuenta
en 2001. Este texto me gratifica, tanto por sus múltiples ediciones como por
ser uno de los pocos que siempre releo y nunca me decepciona. En 2007 toqué el
cielo con mis palabras, cuando un jurado integrado por Abelardo Castillo,
Andrés Rivera y Vlady Kociancich me otorgó el Premio Emecé por mi novela “Teoría del desamparo”. Ese mismo año, “La música en que flotamos”, una novela
invadida por mi nostalgia setentista, fue finalista del Premio Clarín Alfaguara
y lo que es más importante: me había leído mi admirado José Saramago, ese
descomunal pensador. No me dio el premio, pero no importa. O tal vez sí,
importa.
3 — Importa.
OVB — Tengo
hoy sesenta y tres años, estoy lleno de proyectos y de dudas, reviso todo el
tiempo mis propias ideas sobre la vida, la política y la literatura, amo el
relativismo de nuestra aporreada posmodernidad, no creo en dogmas ni en
preceptivas, considero que un escritor puede acatar todas las leyes, pero en su
corazón o en su inconsciente es un francotirador, un anarquista decepcionado
con el mundo que con su escritura trata de repararlo o al menos, de embellecer
el horror. En mi caso, ya no trato de reparar nada, sólo estoy convencido de la
necesidad casi fisiológica de escribir como cuando nos despertamos en medio de
la noche para ir al baño. La escritura en mi caso, es hija de una necesidad
incomprendida. Nunca viví de ella y no está en mi naturaleza que así sea. No
obstante, soy muy feliz cuando la gente compra y lee mis libros porque sin el
público no hay escritor ni escritura posible.
4 — Así
que el correntino Antonio Mamerto Gil Núñez, en tanto Gauchito Gil, te afirmó
como narrador de largo (o mediano) aliento. Y no mucho después, una matanza acontecida
unos treinta años antes de nuestra última dictadura cívico-militar, en lo que
se denominaba Territorio Nacional de Formosa, te promueve la concepción de una
novela con una estructura peculiar.
OVB —Desde 1992,
en que entré accidentalmente en contacto con el universo mítico de Antonio
Mamerto Gil, el gauchito correntino, injustamente asesinado por quienes se
decían representar la ley de entonces, he seguido de cerca este fenómeno de
evidente devoción religiosa con mucha curiosidad y asombro. He visto a lo largo
de estos veinticuatro años no sólo el acelerado crecimiento de simpatizantes
sino también los cambios en los pedidos de favores que se le hacen.Cuando
todavía esta forma de religiosidad popular no estaba tan expandida, era posible
ir al santuario de Mercedes un 8 de enero y asistir con comodidad a esa gran
fiesta pagana donde los rezos, los intercambios de objetos, las velas y cintas
rojas, los agradecimientos cargados de emotividad se mezclaban con la música,
el baile y el reencuentro con amigos. Hoy, en cambio, desde hace ya dos lustros,
son miles y miles de personas que esperan pacientemente bajo temperaturas que
rondan los cuarenta grados o bajo la lluvia, el momento de acariciar la cruz
del santo y rendirle después, como se hizo siempre, una liturgia personal,
íntima, un rito que sólo conoce el que lo lleva a cabo. Es la misma devoción
multiplicada por cientos de miles y muchísimos más si agregamos todos los
santuarios repartidos por todo el país y también más allá de nuestras
fronteras.
¿Qué lectura podríamos hacer de esta
autoconvocatoria masiva, espontánea, para agradecer a un santo, sin que haya
detrás un dogma, una religión instituida como tal o un predicador? ¿A qué
necesidades espirituales no satisfechas por los viejos sistemas de creencia
responde el Gauchito Gil? Dejo estos interrogantes, pero apunto una última
observación: al gauchito se le piden “favores” como a un amigo cercano y no
“milagros”, se le va a agradecer por lo dado, más que a implorar. Tal vez aquí
se encuentre en parte la explicación de este hecho absolutamente visible que
atraviesa a todas las clases sociales y a todas las edades.
En el caso de la masacre de “Rincón Bomba”
ocurrida en 1947, cuando un escuadrón de gendarmería rodeó a un grupo de
ochocientos pilagás, hombres, mujeres, niños y viejos desarmados, famélicos y
enfermos y decidió exterminarlos para permitir que el caudillo salteño Patrón
Costas se quedara con sus tierras, vuelve a aparecer el crimen de los inocentes
como ocurrió con Antonio Gil y eso, en mi caso, produce un estado de ánimo
especial que desemboca al cabo de algún tiempo en la escritura, mi único territorio de justicia posible. Son
historias que me han marcado no sólo como narrador, sino como sujeto que mira
con mucha indignación los estragos del poder y construye una idea cada vez más
escéptica respecto del destino de la humanidad. Muchas veces pienso que no
somos más que un puñado de mamíferos desesperados sin ninguna grandeza.
5 — Has
realizado cursos de posgrado con un intelectual de “voz única”, el de la
“ficción crítica”, Nicolás Rosa (1934-2006).
OVB —A
Nicolás Rosa lo conocí a través de dos seminarios que hice con él durante el
cursado de la maestría en enseñanza de la lengua y la literatura, en sus
últimos años de vida, y conservo todavía una impresión tan fuerte de su
histrionismo, de su facilidad para fascinar que desde entonces estoy convencido
que la literatura no se debe enseñar, sino hacer lo que él hacía: inculcar un
entusiasmo transformador. Eso hizo Nicolás con nosotros, los veinte alumnos que
lo escuchábamos embelesados. Celebro esa capacidad suya de construir un
discurso literario lleno de voces y gestos que durante su travesía podía
absorber todo lo que encontraba. Recuerdo haber aprobado su Didáctica de la Literatura
I con una monografía en la que me atrevía a discutir el canon porteño que él
había ayudado a consagrar, oponiendo escritores del interior, particularmente
del NEA (Nordeste Argentino). Fui muy osado y provocativo. Supuse que me
desaprobaría. Sin embargo, tuvo un gesto de grandeza que nunca olvido a la hora
de evaluar a mis alumnos. Me escribió al final del trabajo: “No coincido en nada con sus criterios y elecciones,
pero su argumentación es brillante”. Me aprobó con un 10.
6 — ¿Compaginarías
un volumen con tus textos ensayísticos que más valores? “La educación
sentimental de los varones” es uno que leíste en el XII Foro Internacional por
el Fomento de la Lectura y el Libro, en Resistencia, la capital de la provincia
de Chaco.
OVB —No lo
he pensado, pero no lo descarto. La mayoría de ellos, sobre todo a partir de
2006, están ligados a mis preocupaciones acerca de la enseñanza de la
literatura y también sobre la recuperación de la lectura literaria, ya que
fuimos un país de lectores y las diversas políticas estatales, sobre todo de la
última dictadura y el menemismo, nos hicieron retroceder muchísimo, nos
quitaron el libro primero y el deseo de leer después. “La educación sentimental
de los varones”, justamente, tiene que ver con mis lecturas de niño y
adolescente en las décadas del cincuenta y el sesenta y cómo esos textos literarios
forjaron mi gusto por la literatura y desataron el impulso de escribir. Se ha hecho
mucho en los últimos años para volver a instalar la lectura en el aula y en la
familia, pero no es suficiente. El foro de Mempo Giardinelli, al que asisto
todos los años, es pionero en este sentido, se viene haciendo en Resistencia
desde 1996 y asisten escritores, editores y académicos de todo el mundo, ya que
esta preocupación por la lectura no es sólo de los argentinos. También, en los
últimos foros, se ha tratado con interés la lectura digital y los nuevos
comportamientos lectores a partir de Internet.
7 — Se
han representado a partir de 1994 varias piezas teatrales de tu autoría (“Si el trabajo es salud…”, “El jefe espera”, “Trozo de luna”, “Aullidos”,
“Música de siempre”, “Las cercanas lejanías”, “En este lugar sagrado…”, etc.). ¿Las
reunirás en algún tomo?
OVB —Es una
tarea que me reservo para más adelante, ya que antes de reunirlas y publicarlas
debo dedicar un tiempo importante a corregirlas y sobre todo a sopesar su valor
teatral o literario. Surgieron como textos para grupos teatrales de la región;
algunos fueron escritos con urgencia para el proyecto “Cien ciudades cuentan su
historia”, auspiciado por el recientemente creado Instituto Nacional del
Teatro. No he vuelto a releerlas, pero lo haré.
8 — Sólo
en el “Breve diccionario biográfico de
autores argentinos desde 1940” de la bibliotecóloga Silvana Castro
(Ediciones Atril, 1999), tu apellido figura en la Be larga: Bredam, Orlando
van. ¿Tu apellido es de origen holandés?
OVB — Sí, es
de origen holandés, pero mis bisabuelos vinieron de Bélgica. Siempre escribí
Van, así con mayúscula, y en cualquier nómina alfabética, excepto la que
mencionás, aparecí en el lugar de la Ve corta. Lo de la ve minúscula aparece
más para el von alemán, y es una partícula que presupone un linaje de
noble. En mi caso, no: es una preposición que significa “de tal lugar”, es
decir, “de la ciudad de Breda” (Holanda); lo de la eme que sobra supongo que es
parte de un genitivo o gentilicio o algo así.
9 — En
2011 se exhibe el cortometraje “Cómo decírselo”, de Aldo Cristanchi—el primer
unitario televisivo formoseño—, concebido a partir del cuento homónimo de tu
autoría. Y al año siguiente se estrena otro cortometraje, dirigido por
Guillermo Elordi, adaptado de tu “Cuento de horror”. ¿Cómo (te) resultaron esas
experiencias?
OVB — “Cómo
decírselo” es un cuento que escribí a los diecisiete años, cuando todavía vivía
en Entre Ríos, y había obtenido una mención en un concurso local, el primer
reconocimiento que obtuve con mi obra literaria. A los pocos años de vivir en Formosa,
lo envié al diario “La Mañana” y lo publicaron en el suplemento dominical. Aldo
Cristanchi, que ya era un poeta conocido, lo leyó y lo conservó durante más de
treinta años con la intención de llevarlo al cine. Aldo le hizo algunos cambios
que me parecieron necesarios para la versión televisiva, reunió los dos o tres
actores que pedía el texto y produjo con su solo esfuerzo un unitario que fue
muy bien recibido por los televidentes de Lapacho, Canal 11, un canal de aire
que llega a toda la provincia y al Paraguay. Me sentí muy halagado por la
elección de ese cuento y más allá de los defectos propios que provoca el
trabajar casi en soledad, como hizo Aldo para abaratar costos, considero que
fue una buena experiencia.
“Cuento de horror” es una microficción del
libro “Las armas que carga el diablo”
y es el germen de mi novela “Teoría del
desamparo”. Guillermo Elordi supo captar en el corto el suspenso, el
misterio y el sentido de esa pequeña historia, además de contar con un
excelente actor chaqueño, Pedro Monzón, que con su gestualidad contribuyó a dar
el clima preciso. Desde luego, un escritor nunca queda del todosatisfecho: me
parece que el remate que propuso Elordi no es el que yo hubiera elegido al
descartar el final poco cinematográfico de la microficción.
10 —
¿Seguís, desde el 2005, conduciendo el ciclo de minificciones por cable “Taller
de Zonceras”?
OVB —Sí,
continúo y cada vez me gusta más. En el 2005, el cable de El Colorado, el único
que tenemos, me preguntó en una entrevista qué se podía hacer para que la gente
leyera más. Fue entonces que les propuse hacer un micro, al final del
noticiero, en el que yo iba a leer un texto muy breve: un poema, una
minificción, una reflexión o el comentario de un libro. Les gustó y así
empezamos. Los primeros años, sólo leía, más tarde introduje comentarios sobre
lo leído, y este año, 2016, me propuse comentar a los clásicos, hacer una reseña
lo más pintoresca posible de aquellos libros que la humanidad ha acogido como
modelos literarios.
11 — Es
al dramaturgo que algún día revisará, pulirá sus piezas teatrales y las editará
probablemente, a quien le pregunto por estos otros dramaturgos argentinos:
¿Armando Discépolo (1887-1971), Agustín Cuzzani (1924-1987), Osvaldo Dragún
(1929-1999) o Roberto Cossa (1934)?
OVB — Desde luego, son maestros, modelos a seguir, a los que podría agregar
hoy otros nombres como Eduardo Pavlovsky y Mauricio Kartum. Con este último
hice un inolvidable curso de dramaturgia en 2002 que no sólo me sirvió para
escribir teatro sino para adquirir técnicas que permitieran abordar todos los
géneros literarios.
Armando Discépolo fue mi primer
deslumbramiento, tanto que hice una monografía sobre su particular estética
para Literatura Argentina cuando cursaba el profesorado y ese fue mi primer
“libro”, porque el consejo de redacción de la revista “Ser”de esa institución
educativa, decidió publicarlo como separata. Fue emocionante recibir los
cincuenta ejemplares de ese opúsculo que yo visualizaba como primer hijo
literario.
De Agustín Cuzzani, uno de los más injustos
olvidos, tomé en los ochenta “El
centroforward murió al amanecer” y lo incluí en mis cátedras de nivel terciario;
hay pocos textos tan esclarecedores acerca de esa mercancía envilecida que es
el jugador de fútbol en la actualidad.
A Osvaldo Dragún lo conocí personalmente en
Concepción del Uruguay en 1973, cuando llevó su obra “Nuevas historias para ser contadas”; tuve la oportunidad de
conversar con él con un café de por medio, era un hombre humilde y sabio, el
Bertolt Brecht argentino, el gran innovador de la escena nacional a fines de la
década del cincuenta; más tarde llevé a escena como director sus piezas más conocidas,
como son “Historias para ser contadas”
y “Los de la mesa diez”.
A Roberto Cossa lo encontré primero en
Villaguay, Entre Ríos, en 1970, yo era un jovencito que recién se iniciaba en
el teatro y a raíz de un encuentro nacional celebrado en esa ciudad pude
escucharlo, leerlo, verlo representado y admirarlo para siempre. Muchos años
después volví a encontrarlo en Resistencia, en el Foro Internacional de Lectura.
Aquel hombre retraído en permanente meditación que yo había visto en mi
adolescencia, era ahora un célebre anciano divertido, lleno de humor e ironía,
un personaje más de sus eternos grotescos.
12 —
¿En los diversos géneros, a qué escritores de las provincias que integran el
NEA juzgás más innovadores, más sólidos?
OVB —La narrativa
del nordeste argentino se inicia con Horacio Quiroga; de alguna manera, su
maestría en el cuento impone no sólo una preceptiva de este subgénero, sino
también una mirada trágica y fatalista que recién es rota alrededor de 1980 por
Mempo Giardinelli, que aporta el humor y la superación del pintoresquismo a
partir de su novela “La revolución en
bicicleta”. En esta línea tenemos desde entonces a Olga Zamboni (Misiones),
José Gabriel Ceballos (Corrientes), Humberto Hauff (Formosa) y Miguel Ángel
Molfino (Chaco). Entre los más jóvenes me gustan Sandro Centurión (Formosa) y
Mariano Quirós (Chaco); este último ha obtenido importantes distinciones por su
narrativa dentro y fuera del país.
La poesía del nordeste tiene ya autores
canónicos como Alfredo Veiravé, chaqueño por adopción, y los correntinos
Francisco Madariaga y David Martínez; entre los más jóvenes, actualmente en
plena construcción de su obra poética, destaco a los chaqueños Claudia Masin y
Mario Caparra por su osadía, su actitud irreverente sin salirse del contexto de
producción de sus textos. Se escribe poco teatro y no es interesante, me parece
complaciente y poco audaz en sus formas.
13 — Te
has referido ya a los pilagás. Y en la Revista “Ñ” del diario Clarín publicaron
un artículo tuyo cuyo título es “Las historias que narran los wichís”.
OVB —Sí, en
2004 conocí durante el dictado a mi cargo de una cátedra de la Licenciatura de
nivel inicial a Karina Contreras, una maestra que se desempeñaba en el oeste
formoseño en una escuela con alumnos wichís. Cuando le propuse hacer una
monografía sobre literatura infantil, ella se decidió por contar las historias
que las abuelas wichís narran a sus nietos. Fue hermoso su trabajo. Durante un
año entrevistó a las ancianas de esa etnia y logró que le contaran fábulas y
leyendas absolutamente desconocidas por la población blanca. Accedimos a un
imaginario puro, original y bello. Quedé muy impresionado y en ese artículo de
Clarín menciono a la maestra, a sus informantes, y transcribo algunas de esas
versiones orales que revelan una cosmovisión particular y que provocan el mismo
asombro de las narraciones orales que heredamos de Europa. Lo mágico, lo
impuro, el mal y el bien, el horror y el placer aparecen como elementos
constantes, tal como Vladimir Propp descubrió en los relatos maravillosos del
folclore ruso y que son comunes a todas las culturas del mundo.
14 — En
2005, a través de la Fundación OSDE, se edita en tu provincia adoptiva el
volumen de cuentos “Cuatro versiones
sospechosas”, en colaboración con Héctor Rey Leyes, Luis Rubén Tula y
Humberto Hauff. ¿Cuatro narradores y sus respectivas versiones de ciertos
episodios…?
OVB —No es
exactamente así; fue un título que se le ocurrió a Tula y simplemente nos gustó
sin buscarle algún sentido vinculado a los cuentos allí reunidos. Sin embargo,
ahora que reviso el libro encuentro lugares comunes respecto de lo que los
cuatro pensamos acerca de hacer narrativa desde Formosa, y tiene que ver con la
necesidad de abandonar la temática rural, sobre todo esa mirada bucólica y
piadosa que ha confundido el folclore con la literatura. En estos cuentos
aparece una mujer y un hombre de pequeña ciudad del interior con sus impurezas
y sobresaltos no tan distintos a los de otros lugares del mundo. Necesitábamos,
como suelo decir, una mirada arltiana (de Roberto Arlt) de estas ciudades ya
desangeladas.
15 — ¿Vicios, propensiones fastidiosas u odiosas?...
OVB —No
tengo vicios, soy metódico y bastante organizado pero mi mayor defecto es la propensión
a exagerarlo todo, a buscar siempre los extremos en la conversación o discusión
cotidiana. Me considero un sujeto exageradamente apasionado, pero a la vez
capaz de revisar todo el tiempo mis propias ideas y renegar de mis iras a las
que vuelvo indefectiblemente.
16 — ¿Hiciste fichas, apuntes para la
organización de tu novela “Nada bueno
bajo el sol”? ¿Enmendaste mucho? ¿Más, menos que para la organización de
tus otras novelas?
OVB —“Nada bueno bajo el sol” tiene varios borradores, pero
ningún plan de trabajo, es la trama más caprichosa que he podido armar. La
primera versión de 1994 es manuscrita y ocupa un cuaderno de doscientas hojas;
la segunda, que recupera y agranda la anterior es dactilografiada y fue escrita
entre 1995 y 1998; la tercera y última, con muchas correcciones, fue
digitalizada en 2002, un año antes de su publicación. Es una novela que hubiera
seguido corrigiendo indefinidamente si un amigo no me hubiera propuesto editarla.
La versión publicada de 2012 por el sello Viceversa (Chaco-Córdoba), elimina
varios relatos interpolados en el relato central.
Todas
las demás novelas que escribí obedecieron casi siempre a un plan inicial y a
una investigación previa, pero en este caso fui todo el tiempo el lector
sorprendido de la disparatada travesía del personaje protagonista.
17 — ¿Qué anécdota hay detrás del cuento que
da título al volumen “La mujer sin
ombligo”?
OVB — Está
basado en la historia real de mis suegros, es un homenaje a esa curiosa
relación de amor y odio que los sostuvo durante más de cincuenta años. Cuando
ella murió, todos pensamos que al fin él alcanzaría el sosiego necesario como
para vivir mejor sus últimos años. Estaba sano y feliz al principio, pero seis
meses después se dejó morir de tristeza, no podía aceptar la vida sin ella.
Este es un tema que me gusta mucho y que estoy indagando en mi última novela
que está todavía en proceso de escritura.
18 — Daniel Chirom, en un reportaje que le
hiciera a Francisco Madariaga en 1985 le pregunta: ¿Usted se considera un poeta correntino? Y a continuación inquiere:
¿A usted le molesta que lo vean como un
representante de Corrientes? Imito a Chirom y te pregunto, Orlando: ¿Te
considerás un poeta entrerriano? ¿Te molesta que te vean como un poeta de Formosa?
OVB —En principio, me cuesta “considerarme” un poeta,
siempre me pienso como un apasionado lector y docente de literatura,
actividades que me satisfacen todo el tiempo y de alguna manera me
enorgullecen; por otro lado, si los entrerrianos me perciben como un poeta de
su provincia o los formoseños de la suya, no deja de halagarme, son gestos de
cariño y yo no voy a impugnarlos de ninguna manera. En el fondo, recuerdo
aquella frase de Juan L. Ortiz: “El poeta
sólo habita el lenguaje”. Creo que en mi caso es así, cuando me invade el
deseo de escribir poesía o algo parecido, la única región posible es ese “granero de palabras que llevamos con
nosotros”, como dijo Pablo Neruda; por otra parte, no me interesa el color
local ni los modismos de un lugar o de otro, creo que la poesía debe aspirar a
algo más profundo que a esas formas locales del habla; la misión del poeta es
la de revelar la espiritualidad del mundo sensible, como pedía Jacques Maritain,
de modo que Paul Eluard no sea leído como un poeta “francés” sino como un poeta
universal aunque esté escribiendo sobre Francia.
19 — El prestigioso ensayista Guillermo Ara (1917-1995) afirmó en 1981: “El verso de Van Bredam es una
sostenida metáfora. Es más metáfora que verso porque sus símbolos, a fuerza de
entrañar poderes y juegos de la tierra, furores del cielo y vendavales del aire
ha creado una eufórica mitología en la que se sumerge como un fauno joven y
ardiente.” ¿Te reconocés en esa definición?
OVB —Guillermo
Ara hizo el prólogo de mi primer libro de poesías titulado “La hoguera inefable” (1981),que reúne los trabajos míos escritos
entre 1974 y 1981, yo tenía entonces menos de treinta años y mis versos, como
lo explica el maestro, dilapidaban recursos retóricos, había más hojarasca que
conceptos. En ese mismo prólogo, Ara anticipa a los lectores que “ya llegará el tiempo de la poda”. Tuvo
razón, mi poética evolucionó hasta quitar toda esa grasa y dejar aparecer el
hueso. Desde entonces busco un equilibrio entre lo conceptual, lo sensorial y
lo emotivo, que según Carlos Bousoño son los estratos del poema.
20 — ¿Libros inéditos?...
OVB —Hay dos o tres novelas inéditas que no pienso
publicar por el momento porque considero que no están logradas, que se merecen
muchas correcciones y que tal vez de ahí, no quede nada. No importa, no vivo de
la literatura y eso me permite ser paciente y esperar a que surja algo que
realmente me satisfaga. No obstante, el 4 de octubre de 2015 me embarqué en una
nueva novela que aspira a elaborar fundamentalmente el tono y la sintaxis, una
novela a la que concurran las estrategias del discurso poético pero que, a su
vez, cuente una historia con una o varias intrigas. En fin, en eso estoy, y
escribir sin ponerme límites de tiempo ni horarios de producción, son para mí
lo más placentero de todo el proceso, mucho más que publicar un libro.
*
Orlando Van Bredam selecciona tres poemas
de su autoría y tres microficciones para acompañar esta entrevista:
De mi legajo
“asoma mi niñez sobre las tapias,/
a quién le pido un canto en la hora espléndida”Carlos Mastronardi
Aquí nací,
establecí en los ojos
la novedad de la luz y los contornos
de lo querido y lo rechazado.
Entre asombros y condenas
fui lamiendo
la índole triste de las pobres cosas:
llevé a mi boca tierra prometida,
legalicé el sabor de las raíces,
desbaraté ciudades fundadas por hormigas
y adquirí el ritmo tenaz de los metales.
En esa ausencia larga de juguetes
me ejercité en metáforas y símbolos,
hice mi código de tarros y botellas
y fui aviador
soldado
marinero
y maquinista de trenes lejanísimos.
Pero, también, es cierto:
tejí miedos
que quedaron en mí como lunares,
como manchas de una piel desasombrada,
contaminada de verdad terrestre.
Aquí nací,
mi corazón no puede precisar otro niño que el
que inventan
la nostalgia feroz y esta desdicha
de saber que en su alma ya crecían
mi soledad desértica, mis ecos,
mi carcelaria intimidad,
mi resonancia.
(de “De mi legajo”)
*
Mientras dure la luz
Mientras dure la luz,
mientras mis ojos
celebren tu figura a mi costado
y mi cara salga a andar en los helechos
y se apiaden de mí todas las garzas,
diré que soy feliz,
que el mundo es esto:
una heredad con sol, un pan benigno,
un ramo de niños a la mesa.
Si supiera cantar, si mi voz diera
con el acento claro,
con el ritmo,
no escribiría más,
asolaría
la deliciosa flor de una guitarra;
porque el hombre que canta determina
un clima propio,
una estación
andante,
una lluvia gozosa que nos llueve
donde él es una sola pulsación con su
garganta.
Por eso agrego a este mundo mis palabras,
estas flores nocturnas,
estos vuelos,
este alunizaje solitario,
como una ofrenda a la luz que me convoca,
como una piedra común y taciturna
en la muralla cambiante del lenguaje.
(de “De mi legajo”)
*
Ruta con liebres
“he sido, tal vez, una rama de árbol,
una sombra de pájaro,
el reflejo de un
río…”
Juan
L.Ortiz
El auto es la nave
en que avanzamos en medio de la noche
como si fuéramos
los únicos habitantes del universo
que se deshace
detrás de la luz de
nuestros faros
y se rearma una y
otra vez
con la misma
celeridad de las liebres.
Así vamos y venimos
por esta ruta llena
de pozos y cráteres
y el tiempo inclina
el silbido de las lechuzas
y a veces (como una
ampolla en el asfalto)
hemos visto brotar
el último oso hormiguero,
el recuerdo
instantáneo de un tapir
que se empecina en
ser. Vamos
como quien va a
tientas con un bisturí
en una sala de
operaciones
y sabe que la bala
puede deslizarse
más allá de sus cálculos optimistas.
La vida cruje a
nuestro alrededor
y siembra también
anillos de silencio
que podemos
escuchar
como una música
escandalosa
en plena
noche.
2
Ahora han salido
las liebres,
primero dudan en el
umbral de la ruta
y después se cruzan
decididas,
embrujadas por esa
luz extraterrestre,
por esos retazos de
fosforescencia
que incendian el
lugar
y desaparecen con
la velocidad de los fantasmas
(que cuelgan sus rotosas
vestiduras
en un puente
blanco)
3
La luz inventa la
ruta
y los caballos que
pastan ahí cerca,
inventa los
hormigueros gigantes
y desde luego,
también inventa
este planeta, esta estepa sideral
(la ternura del
rocío
que se desliza
sobre el capot,
la música de una FM
que pregunta
en medio de la
noche
si dudamos sobre la
existencia de Dios
y nos invita a dar
un aleluya)
4
El auto sigue su
marcha.
Ya no sabemos si
vamos o venimos,
de dónde y hacia
dónde,
ya no reconocemos
origen ni destino,
sólo somos nuestro
propio viaje,
condenados a una
huida quieta
mientras el auto y
las liebres se deslizan
por el agujero del
tiempo.
Ruta 81, año 2002
(de “Lista de espera”)
*
Adán, el terrible
“No es bueno que el hombre esté solo” dijo
Jehová e hizo caer un sueño profundo sobre Adán. Mientras éste dormía, tomó una
de sus costillas y con ella hizo a la mujer.
Deslumbrado por la belleza de Eva, Adán jamás
echó de menos la pérdida de su costilla. Es más: con los años, y ya expulsados
del Paraíso, cada vez que discutía con Eva o la encontraba avejentada o ella
fingía un dolor de cabeza, Adán se arrodillaba y entre ruegos le confiaba al
viejo Jehová que se sentía muy solo y aún le quedaban muchas costillas
innecesarias.
(de “Las armas que carga el diablo”)
*
Baile
El odio, a diferencia del amor, siempre es
recíproco. El bailarín de tangos y la bailarina se despreciaban con la misma
tenacidad con que alguna vez se quisieron. Sólo los unían la fama y contratos
envidiables. Cada baile era un desafío a los mecanismos más profundos del
rencor. Se deleitaban en esa humillación mutua más cercana a la perversidad que
al oficio. Cuanto más se odiaban, más los aplaudían. Ella incorporó al
vestuario inconsulto, dos largas trenzas criollas, vivaces y relampagueantes
bajo la luz de los reflectores. Las agitaba como cadenas, como látigos, como
sables. El soñaba con quebrarla sobre sus rodillas como una caña hueca. Se
miraban siempre a los ojos, no dejaban de mirarse nunca en esa guerra bailada,
en ese combate florido.
La noche que más los aplaudieron fue la
última, cuando ella, después de tantos ensayos, logró enredar sus trenzas en el
cuello del bailarín y siguió girando y girando hasta el último compás.
(de “No mirés nunca debajo de mi cama”)
*
Convivencia
—Es difícil vivir con una mujer conflictiva,
que hace problemas por todo— dijo Juan.
—Cierto. O aquella que dice estar enferma.
Siempre le duele algo— dijo Pedro.
—Así era mi mujer.
—¿Hipocondríaca?
—Eso. Hipocondríaca. Cuando no le dolía la
cabeza, le dolían los ovarios o el vientre o el hígado.
—Es difícil vivir así.
—Cansa. Harta.Jode. Uno llega contento y ella
saca a relucir sus dolores.
Largo silencio de Juan y Pedro.
—¿Te
separaste?
—No
—dijo Juan—, se murió.
(de “La vida te cambia los planes”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades
de El Colorado y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1000 kilómetros, Orlando
Van Bredam y Rolando Revagliatti.
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