EL RECADO
Tomó su pesada mochila y se la acomodó en la espalda, no sin antes
solicitar el concurso de su hermano menor para lograrlo. Debió asegurarse de
llevar en el bolso de mano sus gafas, dinero en monedas y algunas tarjetas de
crédito, que sin duda, sólo le servirían hasta Castro, en la Isla Grande de
Chiloé, porque en las islas más pequeñas, estos adminículos pesarían solamente
unos gramos más, entre sus objetos personales.
Clara, se había graduado el año
anterior como psicóloga y creía merecerse unas vacaciones en el sur de Chile.
Este era el momento de concretar un sueño largamente ambicionado desde que pudo
tener cierta autonomía por haber demostrado ser responsable en su actuar.
Recorrer aquellos lugares, en soledad, conversar con sus gentes, conocer sus
costumbres, es decir, sentirse totalmente libre, lejos de los consejos,
insinuaciones y recomendaciones de sus padres, tíos, amigas. Aunque estas
últimas se consideraban liberadas, igual, la soledad les inspiraba pánico.
De Santiago a Puerto Montt,
consiguió un pasaje económico, después de cotizar en todas las ventanillas de
las diferentes líneas que se dirigían a Chiloé. Sabía que la comodidad y el
precio no andaban de la mano, pero estaba decidida a conseguir los mejores
precios para poder conocer más lugares, sin tener que solicitar alguna remesa
económica a sus padres.
Ya instalada en un asiento, en el
segundo piso del bus, se dispuso a iniciar la aventura con la lectura de un
buen libro. Su voluminosa mochila ya estaba en la inmensa barriga del vehículo,
atochada de infinidad de todo tipo de equipajes. Media hora después de iniciado
el viaje, las pantallas de televisión, capturaron su atención. Dos películas de
acción que no había visto en el cine, cuyos actores eran bastante conocidos.
Empezaba a gozar la aventura tomando aquello que se le brindaba sin pedirlo.
Luego de terminada la sesión de cine, debió acomodarse para dormir. Parka,
chalecos, y la manta y almohada que la línea de buses provee para comodidad de
los pasajeros, fueron suficientes para quedarse dormida en corto tiempo. El
asiento vecino iba desocupado, razón para ocupar los dos como sitio de reposo
que estuvo matizado con extraños sueños que la hicieron despertar sobresaltada,
sin recordar en detalle lo sucedido en ellos. Ya era de mañana y en ese momento
se sintió observada por el dueño de unos penetrantes ojos verdes que llamaron
poderosamente su atención. Sintió un poco de vergüenza al saberse despeinada y
sin su retoque habitual con el que empezaba todas las mañanas.
Ya en Puerto Montt, pudo bajar por unos minutos, que le permitieron
ponerse cómoda antes de reiniciar el viaje. Y allí estaba, vestido con una
indumentaria azul como las que se usan en los barcos. Él, le hizo un saludo con
una inclinación de cabeza y ella se lo respondió un tanto incómoda por sentirse
objeto de aquella penetrante mirada,
entonces concentró sus pensamientos en sus esforzados años en la
universidad, venciendo poco a poco los obstáculos que la carrera le demandaba,
hasta la culminación a finales del año anterior; mientras el hermoso paisaje
corría muy rápido por su ventana. Pronto llegaron a Pargua. Allí decidió
bajarse del bus para gozar de aquel espléndido día de sol y observar las azules
aguas del canal que en ese momento estaban en absoluta calma. A lo lejos se
divisaba una familia de toninas que daban brincos de cuando en cuando,
jugueteando con la estela que dejaba a su paso el transbordador.
-Que hermoso espectáculo – ¿No te
parece?- ¿No te enojas si te tuteo?
-No, por supuesto que no – contestó
Clara un tanto nerviosa.
-Me llamo Roberto, ¿y tú?
-Clara, me llamo Clara.
-¿Habías venido por estos lugares antes?
-No, pero tenía deseos de conocerlos, y claro, realmente el paisaje es
hermoso.
-Yo
vengo de paso, conozco esta zona como la palma de mi mano. - Dijo mostrando su
mano de largos dedos, donde estaba ausente el anillo de compromiso.
-Te propongo por este día
convertirme en tu guía. Tengo tiempo para acompañarte, mi familia no sabe de
este viaje.
- Pero yo no te conozco.
- Claro que nos conocemos, nos hemos
presentado recién.
Clara hizo un gesto divertido de resignación y dijo-: Bueno, ya que conoces mucho la zona, me
puedes ayudar a encontrar alojamiento, que sea bueno, bonito y barato, porque
voy a estar unos días, y no quiero llegar en cero a mi regreso.
-No te preocupes, yo sé de un lugar muy bueno y estarás tan bien como en
tu casa.
Roberto tomó su pesada mochila y con ella a cuestas, desoyendo los
reclamos de Clara, por la molestia que se estaba tomando, llegaron a una
simpática casita antigua transformada en hostal. Se veía un cuidado y florido
antejardín y una mampara con cristales
esmerilados - Tocó el timbre y le dijo: -Toma la habitación número 5, dile que
vienes recomendada por una amiga. Mientras dejas tu equipaje y haces el trato,
yo voy a comprar cigarrillos. Nos encontraremos en la plaza, yo te estaré
esperando.
La atendió una señora muy gentil, dijo llamarse Emma, y era la dueña del
hostal. Le extrañó un poco cuando la joven le solicitó la pieza 5. Quedó un
momento meditando, pero luego le explicó:
- Realmente esa pieza no está en arriendo, pero haciendo una excepción
te la acomodaremos, siempre que tu regreso no sea muy rápido.
-No, no creo que llegue tan temprano, he conocido a un joven que me
enseñará la ciudad.
-
Niña, cuidado con los extraños, mira que a veces dan sorpresas desagradables.
-Creo que con este joven no corro
peligro, se ve muy correcto.
-Lo único que te recomiendo es que regreses antes de medianoche, a esa
hora se cierra la puerta porque afuera no anda casi nadie.
- No se preocupe, por supuesto que llegaré más temprano, porque mañana
empezaré mi recorrido visitando otros lugares.
Se encontraron en la plaza, el fumaba su primer cigarrillo, le ofreció
uno, pero ella dijo que en ese momento no le apetecía. Como la hora de almuerzo
estaba pasando, él hombre la invitó a la Feria del Agro, a la pensión de doña
Amanda. El lugar estaba en un alto de la ciudad y ofrecía productos del mar y
otros propios de las islas, como papas y hortalizas. Desde allí se podía
divisar todo el centro de Castro. Al abrir la puerta los recibió un rico
perfume de frituras recién cocinadas: Milcaos, chapaleles, churrascas,
empanadas de manzana y otras exquisiteces propias de la cocina chilota.
Cualquiera de estas delicias abría el apetito de quien las observara.
Ella pidió una empanada de manzana con café, él solamente un jugo,
alegando que había dado cuenta de una abundante colación durante el viaje.
Bajaron al puerto, allí el concierto de gaviotas festejaba el entrar y
salir de las lanchas con dirección a diversos lugares del archipiélago.
Conversaron de todo y de nada en especial, sin embargo, a cada momento, Clara
se sentía más ligada a su compañía, como si este conocimiento hubiese sido de
muchos años. Habría jurado conocerlo en otra vida, algo de eso había leído
mientras terminaba su tesis en la universidad, pero debido al poco tiempo que
le quedaba después de sus estudios, no pudo adentrarse demasiado en el tema.
Pasó el almuerzo y la hora del té y ni siquiera lo advirtió, degustando
aquí y allá algunas exquisiteces propias de la zona. Las calles principales
empezaban a quedar solitarias. Por las chimeneas de las casas se advertía un
perfume a madera quemada convertida en humo blanco que se diluía bajo el cielo
estrellado. La ciudad comenzaba a adormilarse y era tiempo de regresar al
hostal.
Roberto la acompañó hasta la puerta. No hubo compromiso ni promesa de
volver a reunirse, pero en cambio le solicitó un pedido: - Por favor, dile a la
dueña de casa que Roberto, Tito, te trajo hasta aquí. Dale mis saludos y
cuéntale que yo estoy muy bien. Tal como tú me ves ahora.
-Así lo haré - dijo ella y estiró
su mano. Roberto tiró suavemente de ella para quedar abrazados y contemplarla
un momento, con una extraña mirada que conmovió a Clara. Luego le dio un beso
en la mejilla, que se deslizó hasta la comisura de sus labios. Muy turbada, la
muchacha entró en la casa.
La esperaba la señora Emma, quien le
indicó la pieza que debía ocupar y se aseguró que todos los servicios de cama y
baño estuvieran en condiciones. Con el nerviosismo de la despedida, Clara
olvido el recado de Roberto, decidió dejarlo para el día siguiente. Esa noche
debería desempacar su mochila y dejar todo dispuesto para el resto de los días.
Pronto sintió los primeros bostezos y deseos de estar pronto en cama, se sentía
gratamente cansada, considerando que esa jornada había sido un buen inicio en
su aventura. Sin embargo, no pudo dejar de recordar la mirada triste y el luto
riguroso de doña Emma, que más parecía un fantasma que la dueña del hostal.
Al otro día, amaneció con nuevas
energías para reiniciar su aventura. La mesa estaba dispuesta para el desayuno,
servido por otra señora quien dijo ser la encargada, porque la señora debió
partir a otra ciudad para realizar una diligencia familiar. Entonces recordó el
recado, que decidió dejarlo para el regreso de la dueña de casa.
Como pensó que el saludo no era de
suma importancia, prefirió no compartirlo con la encargada y esperar el regreso
de la dueña de casa.
En el intertanto, Clara había
dedicado su tiempo en recorrer cuanto derrotero le indicara una agencia de
turismo, de esas económicas, y otros días, recorriendo por su cuenta, gozando
de los hermosos paisajes que veía en cada recodo de las diferentes rutas, en
embarcaciones o en buses que se dirigían a las diferentes islas del
archipiélago. Al mismo tiempo pudo entablar conversaciones con cuanta persona coincidió en esas largas
travesías.
Cinco días después apareció la
señora Emma. Mientras tomaba desayuno, recordó el recado dejado por su
misterioso acompañante y se lo transmitió a la señora Emma, lo más textual que
pudo recordar. Cuando la mujer escuchó el mensaje, sus ojos adquirieron una
mirada de sorpresa, que asustó un poco a Clara. Apenas repuesta la señora Emma,
requirió cuanta información pudiera darle sobre Roberto, ¿Cómo, cuándo y dónde
lo había conocido? y cuánto habían hablado durante el tiempo en que pasearon
por la ciudad.
Mientras la joven le contaba en
detalle, todo lo que era posible rememorar en
su encuentro con Roberto, Emma escuchaba con atención mientras sus ojos
se llenaban de lágrimas, reflejando una emoción que a Clara tenía
desconcertada.
Cuando la joven hubo terminado de hablar, Emma le dijo:
- Ven te quiero enseñar algo – y
ambas se dirigieron al salón. En la estancia había una mesa de arrimo
conteniendo muchos portarretratos familiares.
Ella le mostró uno que destacaba del resto.
-¿Este será el joven?
- ¡Sí, ese es Roberto, el joven que conocí en el bus¡
-Ese es mi hijo, justamente fui a
Puerto Montt a certificar su defunción. En el último temporal que asoló la
región su lancha se volcó y sus restos recién fueron rescatados, junto a los
otros tripulantes. Un doloroso sollozo cortó el relato.
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