EL TREN
Como tantas
veces, la comida estaba servida. Demetrio había llegado. Clara lo sabía, antes
de sentarse a cenar. Sería tan fácil gritar ¡Ya! ¡La sopa está en la mesa, ven
a comer hombre!
Pero eso era antes. Ahora el grito no salía y moría ahogado
antes de alcanzar los labios. Eso era antes, cuando había bullicioso impulso de
rebeldía. Clara va nuevamente a la cocina a revolver sus ollas, no vaya a quemarse
ese guiso del almuerzo recalentado, la parte de Demetrio, ya que él siempre ha
insistido que le corresponde comer su porción en la noche. Es la hora del tren
de media noche. ¡Vaya! Debe venir atrasado, piensa Clara...Demasiado silencio.
Como mil rostros distintos del silencio en cada vibración del cuarto. Algo
desaliñado, ha aparecido Demetrio, saludando desabridamente. Ella solamente
espera, como un complemento más, tan ínfimamente como un agregado más en el
plato, ola mesa, el hule, la silla, el mueble con vitrina y copas de vidrio. El
hombre ya sentado, responde con monosílabos. A decir verdad, nunca ha sido
comunicativo. No sabe si es un consuelo. Nunca se sabe. En el espejo de la
vitrina se aprecia mejor su cansada espalda, su escaso pelo ceniciento. Envejecido.
¡Cómo ha envejecido este hombre! Ella quisiera indagar, preguntar inquirir,
pero prefiere interpretar gestos, ademanes, captar miradas huidizas, aunque
Demetrio desvía deliberadamente su ángulo de visión. Vuelve ella a su cocina.
El tren no ha pasado... ¿Acaso...? Se repite sin saber qué. No hay que preocuparse.
No será primera ni última vez que un tren se atrasa. Un desasosiego la fuerza a
penetrar nuevamente en el comedor. Ya el marido ha tragado, demasiado
rápidamente quizás. Ella quisiera tenerlo sentado otro rato. -¿Ya comiste? –
Tonta pegunta. Un gesto de fastidio corta su inminente cháchara femenil. Ambos
saben que la interrogación cumple un objetivo en otra significancia. La de restar
validez a otra cosa. El hecho es que existe una ambigua situación que baña el
cuarto en incertidumbre.
Demetrio
utiliza siempre la profundidad del silencio. En ese pozo ha ahogado todo
comentario inútil. Y en ese pozo es donde siempre naufraga Clara. Sumisamente
ella ha aprendido esa lección. Pero ahora hay que cazar indicios así en el
aire. Un soplo sutil, una angustia se ha metido en el pensamiento. Es amargo pensar.
Lo exacto es ambos llevan la misma correlación de ideas. Y si es así. ¿Por qué
el rechazo a proporcionar información? Clara no alcanza a desmadejar el ruido.
Al parecer, Demetrio se ha ido a tirar sobre la cama. La mesa ha quedado vacía,
pero algo hay sobre ella. En el aire, en el techo o en cualquier parte. Algo
inmenso, aunque no se ve. ¿Duda? ¿Incertidumbre? ¿Miedo? En otro cuarto los
muchachos duermen. Pero aquí otra perspectiva hay que abordar. Ya se había hablado
de ésto. Se sabía que una tarde después de un crepúsculo vacilante o tal vez
pasado el tren de medianoche, después del último turno, llegaría Demetrio con
su expresión más cansada, dejaría tirado su bolso por ahí y sus arrugas ya no
serían de vejez, ni de tristeza, ni del polvo, ni del cansancio, si no de
resignación. No habría desesperación. Fatalismo o más silencio.
Demetrio siente
en la pieza un mosco gigante que zumba y se golpea por toda la casa - Cree
tener paz cerrando la ventana, pero el zumbido de esas alas está dentro de su
propio pecho.
Nunca creyó
tener ÉSTO tan cerca. Otro más con ESTO. Ninguno se ha muerto, es cierto.
Muerto, lo que se llama muerto, no. Pero, indecisos, vagando por ahí sin
atreverse a llegar a la casa con las manos vacías y sin calor ni voz en el
corazón. Desplazados, marginados de la sociedad, inseguros, atontados. Cada noche
se decía: -Menos mal, hoy no ha sido – Sus toscas manos que sabían sólo mover pernos
y tornillos, apretaban ahora el silencio. El tren de medianoche ya no pasaría
más. Él lo sabía. Ni ese ni ninguno de los trenes en los que el silbato cortaba
el aire de ese desamparado desvío hacia los pueblos del norte. Esos viejos
trenes que, como los viejos naipes que barajaban en el bar, los sábados, ya no
darían cartas nuevas. El CESE era inadmisible en su territorio. Pero ahí estaba
el cese y la cesantía corriendo ya por los rieles.
Demetrio y el
tren regresan al pasado en la estación donde la sola luz del silencio es el ala
que cobija una campana de ceniza.
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