Ricardo Costa: sus respuestas y
poemas
Entrevista realizada por Rolando
Revagliatti
Ricardo Costa nació
el 2 de diciembre de 1958 en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina, y
reside en la ciudad de Neuquén, capital de la provincia homónima. Cursó la
carrera de Letras en la Universidad Nacional del Comahue. Fue Director del
Instituto de Formación Docente Nº 9, “Paulo Freire”, de la ciudad de
Centenario, Neuquén, en el lapso 2001-2013. Entre otros reconocimientos, obtuvo
el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes 1998, el Primer Premio II Concurso
Nacional de Poesía “Javier Adúriz” 2012, el Premio Internacional de Poesía
“Macedonio Palomino” para obra publicada por su “Mundo crudo: Patagonia satori”, en México, 2008. Fue incluido, por
ejemplo, en las antologías “Poesía
neuquina de los 90” (1996), “Poetas
2” (1999), “Abrazo austral. Poesía
del sur de Argentina y Chile” (2000), “InSURgentes”
(2005), “Poesía en tierra” (2005), “Antología de poesía de la Patagonia” (Málaga,
España, 2006), “Poesía de pensamiento”
(Madrid, España, 2015). En 2007 editó el ensayo “Un referente fundacional”, y en 2011 la novela “Fauna terca”, ambos libros a través del
sello El Suri Porfiado. Publicó los poemarios “Casa mordaza” (1990), “Homo
dixit” (1993), “Teatro teorema”
(1996), “Danza curva” (1999), “Veda negra” (2001; Tercer Premio
Concurso Iberoamericano de Poesía Neruda, en Temuco, Chile, 2000), “Mundo crudo: Patagonia satori” (2005) y
“Fenómeno natural” (2012). Por
último, y con prólogo de Sergio De Matteo, aparece “Crónica menor (antología mezquina)” en 2015.
1 — Te propongo algunos trazos de
tu “fundación” en Buenos Aires.
RC — De ascendencia italiana (calabresa y genovesa), nací en el límite entre
los sureños barrios de Pompeya y Boedo, a ocho cuadras del histórico y ya
desaparecido estadio de fútbol San Lorenzo de Almagro. Pero a los catorce años
conocí el que más tarde sería mi lugar en el mundo: Neuquén. Por lo tanto, soy
porteño de nacimiento y patagónico por adopción. A comienzos de los ’70, un
amigo-hermano de mi viejo emigró hacia aquellas latitudes, empujado más por una
opción de vida que por las posibilidades laborales que ofrecía aquella
provincia. Desde entonces, los viajes a la Patagonia se hicieron frecuentes.
Como consecuencia de ello, mi adolescencia fue felizmente invadida por el pulso
utópico que generaba esa geografía y, desde luego, por el placer que provocaba
el hecho de descubrir un mundo, otro, a través de la literatura. Vale decir que
el universo que giraba en mi imaginario estaba signado por el paisaje
patagónico y por los destellos de una poética reveladora.
De todos modos, lo que decodificó en
palabra escrita el lenguaje contenido en ese universo fue la experiencia
amorosa. Cartas de amor y poemas rimados (cursis, muy cursis) fueron
sucediéndose unos a otros; lo que motivó la búsqueda frenética de nuevos
autores y de lecturas que fueran cómplices de lo que procuraba alcanzar. Luego,
el golpe militar de 1976, más la traumática experiencia de padecer el servicio
militar durante los años 1977 y 1978, fue lo que me decidió a dejar Buenos
Aires y radicarme en la Patagonia. Tenía que huir —y debía hacerlo— del
acechante terror que imperaba a manos de la junta militar. De todos modos, no
pude hasta 1982, luego de la guerra de Malvinas.
2 — Y ahora, entonces, unos
trazos de ese después.
RC — En aquellos años de reconstrucción identitaria, fundamentalmente
durante la primavera democrática de los ’80, la movida cultural que fue dándose
en Neuquén —mediante la conformación de grupos artísticos— ayudó a enriquecer
la propia experiencia poética y a socializar lo que la palabra iba gestando en
cada uno de nosotros. Hablo del grupo “Poesía en Trámite”; colectivo conformado
por poetas provenientes de diversas provincias y de inmigrantes de países
limítrofes, que, además de realizar recitales abiertos, funcionaba como una
suerte de grupo de autoaprendizaje, debate y actualización poética. De manera
que, y estimulado por un vivificante reverdecer expresivo, quise ir más allá de
las posibilidades materiales que limitaba el contexto. Así, en agosto de 1988,
tuve la fortuna de conocer a esa maravilla de persona que fue José Luis
Mangieri, editor del legendario sello La Rosa Blindada y del también pujante
Libros de Tierra Firme; ser excepcional que supo darme el estímulo final para
que me consagrara al fervor por la escritura. Sucedió en el marco de un
encuentro nacional que tenía por objeto celebrar la vuelta de Juan Gelman —por
sólo unos días— a la Argentina. Además, el acontecimiento en cuestión permitió
entablar contacto con grupos y poetas de todo el país. De allí en adelante, la
comunicación con estos nuevos compañeros de ruta, los viajes y las primeras
publicaciones en revistas de la época, bosquejaron los bordes de un horizonte
de vida que fue afianzándose día a día. En 1990, y gracias a un premio regional,
publiqué “Casa mordaza” (Libros de
Tierra Firme). A éste le siguieron, en la misma editorial, “Homo dixit” y “Teatro
teorema” (Premio Fundación Antorchas). Pero es con “Danza curva” que fundo los primeros registros de una voz poética
propia. Como resultado de este reconocimiento, cumplo el sueño de viajar a
Italia y conocer Giffone (pueblo natal de mi abuelo) y Polistena, ciudad
calabresa donde en la actualidad residen tíos, primos y sobrinos. Es decir que
el oculto misterio de la poesía desencadenó aquel “mito del eterno retorno”; el
que, en este caso, completó a través de mi persona esa vuelta que quedó trunca
en los deseos de mi abuelo.
No obstante, la ruta poética que va
trazando el compromiso literario, también voy abocándome con especial atención
a la formación de lectores y a la difusión del lenguaje poético en el aula. Por
lo tanto, la enseñanza, la capacitación docente y el rigor de la escritura van
conviviendo en una creciente labor por llevar la creación literaria a todos los
ámbitos posibles. Claro que la pasión por la escritura domina las riendas de la
voluntad. De hecho, lo producido va tomando identidad a través de nuevas obras.
Digo que vivo “entre la enseñanza y
el aprendizaje” porque es esta fórmula la que permite embriagarme en la luz
poética que ofrece el mundo. Tomarla es poder ver el comienzo de un camino que
conduce al horizonte anhelado. Por ello, desde hace diez años coordino y llevo
adelante el proyecto “Formar Escritores para Formar Lectores” (Taller marginal
de creación literaria para docentes); placer y pasión por la enseñanza que no
pierde ni un gramo de entrega motivacional, respecto de mi compromiso con la
palabra. Desconozco qué nuevos desvíos o contratiempos depararán ambos
horizontes, pero se trata de un camino al fin, y eso es lo que importa por el
momento: intuir la primera línea de un poema para desear el resto.
3
— El prologuista de tu antología personal destaca tu preferencia de utilizar
dos palabras en los títulos de tus libros (y los títulos de los poemas que has
incluido allí de tus dos últimos poemarios, también constan de dos palabras).
RC — Sucede que siento la conjunción sustantivo-adjetivo como la fórmula
ideal para interpretar una síntesis poética. Tal vez el hecho de articular dos
elementos tan significativos como los elegidos, y no más de dos, sea suficiente
para prestarle armonía al título de un libro. Recuerdo el impacto que me
provocó “Tabla rasa”, una de las
obras más bellas que creó ese exquisito poeta que fue Jorge García Sabal. Desde
el título hasta cada uno de sus poemas, aquel libro gozaba de contundencia, de
perfecto equilibrio. Hago mención de ello porque es la primera imagen que me
viene a la mente. Pero, resumiendo, me hallo gratamente tentado a sostener ese
equilibrio. Es más, acabo de terminar un nuevo poemario que lleva por título “Golpe manco”.
4 — ¿De qué trata “Un referente fundacional”? ¿Hay algún
otro libro de ensayo que preveas publicar?
RC — “Un referente…” surge como resultado de un trabajo de investigación. En él recojo lo
acontecido con las Letras neuquinas entre 1981 y 2005, debido a que, hasta ese
entonces, esos veinticinco años representaban el período más fértil y
productivo de la literatura local. Allí se da una transformación socio-cultural
impresionante, la que devino como efecto del detonante demográfico de
principios de los ‘80 y de la traumática degradación social que provocó la
crisis del nuevo siglo (en particular, la tristemente recordada de 2001-2002).
Durante esa etapa se manifestó, no sólo en Neuquén, sino en todas las
provincias patagónicas, un vertiginoso desarrollo del capital literario,
abonado en sus comienzos por un imaginario colectivo de marcada orientación
utópica y fundacional, pero esencialmente motivado por un espíritu “cimarrón”;
término acuñado por el poeta y periodista Gerardo Burton. Lamentablemente, ese
dinámico capital literario: grupos auto gestionados, recitales abiertos,
difusión radial, narradores, dramaturgos, poetas, publicaciones, nuevos sellos
editoriales, espacios académicos dedicados a la producción literaria regional,
gestión de encuentros y festivales, etc., no se ha transferido al campo
educativo. Es decir que el eje planteado por este ensayo focaliza no sólo el despegue
y crecimiento del capital literario, sino que apunta al déficit que existe en
el espacio áulico, respecto de la obra producida por escritores locales.
En cuanto a la segunda parte de tu
pregunta, la respuesta es afirmativa, ya que finalicé un nuevo trabajo de
investigación, el cual responde a la temática que vengo desarrollando en el
plano de capacitación docente. Doy por hecho que el título es más que
elocuente: “Formar escritores para formar
lectores. El lenguaje poético en el aula”.
5 — ¿Y “Fauna terca”? ¿Cómo
está estructurada? ¿Hay alguna otra novela que preveas publicar? ¿Escribiste,
escribís cuentos y relatos?
RC — Si
tuviese que elegir uno de los momentos más tortuosos y terribles de mi vida, a
excepción de aquellos que tienen que ver con pérdidas de seres queridos, sin
duda pongo de relieve el servicio militar. Padecí ese infierno entre los años
1977 y 1978. Los peores del régimen dictatorial. Una experiencia traumática,
denigrante y de violencia macabra. Siempre supe que algún día escribiría sobre
ello. Pero sólo pude hacerlo treinta años después; una vez que elaboré los
duelos debidos y edifiqué defensas suficientes como para poder volcar en
palabras lo vivido. “Fauna terca” ofrece
una mirada cruda sobre la dictadura, pero enfocada desde el interior profundo
de la Patagonia. La trama concatena cincuenta años (1958-2008) de historia
argentina, relatada mediante la polifonía de personajes que habitan San
Agustín, el pueblo precordillerano donde transcurre la novela. Si bien no es un
testimonio biográfico, sí carga con un potencial ficcional que se atiene a
hechos literales de aquellos años de plomo. Una experiencia ardua, para nada
libre y epifánica como podría ser la creación de un poema. Pero, con todo, la
narrativa cuenta con otros tiempos y otras estrategias que también maravillan
al momento de componer mundos posibles.
Siguiendo con tu pregunta, sí, terminé la saga de esta novela, la cual
lleva por título “Todos tus huesos
apuntan al cielo”. Una forma de dar protagonismo a personajes secundarios
de “Fauna terca”, que cargan con un
potencial de vida que no podía dejar de lado y que articulan pasado y presente
a través de una mirada alternativa, a la distancia de lo sucedido en los ‘70.
Respecto de la cuentística y el
relato, no, no he experimentado esos géneros. Pero no descarto nada. Habrá que
ver qué cartas juega el destino. O, simplemente, la necesidad de poetizar el
mundo mediante otras formas.
6 — Hace unos diez años, en una
estancia —“Los Talas”— de la provincia de Buenos Aires, establecida en 1824, en
cuya biblioteca se conservan, por ejemplo, códices medievales del siglo XIII,
participaste con otros poetas de un encuentro informal de lecturas.
RC — Es así. Compartimos juntos aquella jornada, Eugenio Mandrini, Leonardo
Gherner, Horacio Marino, Laura Yasán, Samuel Bossini, Jorge Boccanera, Pablo
Anadón, Alejandro Archain, Emilce Strucchi, Carlos Juárez Aldazábal, Carlos
Surghi, el ya fallecido poeta y periodista Roberto Díaz… Fue una experiencia
riquísima, la cual espero poder repetir en un nuevo espacio rural. La
complicidad que otorgan las voces, la naturaleza, la historia, las joyas
bibliográficas y la sana complicidad entre poetas logra un clima y una
atmósfera de comunión incomparable. Me gusta pensar que es allí donde se revela
el verdadero espíritu poético. No tanto en la palabra impresa o en la lectura
misma, sino en esa constelación de energía que se entrecruza entre los
elementos convocados y que, al final del día, nos devuelve más luminosos, un
poco más sabios y en armonía con nosotros mismos.
7 — A la hora de escribir, ¿de qué proclividad o tendencia te cuidás más?
RC — Si tu pregunta refiere a la rigurosidad con
que encaro la escritura, obviamente, trato de no repetirme, de no contaminarme
con cadencias o giros falsos, de no caer en lugares comunes, de no adjetivar
por demás y, sobre todo, de no hacerlo al margen de la sensibilidad.
8
— ¿Coincidís con Nicanor Parra cuando afirma que Rubén Darío “fue un poeta alienado dentro de una
sociedad alienada. Darío ofrecía un estupefaciente al lector. El antipoeta le
arroja un balde de agua fría.”?
RC — ¿Qué difícil es batirse con un antipoeta, no?
Como tal, existe sólo uno y no hay forma de discutir principios si no es con
sus mismas armas. Pero como don Nicanor es un ejemplar único, magnífico e
inimitable, sería una falta de respeto arrogarse semejante atrevimiento.
Perderíamos la batalla sin atenuantes. Pero claro que sí, que un oportuno
baldazo de agua fría no le viene mal a ningún lector. Hasta me atrevería a
decir que es una estrategia pedagógica recomendada, en ese caso, claro. Ahora,
Darío también fue único y revolucionó el lenguaje poético desde un lugar del
mundo impensado para la época. Dentro del contexto alienado que alude Parra, la
poesía dariana fue esencial para que,
luego, las vanguardias latinoamericanas rompieran con ese encorsetado romántico
y abonaran un terreno que logró maravillas para la literatura hispanoamericana.
Desde Vallejo hasta Oliverio Girondo, pasando por el “negro” Celedonio Flores o
el mismo Vicente Huidobro, necesitaron que dicho precedente hiciera lo suyo
para que los sucesores alcanzaran la altura que hoy bien se merecen. Vale la
pena capitalizar lo saludable que se registra entre el estupefaciente y el
baldazo de agua fría. Y digo que vale porque todo suma al final del viaje.
9 — ¿Cuáles advertís que han sido los poetas clásicos y modernos que te
marcaron?
RC — Sin duda ni temor a equivocarme, César Vallejo
es el primero y con letras doradas que me marcó a fuego. Junto con él, y sin
compartir el género, acompañan Juan Rulfo y Dostoievsky. Y pegadito a éstos,
enormes poetas como Quevedo, Rimbaud, Raúl González Tuñón, Gelman, Alejandra
Pizarnik, Idea Vilariño, Gonzalo Rojas, Juan Carlos Bustriazo Ortiz, muchos,
muchísimos de los que ya no están físicamente y siguen vivos en relecturas.
Respecto de los contemporáneos/as y compañeros/as de ruta, me excuso de
mencionarlos porque, seguramente, me olvidaría de alguno/a, y ello no sería
justo. Sin embargo, quiero nombrar a dos que valoro sobremanera. Uno es el
italiano Valerio Magrelli, y el otro, el ecuatoriano Edwin Madrid, a quienes
leo con profundo placer y no dejan de embellecer su obra cada vez que abro sus
libros.
10 — ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con
la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?
RC — De maravillas con todos los fenómenos
climáticos. Más aún cuando acontecen sin previo aviso. Como el hecho de
despertarse y advertir que el cielo estrellado de la noche anterior es, al día
siguiente, un paisaje que se cubre bajo una nevada mágica. El espasmódico
centelleo de una tormenta eléctrica de verano. La plenitud del mediodía estival
sobre un lago. Un lenguaje que revela el humor del mundo. La excepción la
marcaría el viento. No hay cómo combatirlo. Afecta el ánimo. Apaga las voces. No
me gusta. Es un castigador que raspa la alegría.
La sangre, metaforizada en un verso,
ofrece visiones sorprendentes en el imaginario. En los hechos traumáticos de la
vida, la soporto, supero su impertinencia. Pero me remite de inmediato a los años
de la dictadura. No logro evitar esa asociación.
La velocidad, como un excelente
contendiente de la desidia y de la indiferencia. Me sumo a ella.
Las contrariedades… Bueno, es una
constante que obliga a no dar nada por seguro hasta que sucede.
11
— ¿Cómo ha sido el proceso de escritura del texto que da título al libro “Fenómeno natural”?
RC — Tengo la sensación de que siempre estoy
escribiendo el mismo libro y un único poema; pausado por los años y por el
trastocamiento de valores y afectos. Ahora, lo particular de cada uno es que,
generalmente, uno de los poemas es el que dispara el título del libro. En el
caso de “Fenómeno natural”, el texto
surge de una experiencia…
climática,
vamos a decir. Una tarde de octubre, mes por demás ventoso en la Patagonia,
tuve que dictar un taller en una escuela primaria, ubicada en un barrio marginal
de la ciudad de Neuquén. Típico vecindario con calles de tierra, descampados, y
recostado contra la barda (suerte de meseta árida). Ese día preferí tomar un
camino alternativo, casi una huella que bordea por lo alto. Y en un punto del
camino, hacia abajo, en un cañadón desértico, observé una casita construida por
maderas y chapas, aguantando el ventarrón de frío y tierra que se abatía contra
las cuatro paredes. Casi que se me antojaba pronosticar que tal chaperío,
pronto, sería descuartizado por una ráfaga. De pronto, la puerta se abre y una
nenita sale al temporal, apenas para rescatar a un pollito y guarecerse con él
por detrás de la casa, debajo del piletón de lavar. Imagen por demás suficiente
para que el poema tome forma por sí solo y procure, a pesar de la violencia del
mal tiempo, componer una experiencia amorosa.
12 — Releo las palabras que acompañan la
dedicatoria de “Veda negra” y me
conmuevo. Los destinatarios son Paula, Sabina, Lucio y Alejo.
RC — Se trata de mis hijos. A ellos va dedicado ese libro.
Cuando escribí “Veda negra” atravesaba
un momento de mucha confusión; afectiva, profesional y existencial. Estaba
realmente triste y frustrado en muchos aspectos. De manera que lo que volqué en
cada página llevaba parte de mi encarnadura, de las lágrimas, temores,
angustias, y también fuertes pasiones que me sacudían mal. Por entonces, mis
chicos eran pequeños. Pero sabía que el paso del tiempo se encargaría de
brindarles la luz necesaria para que, llegado el momento, esa voz fuera suya y
pudieran escuchar las palabras de ese padre que se parapetaba tras el poeta. Un
libro escrito para el futuro. Un mensaje de vida en clave de poesía. Veremos si
estoy en pie para cuando llegue el momento.
13
— ¿Acordarías con el poeta Juano Villafañe en que “Todas las vanguardias del siglo XX han sido determinantes en la
transformación poética por diversos motivos” y que “Quizás el surrealismo sea el movimiento que más ha impactado en la
historia de la poesía”?
RC — Acuerdo con ambas
posturas, desde luego. El hecho de asumir una actitud vanguardista significa
avanzar por sobre toda convención prescriptiva y, fundamentalmente,
experimentar a partir de lo que va descomponiendo ese mismo movimiento. Pero no
sólo la ruptura es lo que prevalece, sino que, valiéndose de esa
desfragmentación, la idea es re-construir y re-configurar la realidad a través
de nuevos lenguajes. Ahora bien, ¿cabría discutir el concepto estético en este
caso, o sólo el atrevimiento de irrumpir lo estructurado para lograr una forma
nueva es la esencia de la vanguardia? Basta poner de relieve lo que significó
el surrealismo (como merecido cachetazo cultural a la postguerra), para dar a
luz una mirada revolucionaria, en favor del lenguaje poético.
14 — Un sueño cumplido: viajaste a
Italia. ¿Y otros a cumplir…?
RC — Respecto de lo que rumorea la pasión por la palabra escrita, me gustaría
alcanzar las orillas del próximo libro y que, como hasta el momento, sea la
piedra de toque que me permita seguir viajando. No solo fronteras afuera. Todo
viaje es bienvenido y aleccionador por sobre cualquier otra enseñanza. Los
libros, además del capital cultural que ellos mismos representan, me han
servido como excusa para recorrer una buena distancia geográfica. Pero los
sueños más anhelados van más allá de mí. Se despegan y abrazan los deseos que
impulso en favor de quienes amo. Mis hijos y mis hijas, por sobre todas las
cosas. Parece una frase hecha o impostada si digo que los siento como una
proyección de éste mortal que encarno. Pero es así con todo el peso que ello
significa. Los siento como una proyección mía; deseando que superen todo “lo
poco de lo mucho” que desee para este que soy.
15 — ¿Tortuga gigante, oruga, anguila
eléctrica, rinoceronte o tigre de Bengala blanco?...
RC — El imaginario
bengalí me puede por sobre las otras opciones. Un tigre, desde luego.
16 — ¿Los recuerdos de la infancia son engañosos? ¿Los tuyos lo son?
RC —
Para nada. Bueno, no en mi caso. Guardo recuerdos infantiles que gozan de
envidiable salud. Poseo memoria fotográfica y diacrónica. Por sobre todas las
cosas, plenas de felicidad. Hasta los doce años viví en una antigua casa de
Almagro. De esas con zaguán, puerta cancel, pasillo con piezas que daban al
patio y macetones con malvones. Música de tango —siempre— y tranvía pasando por
la calle Medrano. Mis viejos, abuelos y tíos, ya que todos compartíamos la
misma vivienda, la peleaban día a día para traer un mango a la casa. No nos
sobraba nada. Pero tampoco nos faltaba nada. El tinenti, el fútbol callejero,
las comilonas de los domingos, todo el folklore barrial era una fiesta. Bello y
fiestero pasado que destaco como una fortaleza que aún empuja para no dejar de
mirar al frente.
17 — En lo que concierne a la crítica literaria, ¿cuáles —y no apunto
solamente a los actuales— son aquellos ensayistas que más valorás?
RC — Si comienzo por Aristóteles y su “Poética”, y continúo hasta el presente,
la nómina sería demasiado extensa. Pero si me permitís tomar como punto de
partida el siglo pasado, los latinoamericanos coparían la parada. Así, “sobre
el pucho”, pienso en Jorge Luis Borges, en Américo Ferrari, en Juan José Saer,
en Noe Jitrik, en José María Arguedas, en Hugo Verani, en Ángel Rama, en Octavio
Paz, en Josefina Ludmer, en Alicia Genovese, en mi maestra: Irma Cuña, y muchos
más. Variopinta la selección, ¿no? Pero también quiero poner énfasis en algunos
congeneracionales que bien merecen ser sumados a la partida. Jorge Boccanera,
por ejemplo: grandísimo poeta, al que destaco como prolífico ensayista. Ser
humano que admiro por sobre el artista. Principalmente por el vasto y meticuloso
conocimiento que tiene del universo poético latinoamericano. Al margen del
notable trabajo que ha llevado a cabo con la obra de Juan Gelman, sus
publicaciones nos permiten conocer autores que, tal vez, en los escritos de
otros estudiosos no los hallaríamos.
A la par de Boccanera,
otro de mis predilectos es Sergio De Matteo: escritor e intelectual brillante.
Uno de los ensayistas y conocedores del panorama poético argentino más
apasionados que conozco. Talentoso y perseverante en la materia. Jugado y
quirúrgico a la hora de aplicar una mirada crítica (¡ojo!, digo crítica, no
criticona), cuando de análisis literario se trata. Disfruto mucho al leerlo
porque además de contagiar entusiasmo aporta esa cuota de conocimiento que
ayuda a ver más allá de lo que el discurso trama. Y como para triangular el
conjunto, no quiero olvidarme de Osvaldo Picardo. Fino, finísimo estudioso del
tema. Un esmerado especialista que aporta, en cada una de sus intervenciones,
un caudal teórico de alta factura. Chapeau
a todos ellos.
18 — A la luz de tu
experiencia como lector y como narrador: ¿de qué características o ingredientes
o circunstancias no debe carecer una novela? ¿Hay novelas (¿cuáles?) que valores,
aunque te hayan dejado indiferente?
RC — Lo que pasa es que cuando leo no puedo
sustraerme al potencial poético que promete el libro que tengo entre manos.
Parto de ese principio para ponerme en situación. Pero en el caso de la
narrativa, tomo muy en cuenta la alteración sintáctica que plantea la trama; el
juego cómplice que invita al lector a formar parte de ese complot. Como también
lo que no se “dice” literalmente en la historia. Me gusta la sutileza, lo que
se sugiere entre líneas, pero no se muestra en el discurso. Y al mismo tiempo,
la espontaneidad de lo mínimo e indispensable, de lo frontal, pero sin toques
retóricos recargados. Cité con anterioridad a Juan Rulfo, un ENORME poeta de la
novelística latinoamericana. Pero también Antonio Di Benedetto, Juan Carlos Onetti,
Alejo Carpentier, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Las grandes plumas
de la Patria Grande abonan esa manera de volver maravilloso lo que disimula la
cotidianeidad. Y ahí está la poética del asunto. No descubro nada con lo que
digo, pero me gusta detenerme en estos aspectos cuando pienso en los
“ingredientes” que no deben faltar en una novela.
¿Libros que valoro,
aunque me hayan dejado indiferente?... Sí, “En
busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust, es uno de ellos. Una obra
mo-nu-men-tal pero que no llegó a conmoverme. Algo parecido me pasó con André
Gide. Reitero y tomo lo que formulás en tu pregunta: son obras de alta factura
pero que, en mi caso, no generaron impacto emocional.
19 — “Es muy probable que los premios
literarios hayan sido creados por algún demiurgo sarcástico para subrayar la
carcajada con que el tiempo se venga de las certidumbres. En todo caso, los
premios sirven para otear desde ellos el panorama, y, avergonzado, uno se
pregunta cómo es posible que, lo que hoy parece tan evidente, ayer pudo parecer
siquiera dudoso.” Así comienza el prólogo que el
chileno José Donoso concibiera para la novela “El astillero” del uruguayo Juan Carlos Onetti. ¿Qué te generan
esas líneas introductorias?...
RC —
Los intríngulis y suspicacias que arremeten desde las sombras de los
premios literarios existieron, existen y existirán siempre. Pero como bien
traés a colación a través de las palabras de Donoso, el tiempo —ese inefable
juez todopoderoso— es quien determina a la larga qué obra trasciende por su
legítimo valor literario y no por un circunstancial acuerdo de jurados. Tomemos
en cuenta que los libros más reconocidos de la literatura universal
trascendieron más allá de los premios. Por ejemplo, el “Martín Fierro”, sin ir más lejos. O “Don Quijote de la Mancha”. O la poesía barroca de Luis de Góngora,
revalorizada trecientos años después gracias a la generación del ‘27. Los
premios, cuando son lanzados con el afán de descubrir valores y promover obras
dignas de difusión, son saludables y bienvenidos. De hecho, cientos, miles de
escritores y escritoras han alcanzado sus primeras ediciones gracias a esta
posibilidad; más aún en nuestro país, donde una publicación de corto tiraje y
diseño austero cuesta una fortuna. No cabe duda de que los concursos literarios
son un estímulo para quien lo logra. Pero creo que la respuesta final va
implícita en tu pregunta y en la cita de Donoso: algunos premios podrán
disimular la carcajada de algún demiurgo sarcástico, pero, en definitiva, el que
manda es el Tiempo.
*
Ricardo
Costa selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
Mundo terrible la geometría.
Todo lo
que resta es un círculo,
una
línea volviendo a su origen,
una
figura creada para sabernos
sobre
un espacio seguro.
Todos
contemplamos la redondez
de esa
línea, pero festejamos el vacío,
no la
línea.
Así
nosotros: un punto sobre otro.
Imprudente
ciencia, dicen, y alguien
olvida
la luz; ama la sombra que borra.
Entonces
la geometría estalla.
(de “Teatro teorema”)
*
FÍSICA BÁSICA
El lanzamiento de una piedra
acaba con la vida de una distancia
determinada.
Un poema cumple con el mismo objetivo:
acabar con la vida de un tiempo
determinado.
La piedra, una vez detenida, ignora
el significado de la distancia.
Una vez en vuelo, el poema es una curva
que se cierra sobre sí misma.
(de “Danza curva”)
*
PUNTOS DE VISTA
La forma
más sencilla de celebrar una fundación
es marcar
un punto junto al vacío.
Un punto es una partícula del todo imponiéndose
sobre la nada.
Un punto establece el origen de todas las formas
que caben en el universo, y el universo se mueve
sobre una sucesión de puntos encadenados
en el espacio.
Sobre uno de estos puntos estamos nosotros,
abrazándonos y girando en un vacío que nos mantiene
flotando sobre un silencio absoluto.
Pero lo mejor de esto no es el silencio ni lo
absoluto.
Lo mejor de esto es que nadie sabe que flotamos
porque obedecemos una ley fundamental.
Creo que ese es el punto: flotar abrazados a la idea
de la nada
mientras los cuerpos se mueven y la fundación se
convierte
en un acto de amor junto al vacío.
(de “Veda negra”)
*
UNA NARANJA
El cuchillo recorta circularmente la naranja
bajo su cáscara.
Hace correr el jugo entre el filo y la pulpa,
marcando el cauce de un camino líquido
que rodea a la fruta para venirse a tu mano.
Viéndote ejecutar esa maniobra, pienso que
algo terrible ocurriría con mi corazón
si tu apetito cayera en desgracia.
Ese movimiento giratorio, ese descascarar
en crudo para llegar al brillo de la pulpa,
daría con la parte más débil de un hombre
y la desnudez de su sangre brotaría hasta
manchar sus ojos de la manera más vergonzosa.
La diferencia la marcaría el ángel que mueve
tus manos.
Porque la fruta gira entre tus dedos para que
su carne se abra por entero a la luz.
En cambio, un corazón se pudre si no se lo corta
en el momento preciso.
Queda dudando lejos, cavado en una ruina oscura,
a treinta y cinco centímetros por debajo
de la boca.
(de “Mundo crudo”)
*
BUENA SALUD
Mi abuelo
decía que cuando fuera grande, lo que dejara en el plato
se me volvería
flacura en los huesos.
Ahora tengo
hambre y hace cuatro días que no me afeito,
seis que no
paso por la panadería y diez que he dejado de correr
el colectivo
para llegar a tiempo a tu casa.
Cuando me
quedaba con el abuelo siempre descartaba el puré,
la acelga y el
zapallo hervido.
Porquerías que
a los chicos nos amargaban la vida.
Claro que se
extraña la dura mirada del abuelo. Y también la tuya,
la que no
pedía que me alimentara, sino que comprendiera
que el deseo
perfecto es aquel que nos mantiene pendientes
del apetito
del otro.
Junto al
teléfono quedó una galletita magra y medio vaso de yogur.
Vale decir que
no hay motivo para el sacrificio, ya que nadie fallece
por
arrepentimiento tardío.
No conozco un
solo caso de muerte por desobediencia al abuelo.
Pero me
preocupa lo que podría destruir el dolor cuando ya
no queden
fuerzas para llevarse nada a la boca.
Parece que sí,
que la tristeza es un hueso que nunca se dejará comer,
que siempre
estará allí, en un plato con restos del almuerzo
y a la espera
de tu llamado.
(de “Fenómeno natural”)
*
FENÓMENO NATURAL
En esta parte
del mundo el viento entristece la luz.
Cada vez que
sopla contra la casa, nada parece merecer
la más mínima
contemplación.
Yo pensaba que
una familia entera estaría abrazándose
ahora mismo
bajo las cobijas, rogando por la clavadura
de las chapas
contra el techo.
Ruedan
botellas entre los yuyos y se desgaja la ropa colgada.
Un pollo
escapa y resiste bajo el piletón de lavar.
Todo el
aliento muerto de la miseria se ahoga contra esas
cuatro
paredes.
Sin embargo,
en apoyo oblicuo contra el viento,
la hija sale
de la casa, se acurruca junto al pollo
y comienza a
cantarle suave.
A pesar del
temporal, ella cree que el amor es un fenómeno natural
que habita en
lo más pequeño de la estepa.
Por eso abraza
al animal y se convence de que la brutalidad del aire
es un mundo
vacío que va muriéndose de a poco.
(de
“Fenómeno natural”)
*
Entrevista realizada a través del
correo electrónico: en las ciudades de Neuquén y Buenos Aires, distantes entre
sí unos 1.100 kilómetros, Ricardo Costa y Rolando Revagliatti.
La sumatoria de palabras no es poesía.
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