SANTIFICARÁS LAS FIESTAS
Dicen que si los deseos se cuentan no se cumplen,
pero el catecismo le habían enseñado que la Virgen intercede por nosotros y que
hay que pedirle a Dios y a todos los santitos. Por eso se los contó al Padre
Francisco.
―No, Blanca… Eso es pecado, pecado grande. El
noveno mandamiento dice: “No consentirás pensamientos ni deseos
impuros”.
―Es que no puedo evitarlo, padrecito. Además recién
vamos por el de no robar y yo no robo. Y el de no mentir, que creo es el
octavo… Sí, a los demás me los sé a todos de memoria.
―Tenés que ser fuerte, rezá tres Ave María y cinco
Padre Nuestro ―Sucede que Blanca ya no es tan chica, juega cada vez más seguido
para pintarse las uñas de rojo y cada vez menos a treparse a los árboles o a buscar
huevos tibios al gallinero del fondo cuando va a la casa de la abuela, por eso
Padre Francisco la comprende―. A ver, chiquita, ¿qué más?
―Y… al cuarto me parece que no lo cumplo, pero
porque no puedo. O lo cumplo a medias. No puedo honrar a mi madre. La odio. Y a
papá cómo voy a honrarlo si no lo vi más. Además qué me importa. ¿Sigo con los
deseos o los mandamientos? Lo que pasa es que…
―¡Por Dios! La muerte no se le desea a nadie. Mucho
menos a uno mismo.
―Es que es lo que quiero. Y lo quiero de verdad.
Con toda mi alma lo quiero.
―No, no. Nada de eso. Eso también es faltar al
quinto mandamiento. Ay, mi querida ―le dice el cura, pero ella sabe que no la
quiere, y que no le van a alcanzar ni diez rosarios enteritos el día de los
misterios dolorosos.
―Yo sí sé lo es dolor ―lo interrumpe ahora ella por
primera vez―, lo sé porque me duele. Aunque no sangre como Jesús. Me duele y
mucho. Por eso lloro. Mamá dice que yo nunca lloro y que si lloro es dormida.
Que a lo mejor es porque lo extraño, y que no va a volver, ni Dios permita,
dice. Por eso quiero a morirme, Padre, y quiero morirme ahora. Antes quería
morirme cuando me sacaba las trenzas, cuando acariciaba el pelo y me bañaba… Yo
lloraba, usted lo sabe, pero eso era antes, Padre... cuando no había aprendido
el sexto todavía.
―Pero ahora lo sabés…
―Sí, y apenas lo supe se lo conté a mamá. ¡Y
entonces mamá lo echó! Por eso la odio. Usted es mediador entre Dios y
los hombres, ¿no? entonces haga que vuelva. Yo necesito que vuelva… Y si no que
se muera también. Y me importa un pito que sea mi padre. O que sea pecado
querer morirme si él no va a volver a decirme mi chiquita…
―Hijita, volvamos a los mandamientos, por Dios…
―Primero: Yo no soy su hija. Y si Dios es mi padre,
entonces mi Padre es dios ¿A ver? cómo era el primer mandamiento? Amarás a Dios
sobre todas las cosas ¿no era ese? ¿Ve cómo aprendí todo, Padre? ¿Ve como
cumplo? Yo amo a papá.
―Levantate, Blanca, estás blasfemando. O pedile
perdón a Dios.
La torta de cumpleaños resplandece. Pero apenas acabado
el canto, mientras todos están todavía gritando: ¡Pedí tres deseos! Che,
déjenla pensar. A ver… qué pediste, Blanquita se arranca los moños de las
trenzas. Enseguida la madre la zarandea del brazo. “Vos siempre dando
disgustos” ... Los invitados, perplejos pero tratando de suavizar la situación,
comentan: No entiendo por qué te pones tan mal, es cosa de chicos. Blanquita,
tenés que entender que mamá está enferma de los nervios, dale, que no se haga
mala sangre. Pedile perdón, vamos, pedile perdón a mamita
¿Pedir perdón? Ella sólo le pide perdón a Dios. Y
Dios está en las alturas.
Blanca se suelta del apretón de la madre, sale
corriendo hacia el ascensor y marca el noveno piso. Blanca sube corriendo la
última escalera hasta la terraza y mira el cielo también por última vez.
Perdoname papá…
Abajo la sangre. Mala sangre. Muy mala.
No hay comentarios:
Publicar un comentario