Galope al cielo
Rústico camino, pisoteado por los estúpidos canallas sin sentimientos,
son fríos como el hielo.
El granjero se esfuma rápidamente por ese trecho polvoso, rumbo a su
cascada de agua y a su oasis de frutos deliciosos. Pero, un llanero de
pelo rubio y sombrero largo, silbando y tarareando una canción, sumergida en
penas muy bien musicalizadas...
La ley lo persigue ¿Será por andar merodeando de pueblo en pueblo sin propósito
alguno? No. Su madre le dijo una vez: -Hijo mío, ya estoy a punto de depositar
mi alma en el cielo, antes de que mi cuerpo y mi voz se encierren en el
silencio eterno de una tumba fría, júrame que cuidarás bien del querido caballo
Frido, es lo único que te dejo de herencia.
Tanto fue el penar de este hombre, no había trago tan fuerte que borrará
su tan mala desdicha, decidió entonces acoger al querido Frido, lo bañaba cada
día a las tres de la tarde, paseaba de pueblo en pueblo con sus ojos cansados y
su muda autoestima.
Tantas aventuras coleccionó con este noble amigo equino que lo
consideraba como una parte de su alma.
Llegó un día en que el río de juventud y movilidad corporal dejó de
fluir en él, ya solía estar sentado en su humilde choza y llorando, de ya no
poder haber hecho más, se quedaba dormido.
En la noche se asomó su madre en forma de blanco ángel celestial y le
dijo: -Es hora de tu última cabalgata. súbitamente, el hijo, obediente a la
petición de su madre, ensilló a Frido y se montó en él, a lo que su madre le
manifestó: -Ya es hora, corre hijo... corre conmigo. -¡Arre, Frido! ¡Arre! -Le
decía el hombre, emocionado por ver a su progenitora. Fue galopando rápidamente,
como un rayo y sin darse cuenta, terminó por subir y subir allá arriba, donde
las oscuras emociones no tienen lugar.
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