1982, la guerra y los sueños.
Le intrigaba la Isla de Pascua, chilena.
Quería conocer, especialmente, el cráter del Rano Raraku, el volcán.
En el colegio había leído la historia de
esa misteriosa isla y su extraño lugar. No era fácil visitarla, sola y perdida en medio del mar.
Pero ahora, él, conscripto argentino
debía partir a otro lado. A otras islas. Era un simple soldado, y debía ir a
combatir.
Su madre lo abrazó con todo su amor. Lo
besó mil veces.
—Luchar y vencer —dijo,
mientras quería llorar, pero no debía hacerlo—. El cráter del Rano Raraku te está esperando. ¡Habrá paz!
Con su regimiento desembarcó en las
Islas Malvinas y combatió desesperadamente.
Un día, todo se tiñó de rojo. Sentía
manar sangre de su pecho y un dolor espantoso.
Lo llevaron a un hospital de campaña, el dolor
no lo abandonaba.
Quería cantar, quería pensar en otra
cosa, pero no podía. La fiebre lo hacía delirar.
¿Había algo bueno ahí o todo era malo?
El médico le hablaba compasivamente y la
enfermera lo ayudaba. Pero el dolor
crecía. Y el doctor, evidentemente, nada podía hacer.
Una mañana, parecía tener menos fiebre,
y oyó la mala noticia: su gente se había decidido a aceptar el cese de
hostilidades. Era 14 de junio de 1982. Era el triste final de la guerra de
Malvinas.
No supo todo lo que el enemigo siguió
haciendo a pesar del cese del fuego.
Se sentía cada vez peor. ¿Para qué había
combatido?, ¿para esto?
A
cada momento se llevaban un soldado muerto. Total…
Se sentía muy mal. Tenía coraje, pero
venía la muerte. ¿Sería así?
Era 17 de junio. Repentinamente, no sintió más
dolor.
Estaba de pie. Supo que estaba frente al
cráter del Rano Raraku.
¿Cómo había llegado a ese lugar?
El cráter era espectacular. Se veía muy bien
la laguna y flores asomadas a ella.
Pero, ¿cómo?
Vio a su lado a un joven rubio vestido
con una extraña túnica blanca. ¿Quién era? El joven miraba el cráter, y cuando
se giró para verlo bien, recordó a alguien. Tenía los rasgos de alguien que él
conocía. Los rasgos del ángel pintado en un Altar lateral de su Parroquia.
Pero, claro no podía ser, sería una ilusión provocada por el sol. Siguió
mirando al cráter, el joven le tomó la mano.
—Tenemos que irnos —dijo.
Y
comenzaron a elevarse alto, muy alto. Volvió a mirar a su compañero y vio que
tenía alas.
Comprendió, y sintió una gran paz.
Siguieron elevándose. Recordó a su
madre, y sintió que estaría bien.
Y
se fue en paz, a pesar de todo.
Un relato muy conmovedor. Me encantó leerlo. Felicitaciones, Mercedes.
ResponderEliminarHermosos los cuentos de mercedes!
ResponderEliminarHermoso cuento. Interesante por su belleza y melancolía. Felicitaciones Mercedes
ResponderEliminarMe encantó tu relato Mercedes. Excelente!!!!!Te fellicito!!!!!!
ResponderEliminarQ lindo y conmovedor cuento!!! Te felicito!! No conocia esas dotes!!!👏👏
ResponderEliminarUn cuento muy emotivo
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