Foto: Alejandro Pi-hué |
Las copas de los árboles
Fue un desgarramiento
Una enorme vergüenza
Tomar conciencia de la destrucción
Que el estar solo
Había producido en mí
Me invadió un terrible cansancio
Al pensar
Que acababa de nacer
(En cierto modo)
En vísperas de mi muerte
He imaginado incluso entrever algo
De la progresiva extinción
De mi lengua materna
De sus sonidos
De año en año menos audibles
Que permanecen aún
Como una especie de arañar
O golpear
De algo encerrado
Mi sueño no se interrumpió
Con el primer despertar
Continuó hasta condensarse
En una pesadilla...
Casanova pasó los últimos años de su vida
En el centro de una comarca devastada
Vi al viejo inclinado sobre su escritorio
En una desolada tarde de diciembre
Había dejado a un lado la peluca empolvada
No se oía más que el raspar de la pluma sobre el papel
Mi visión (como en un film)
Saltaba del detalle de su trazo
A la subjetividad de su mirada
Que era a un tiempo suya y mía
Escribíamos una novela “futurista”
Que se prolongó (como mi sueño)
Hasta alcanzar cinco volúmenes:
El “Icosamerón”
“Donde antes hubo caminos...
Donde trajinó gente laboriosa
Corrían zorros
Y algunas aves volaban
De arbusto en arbusto
En un gran espacio vacío”
Federica se quejó de un fuerte dolor
Detrás de los ojos
Que la atormentaba desde la mañana
Recostada en la penumbra en su sillón
Me habló con un hilo de voz...
-El año pasado fuimos desde aquí a Marienbad.
¿Y esta vez, a dónde iremos?
Esa reminiscencia, que al principio no entendí
Comenzó pronto a preocuparme
Sentí el acecho de todos los males del mundo
En esa nuestra postrer demora
La obesidad, la pesadez, la inercia intestinal
La cirrosis
La hipocondría del bazo
Las enfermedades del riñón y de la vejiga
Las inflamaciones glandulares
La debilidad del sistema nervioso
La flojera
Los temblores de miembros
Diversas parálisis
Y toda afección patológica imaginable
A través del resplandor del atardecer
En la ventana
Veía la aurora incandescente
Que luego se extendió por la otra orilla
Y pronto encendió el cielo entero...
Si en mis paseos por la ciudad
Miro uno de esos patios tranquilos
En los que (desde hace decenios)
Nada ha cambiado
Siento casi físicamente
Como la corriente del tiempo
Se desacelera
Todos los momentos de mi vida
Me aparecen entonces reunidos
En un solo espacio
Como si los acontecimientos futuros
Existieran ya
Y solo aguardaran que nos presentemos
(De una vez por todas)
En ellos
En una de estas caminatas
En un cercado sin hierba
Una familia de ciervos
Que desplegaba su hermosa armonía
Nos observó detenidamente
Federica dijo que los animales encerrados
Y nosotros (su público humano)
Nos mirábamos a través de una brecha de incomprensión...
Al andar parecían flotar
Como si sus pezuñas no tocaran el suelo
Sus cuerpos se habían vuelto borrosos
Se fundían y disolvían en un blanco
Como de marfil, salpicado de manchas negras
En los armarios de cristal del Museo de Ciencias Naturales
Encontramos un lechón neonato seccionado
Cuyos órganos se habían vuelto transparentes
Y ahora flotaban en el líquido que los rodeaba
Un pez sierra que se escurría en las profundidades
Como una gota borrosa en el espejo de un laboratorio
Y el feto azul pálido de un caballo
Bajo cuya delgada piel el mercurio inyectado
Había formado extraños dibujos
Vimos también corazones encogidos
E hígados hinchados
Árboles respiratorios de color herrumbe
Terneros de dos rostros y dos cabezas
Un ser humano cuyas piernas unidas
Le daban aspecto de sirena
Una oveja de ocho patas
Y otras figuras aterradoras
En la sala de lectura
(Que a esa hora se vaciaba paulatinamente)
Comenzamos una larga conversación
Casi susurrada
Sobre la progresiva extinción
De nuestra capacidad cognitiva
Paralela a la proliferación de desinformación
En nuestro entorno
Y sobre el evidente colapso de la actual civilización
Siempre tuve allí arriba la impresión
De que abajo
Silenciosa y lentamente
La vida se pulverizaba
Que el cuerpo de la ciudad
Estaba invadido
Por una enfermedad oscura
Que proliferaba ya bajo la tierra
Las copas del bosquecillo de pinos
Que desde aquella altura
Nos habían parecido tierra musgosa y verde
Eran ahora un cuadrado
Uniformemente negro
Volando como una luciérnaga
En torno a Federica
(Con la lejana intermitencia de un faro)
Alcanzaba a ver
En el reflejo de sus ojos
Como el cielo y la tierra
Ya no podían separarse
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