viernes, 22 de octubre de 2021

Eduardo Magoo Nico/Octubre de 2021

Foto: Alejandro Pi-hué

Las copas de los árboles

Fue un desgarramiento

Una enorme vergüenza

Tomar conciencia de la destrucción

Que el estar solo

Había producido en mí

Me invadió un terrible cansancio

Al pensar

Que acababa de nacer

(En cierto modo)

En vísperas de mi muerte

 

He imaginado incluso entrever algo

De la progresiva extinción

De mi lengua materna

De sus sonidos

De año en año menos audibles

Que permanecen aún

Como una especie de arañar

O golpear

De algo encerrado

 

Mi sueño no se interrumpió

Con el primer despertar

Continuó hasta condensarse

En una pesadilla...

Casanova pasó los últimos años de su vida

En el centro de una comarca devastada

Vi al viejo inclinado sobre su escritorio

En una desolada tarde de diciembre

Había dejado a un lado la peluca empolvada

No se oía más que el raspar de la pluma sobre el papel

Mi visión (como en un film)

Saltaba del detalle de su trazo

A la subjetividad de su mirada

Que era a un tiempo suya y mía

Escribíamos una novela “futurista”

Que se prolongó (como mi sueño)

Hasta alcanzar cinco volúmenes:

El “Icosamerón”

 

“Donde antes hubo caminos...

Donde trajinó gente laboriosa

Corrían zorros

Y algunas aves volaban

De arbusto en arbusto

En un gran espacio vacío”

 

Federica se quejó de un fuerte dolor

Detrás de los ojos

Que la atormentaba desde la mañana

Recostada en la penumbra en su sillón

Me habló con un hilo de voz...

 

-El año pasado fuimos desde aquí a Marienbad.

¿Y esta vez, a dónde iremos?

 

Esa reminiscencia, que al principio no entendí

Comenzó pronto a preocuparme

Sentí el acecho de todos los males del mundo

En esa nuestra postrer demora

La obesidad, la pesadez, la inercia intestinal

La cirrosis

La hipocondría del bazo

Las enfermedades del riñón y de la vejiga

Las inflamaciones glandulares

La debilidad del sistema nervioso

La flojera

Los temblores de miembros

Diversas parálisis

Y toda afección patológica imaginable

 

A través del resplandor del atardecer

En la ventana

Veía la aurora incandescente

Que luego se extendió por la otra orilla

Y pronto encendió el cielo entero...

Si en mis paseos por la ciudad

Miro uno de esos patios tranquilos

En los que (desde hace decenios)

Nada ha cambiado

Siento casi físicamente

Como la corriente del tiempo

Se desacelera

 

Todos los momentos de mi vida

Me aparecen entonces reunidos

En un solo espacio

Como si los acontecimientos futuros

Existieran ya

Y solo aguardaran que nos presentemos

(De una vez por todas)

En ellos

 

En una de estas caminatas

En un cercado sin hierba

Una familia de ciervos

Que desplegaba su hermosa armonía

Nos observó detenidamente

Federica dijo que los animales encerrados

Y nosotros (su público humano)

Nos mirábamos a través de una brecha de incomprensión...

Al andar parecían flotar

Como si sus pezuñas no tocaran el suelo

Sus cuerpos se habían vuelto borrosos

Se fundían y disolvían en un blanco

Como de marfil, salpicado de manchas negras

 

En los armarios de cristal del Museo de Ciencias Naturales

Encontramos un lechón neonato seccionado

Cuyos órganos se habían vuelto transparentes

Y ahora flotaban en el líquido que los rodeaba

Un pez sierra que se escurría en las profundidades

Como una gota borrosa en el espejo de un laboratorio

Y el feto azul pálido de un caballo

Bajo cuya delgada piel el mercurio inyectado

Había formado extraños dibujos

 

Vimos también corazones encogidos

E hígados hinchados

Árboles respiratorios de color herrumbe

Terneros de dos rostros y dos cabezas

Un ser humano cuyas piernas unidas

Le daban aspecto de sirena

Una oveja de ocho patas

Y otras figuras aterradoras

 

En la sala de lectura

(Que a esa hora se vaciaba paulatinamente)

Comenzamos una larga conversación

Casi susurrada

Sobre la progresiva extinción

De nuestra capacidad cognitiva

Paralela a la proliferación de desinformación

En nuestro entorno

Y sobre el evidente colapso de la actual civilización

 

Siempre tuve allí arriba la impresión

De que abajo

Silenciosa y lentamente

La vida se pulverizaba

Que el cuerpo de la ciudad

Estaba invadido

Por una enfermedad oscura

Que proliferaba ya bajo la tierra

 

Las copas del bosquecillo de pinos

Que desde aquella altura

Nos habían parecido tierra musgosa y verde

Eran ahora un cuadrado

Uniformemente negro

 

Volando como una luciérnaga

En torno a Federica

(Con la lejana intermitencia de un faro)

Alcanzaba a ver

En el reflejo de sus ojos

Como el cielo y la tierra

Ya no podían separarse

 

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