RECURRENCIAS
En los días de junio del año 2020, en plena pandemia de contornos bíblicos que ha ganado el planeta, muchas circunstancias y situaciones han cambiado.
No intentaré abordar ningún aspecto catastrófico y consecuencias dramáticas que miles de habitantes viven y padecen y que tantos medios de comunicación, especialmente televisivos, han tratado y tratan con cifras horrendas de separaciones, muertes y tratamientos médicos siempre insuficientes.
Simplemente diré que algunos de mis sueños recurrentes han cambiado. Supongo que alguien volvería a decirme que debo analizarme ante tales recurrencias pero, como tantas otras veces, sólo acudiré a escribir algunos párrafos.
Reconozco que varios de mis sueños han sido bastante comunes y que muchas personas los han tenido:
-Tratar de correr velozmente hacia una meta o destino que nunca se alcanza.
-Tratar de nadar en aguas peligrosas, profundas y turbias.
-Llegar tarde a un examen y no poder resolverlo…
Sin embargo opino que he tenido exclusividad con una especialidad recurrente que trataré de resumir:
En mi sueño vuelvo a mi antiguo empleo administrativo, en una vieja sucursal bancaria, durante los años 1970/1980, cuando las herramientas de trabajo eran lápices, bolígrafos, planillas, libros, papel carbónico, máquinas de escribir, alguna calculadora eléctrica, algo de memoria y muchas horas.
La situación que se sucede casi siempre es idéntica: es fin de mes, el banco cerrará a las quince horas y sé que tengo hasta las 18,30 para completar un informe complejo y atiborrado de números que no deben equivocarse. Llamamos a la planilla “la 2074” y debe contener cifras correspondientes al detalle de rubros prestables con proyecciones para el mes siguiente, que requieren cálculos muchas veces rayanos en la clarividencia o en la adivinanza.
“La 2074”, es de tamaño tabloide y debe ser integrada por cuadruplicado, al carbónico, sin errores, enmiendas o raspaduras, controlada y firmada por contador y gerente, para ser enviada, al cierre de la correspondencia del día, hacia la gerencia zonal y hacia las oficinas contables de la Casa Central.
Entre medio, en mi sueño, como ha sucedido en la realidad, surgen otras tareas, hay balances con diferencias en el cierre mensual, llamados telefónicos, otras demandas urgentes… mientras el tiempo se agota y los reclamos por “la 2074” lista arrecian y amenazan con sanciones…
He escrito antes que en plena pandemia, producida por un virus perfecto en estructura y función, muchas cosas han cambiado, entre ellas mi sueño con plazo perentorio para confeccionar y enviar en tiempo y forma “la 2074”.
El escenario ahora es completamente distinto: He llegado a un supermercado, en mi día autorizado para salir en medio de la cuarentena, según el número impar de mi documento de identidad.
Al llegar me han tomado la temperatura con un termómetro digital apuntado hacia mi frente y me han colocado alcohol en gel en mis manos, mientras tanto, el barbijo me molesta, máxime si trato que mis lentes no se deslicen de mi nariz.
Miro el pequeño listado de productos a comprar, no son muchos pero debo recorrer varios pasillos de góndolas para ubicarlos en el menor tiempo posible porque debo confesar que me aterra cualquier contacto inesperado que pueda contagiarme.
Intento mantener la distancia aconsejada con otras personas pero la cuestión se complica en la sección verdulería, donde los clientes tratan de elegir según calidad y precios. Me siento inquieto y trato de apurarme sin olvidarme de nada, sin embargo el olvido sucede invariablemente y recién reparo en ello al llegar a la hilera de cajas.
Con mi desconfianza a cuestas, quiero apurar el trámite de pago, pensando qué resultará más seguro: si usar dinero en efectivo o el plástico que después deberé desinfectar.
Al llegar a mi casa, siempre tengo dificultades al sacar las compras del auto: envases que se resbalan, cartones inseguros, productos que pueden derramarse o romperse.
Luego de limpiarme la suela de mis zapatos con agua clorada, separo los productos, descarto bolsas de plástico, desinfecto con alcohol ciertos envases y con agua lavandina aquellos impermeables. Los alimentos frescos requerirán tratamiento más riguroso antes de ingresarlos a la heladera y así será una y otra vez…Limpiar, desinfectar, volver a limpiar…
Cuando creo que la tarea ha concluido, comienzo a repasar los hechos, tratando de encontrar errores u omisiones, fruto de mi apuro, y el sueño se hace agobiante…
Ya despierto, pienso en mi próxima salida de compras, cuando deberé repetir el ritual y llega a mi memoria el recuerdo del cuento escrito en la década de 1950, por el maestro Ray Bradbury “La fruta en el fondo del tazón”, cuando un asesino trata de limpiar sus huellas digitales en una casa enorme, donde ha cometido el crimen, mientras el tiempo para su fuga se agota y vuelve a limpiar una y otra vez lo ya limpio:
“…aparecieron sobre el marco del cuadro, el tazón de fruta, el cadáver, el piso…Las huellas cubrían el cortapapeles, los cajones abiertos, la superficie de la mesa…Huellas, huellas, huellas, en todo, en todas partes…”
“…Frotó el piso furiosamente, furiosamente, hizo rodar el cuerpo y lloró sobre él mientras lo limpiaba…Se incorporó y se acercó a la mesa y limpió la fruta en el fondo del tazón…Con una escoba quitó las telas de araña del cielo raso y limpió la fruta en el fondo del tazón y lavó el cuerpo y los pestillos y la platería…Y, en todas partes, con una furiosa y mecánica intensidad, sonaban los relojes…”
Suelo preguntarme ¿qué es lo dramático de mis sueños? Quizás nada sea la respuesta: Sólo el tiempo que fluye inevitablemente, impiadosamente, generando siempre una sorda y velada amenaza.
En mi sueño recurrente transcurrido en el mercado, sé que algún error he cometido y en mi realidad lo sospecho también. Presiento que algo he omitido al limpiar o desinfectar, alguna superficie plástica y lisa, algún pliegue material o un roce involuntario que pueda haber atraído una partícula del ARN letal…Del temible retrovirus, cuya implacable capacidad de replicarse, secuenciada en un alfabeto genético muy simple de cuatro bases nitrogenadas “A,U,C, G.”, está siempre lista para desencadenar en nuestro complejo organismo humano, una cascada de reacciones inmunológicas tan exagerada, que seguramente me matarán en una tormenta primaria y antiquísima de eventos inflamatorios.
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