Noche Fría
Marcia lloraba sin parar. Hacía apenas unas horas había muerto su madre y no comprendía cómo le pudo haber pasado esto a una mujer tan joven que destilaba salud, que no fumaba ni bebía. Hacía más de veinte años que su padre la había abandonado, dejándola sola con una niña de ocho años y sin dinero. Él era el único sostén de la familia, pero su madre jamás se rindió. Sola y con su hija al hombro consiguió un trabajo y logró que nunca faltara nada en la casa. Mantener en condiciones la casa y el jardín, el lugar preferido de su madre, demandaba mucho trabajo, sobre todo viviendo sola.
Como todas las semanas, Marcia fue aquella tarde a visitarla para tomar el té y allí estaba, caída en el jardín sobre una manta de nieve. La encontró con su pantalón rojo y su viejo tapado de visón. Tenía los guantes de lana marrones y su rostro de costado sobre la nieve con sus ojos verdes abiertos, como si estuviera mirando algo. Cuando Marcia se acercó, pensó que se había desmayado. Le tocó el rostro y pudo sentir que estaba tibia, pero su boca entreabierta y sus ojos fijos en la nada, le dieron la pauta de que estaba muerta. Si hubiera llegado una hora más tarde, la nieve la hubiese cubierto.
Comenzó a gritar para que alguien la ayudara. Tomás, su vecino, la oyó y corrió para ayudarla a levantar el cuerpo de su madre antes de que la nieve la terminará de cubrir. Finalmente, lograron dejar el cuerpo sobre el sofá.
Ahí estaba con su madre, arrodillada a su lado en un abrazo interminable con la esperanza de que despertara. Ya no estaba tibia., la muerte había tomado todo su cuerpo. A dos metros estaba encendido el hogar y el crepitar de los leños era lo único que se podía oír. De tanto en tanto también se escuchaba la congoja de Marcia.
Ella acariciaba su rostro y su pelo canoso y le besaba la frente. A medida que el tiempo transcurría su desesperación iba en aumento, como así también su incredulidad. Por su mente anidaba la creencia de que estaba sufriendo una pesadilla. Cerró los ojos y los volvió a abrir, pero todo siguió igual: ella sola con su madre en esa enorme casa repleta de recuerdos.
Comenzó a mirar a su alrededor los retratos sobre la chimenea. Allí estaban los tres en otra época. Pese al abandono de su padre, su madre nunca pudo olvidarlo.
Más tarde, Marcia fue a la cocina para preparar un té. Volvió con dos tazas, colocó una sobre la mesa ratona para su madre y la otra a un costado. Trajo unas galletitas para acompañar y algo de mermelada. Como es habitual esperó a que su madre comenzara a tomar su té. Ella untó la mermelada en una galletita.
La situación fue empeorando. Mientras esperaba inútilmente que su madre tomara el té, comenzó a conversar y a hacerle preguntas como si estuviera con vida. De a poco fue perdiendo el registro de la realidad.
— ¿Qué te pasa, mamá? Te pregunté qué tal tu día, y no me decís nada. ¿Estás molesta por algo que dije? Te encanta el té que preparo y lo dejas enfriar. No te entiendo. Me parece que estás cansada.
Marcia se quedó en silencio, llevó las tazas a la cocina y fue a buscar una frazada para arropar a su madre. Luego le quitó los zapatos.
—Dormí un rato, mami. Yo voy a la habitación a descansar un poco. En un rato vengo.
Pese a estar sumida en una irrealidad de la que no podía salir, su cuerpo y su mente estaban al límite. Hacía mucho frío en la habitación. El calor del hogar aún no había llegado. Sin desvestirse se acostó en la cama de su madre, se tapó con todo lo que encontró y se quitó los zapatos.
Su cabeza no paraba de traer imágenes de su infancia con su madre. Quería dormir, pero no podía. Necesitaba recobrar fuerzas. Apagó la luz y por la ventana entró el resplandor de la luna, dando al dormitorio un aspecto fantasmagórico. Las sombras invadieron las paredes de la habitación. Las anárquicas formas que se proyectaron improvisaron la foto de un extraño aquelarre.
Sin darse cuenta, Marcia se durmió profundamente unos minutos. Luego de un rato se despertó sobresaltada. Algo la había desvelado. Intentó dar la vuelta, acomodó la almohada y tiró de la manta, pero no pudo cubrirse. Con un horror difícil de describir, se dio cuenta de que no estaba sola en la cama. Se quedó paralizada por el miedo. Lentamente deslizó su mano hacia la mesa de noche para encender la luz. Logró tocar el interruptor y lo encendió. Al darse vuelta descubrió que a su lado estaba su madre, que la observaba con una sonrisa que Marcia jamás olvidará.
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