La virgen que asusta
Si algo recriminé a mis padres es el haberme mandado a colegio de monjas y ese en especial, el que fui desde primero superior a cuarto grado. Era un típico convento, todo era gris, desde el uniforme, horrible por cierto, hasta las monjas que eran las maestras. Un día, estaban alborotadas, algunas lloraban, otras rezaban, otras hablaban con la madre superiora. Lo más raro fue que cerraron la capilla, justo el jueves de confesión de pecados inventados. Antes de irnos, la hermana, Consuelo que nos daba religión, con palabras medio incomprensibles, nos dijo que había ocurrido un hecho que no se entendía, algo así como un milagro y que con la fe lo entenderíamos. La Virgen María había cambiado al niño Jesús del brazo izquierdo al derecho. Y no dijo nada más. Nosotras tampoco, porque decir algo podría ser pecado, no sé si venial.
Cuando llegué a mi casa se lo conté a mi mamá, que era muy católica y me dijo lo mismo "un milagro" y se lo fue a contar a la vecina. Cuando vino papá, ateo pero no del todo, me dijo, que no pensara en esas cosas del cielo, si no en las de la tierra.
Esa noche no me podía dormir, tenía miedo de que la Virgen se me apareciera, por algún pecado como pelearme con mis hermanos, decir alguna mala palabra, odiar a las monjas. Llorosa me acerqué a la cama de mi abuela y le pedí dormir con ella. Enseguida me dejó entrar en su cama. Le conté lo del milagro y me dijo que ya lo sabía. ¿Y si viene? Le pregunté. "Qué problema hay, si vos sos la nena más buena del mundo”. Me dormí.
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