EL
BROCHE MUERDE LA SOGA DE LA ROPA
Extraña paradoja, metafóricamente
hablando.
Según como se mire, el broche puede
ser un ayudante solícito o un ladrón condenable.
En el primer caso quizás sea el buen
vecino que ayuda a la pobre señora que no tiene dinero para alimentar a sus
seis hijos, quienes se le cuelgan de la pollera queriendo morder un pedazo de
pan.
En el segundo caso puede ser un
delincuente armado que entra a la casa de la señora, le roba todos sus ahorros
y deja a los seis hijos colgados de la inanición, sin acceso ni a la mordida de
una mísera cremona.
Pero no seamos ni inocentes pajaritos
ni pájaros de mal agüero.
El verbo morder del título me ha
hecho analizar el caso en forma intelectualmente tergiversada.
Me tengo que dejar de joder con las
inferencias literarias, que ya la cuarentena molesta bastante.
Lo real y comprobable es que con los
broches de plástico y la soga de nylon que compré en la ferretería de Don
Calderó, le armé a mi señora en la terraza un sencillo tendedero para que
cuelgue la ropa recién lavada, creo que eran seis remeras. No vino ningún
vecino a ayudarme.
Esa es la única verdad, y si miro a
los costados, veo que todo el vecindario hizo lo mismo. Hay decenas de
tendederos en patios y terrazas. Nadie “mordió” el anzuelo. Eso sí, me quedé
con unas ganas bárbaras de morder un mignón recién salido del horno.
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