CICATRICES
Elina, se calzó las pantuflas a tientas, tomó la bata gastada y se levantó apesadumbrada, con un desgano existencial. Los años y los acontecimientos le pesaban. Evocó otros amaneceres, en los que el cuerpo se erigía como un resorte, con el timbre del despertador.
Preparaba el desayuno para el marido y los hijos, se duchaban y bajo su dirección, todos estaban listos en una hora, para ir al colegio unos y, al trabajo ellos.
Eran otros amaneceres, con ruido, rezongos, olvidos, la vida…
Las pocas horas que gozaba de soledad en la casa, eran reconfortantes. Disfrutaba la quietud.
Los hijos se casaron. La casa les quedó holgada. Y de a poco, la tristeza se fue instalando por los rincones. Miguel, su esposo, estaba internado, luchando por vivir.
Elina, caminó arrastrando los pies hasta la cocina. Encendió la luz y prendió la radio. Todo lo hacía como una autómata. No le interesaba escuchar, ni las noticias ni la música. Sólo apagar el silencio.
Mate en mano, sorbió con desgano. El ruido del celular que estaba sobre la mesa, la sobresaltó.
Rodó el mate al piso, la yerba, el agua. Ella supo en ese instante que estrenaba una nueva cicatriz.
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