martes, 19 de julio de 2022

Norberto Ramazotti-Argentina/Julio de 2022

autor: Rowex

 

 

                      Una, de amores contrariados (Fuimos)

          Anoche, después de muchos cafés, de muchas lunas, volvió. Arreciaba la lluvia, con su música celestial, gestando arcoíris en connivencia con la pálida luz del boliche, en lucha contra la oscuridad del barrio cuando, por la puerta de Aristóbulo del Valle, apareció él; bueno, al menos un remedo de lo que él fuera alguna vez. En tantos años, vi muchos tipos venidos a menos, pero este obtuvo la Palma al mustio. Se lo veía mucho más flaco. El pelo largo empapado, llovido sobre la cara macilenta con barba de varios días; cubierto, a medias, por un impermeable de un verde desvaído sobre la camisa que, alguna vez marrón, ahora, completamente mojada se adivinaba veteada por  agua y mugre; con los  pantalones empapados y las zapatillas deshilachadas. Solo sus ojos, enrojecidos supongo que de mucho llanto y con profundas ojeras, continuaban siendo celestes, como en aquel otro tiempo: Y, cuando un atisbo de sonrisa, a modo de saludo, le encendió el rostro,  Ramiro, el patrón, lo reconoció y le guiñó un ojo a Luis, el “bandeja”, ya decidido a echarlo a la calle, para que le permitiera entrar.   

          Se sentó donde siempre. El amplio ventanal sobre Azara, bastardeado por las grandes y coloridas letras que distinguen a este como el “BAR DOT”, en un juego más que burdo con el apellido de la diva francesa, ahora también mancillado por la lluvia, se abría a la oscuridad de una única bombita encendida sobre la calle desolada, los arboles meneados por el viento y las veredas embebidas de lluvia, mientras Ovidio, cabizbajo, pidió la primera ginebra. Era él, sin duda. Lo reconocí por la presión de sus codos y sus manos unidas bajo el mentón. Y también en el tamborileo de sus dedos. Después de la cuarta copa, pedidas todas con un mudo cabeceo, miró su reloj y como avisado de que habría llegado la hora, dejó un billete arrugado y mojado y salió a la noche sin saludar.

           Al poco rato, ya cercanos al cierre motivado en la inclemencia del tiempo y la carencia de parroquianos, una detonación rasgo el silencio y tiñó de curiosidad y temor esa hora. Con más razón aún, Ramiro apresuró los números de la mísera Caja de la noche y Luis el barrido del piso y el lavado de las pocas copas y tazas utilizadas. Cuando uno y otro terminaban, el ventanal de Azara se pobló de luces azules intermitentes, la tranquilidad del momento fue turbada por el frenado de dos coches, el golpe de puertas cerradas con prepotencia, pasos marciales y apresurados de varias personas en la vereda y cuatro uniformados, uno de ellos engalanado de estrellas, acompañados por dos hombres, uno mas grande que el otro, y una mujer (bastante mayor ella), aparecieron en la puerta.

          -Buenas Noches. ¿Usted es Ramito Tocchi, verdad?-se presentó el engalanado- Comisario Inspector Ramírez y Principal Giménez, comisaría 26. Nos hemos conocido en alguna oportunidad. Los vamos a molestar unos minutos para tomar declaración a esta gente que encontramos rodeando  al cadáver porque, con esta lluvia, afuera es imposible. Además, dado que se supone que el hombre salió de este bar… ¡Ah, perdonen  mi torpeza! Nos llamaron por un disparo y resultó ser, presuntamente, el suicidio de un masculino de unos cincuenta y ocho años, Ovidio Fuentes, según el documento hallado entre sus ropas, mismo que fue visto salir por el policía de facción de aquí dos cuadras, pocos minutos antes, de este bar. Así que, dos más dos son cuatro, nos vamos todos para allá, me dije.-

           Salvo los dos agentes que, guareciéndose bajo la escueta marquesina montaban guardia en la procelosa noche, luego de acomodarse el resto alrededor de las tazas de café humeante ofrecidas por Ramiro gracias a que aún no había apagado la máquina, comenzó la ronda.

           -A ver- preguntó el engalanado mientras el otro de azul tomaba nota- ustedes son los últimos que lo vieron vivo. ¿Notaron algo raro en él?-

            -Yo, a decir verdad, no lo conocí hasta hoy- se adelantó Luis, el bandeja.

            -No, no, Claro.-explica el patrón- Este muchacho no hace mucho que trabaja conmigo. Yo sí lo conocí. Y desde hace unos cuantos años. En aquel tiempo trabajaba aquí  con mi padre. El en la barra y yo sirviendo las mesas. Ovidio, si, así se llamaba, era habitué, en ese entonces. Teníamos una mesa de billar, allá, por donde ahora están esas mesas pegadas al baño. El venía todas las noches a jugar. ¡Y qué bien lo hacía! Me acuerdo, también, que en alguna oportunidad lo vimos muy acaramelado con una noviecita. Después, como él vivía por la calle Suarez donde se expropió para la autopista, hace una ponchada de años ya, y le dieron muy poca plata, tuvieron que comprar lejos. Vivian en la casa que había construido el padre, ¿sabe?, que, me parece, había muerto unos años antes de lo de la autopista, sino, ¡Pobre!, yo creo que se muere otra vez del disgusto!-

           -Sí, si, resuma, Ramiro, por favor!-al escriba le empezaba a pesar la mano.

           -Perdón. Bueno, eso. ¡Ah, además del billar, era muy bueno jugando al futbol. Había firmado para jugar en Barracas Central. Pero…claro. Después que se fueron tan lejos no vino nunca más, hasta esta noche. Y si, estaba desmejorado, claro, pero quien sabe los problemas económicos que tendría, pobre. Otra cosa no le puedo decir, señor Comisario-

             -Principal-

            -¡Si, si, perdón principal.

            -A ver, usted, señor…-continuó el sondeo el escriba.

            -Lopez. Pedro Lopez, mi principal. Yo los llamé-decía el hombre, para mi visiblemente excitado- Como vivo en la calle Isabel La Católica, justo frente a la parte de atrás de la Parroquia Santa Lucia donde ocurrió el hecho, pude observar como fue la cosa. Este señor, e, el…muerto, digo, empapado como estaba…-en ese momento vi que la señora muy mayor, el vestido bastante mojado y abrigada con una campera también mojada, sentada frente al engalanado, empezaba a temblar- ¿Qué pasa, se siente bien señora?-preguntó el escriba.

             -Ramiro, tráigale un vaso de agua, por favor-pidió el engalanado. La señora, muy mayor, comenzó a llorar en silencio, escondiendo la cara entre las manos y sacudiendo el cuerpo con tal violencia que, a decir verdad, yo creí que iba a desmayarse. ¡Si habré visto casos así en este lugar! Una vez llegado el vaso de agua, tratando de calmarse para beberlo, alcanzó a balbucir-estoy bien, estoy bien-

            -Bueno, continúe señor Lopez- ladró, con voz de mando el engalanado.

             -Como le decía, entonces, estaba yo, aburrido de las porquerías que dan en la tele, viendo el espectáculo de semejante tormentón a través del vidrio de mi ventana, vivo en el primer piso al frente, mi principal, cuando este señor llegó. Estuvo unos minutos parado, tal vez pensando algo, no sé, luego se arrodilló justo frente a la entrada de atrás de la iglesia, sacó un revolver del bolsillo del impermeable y, lo sentí clarito, eh, créame, tengo muy buen oído…

               -Sí, sí, le creo. Dígame que le oyó decir-

               -Perdón Dios, Perdón- entonces puso el arma en su boca y… ¡ se disparó!¡Fue tremendo! ¡Qué asco, sangre por todos lados! Créame que me dio asco y miedo. Mire, todavía tiemblo, vea, vea- y el hombre mostraba al escriba su mano con tembleque. 

                -Bien, cálmese, cálmese, hombre. A ver Luis, ¿usted se llama Luis, si?-intervino el engalanado- tráigale un vaso de agua al señor. ¡Ah, y pídale a Juan Carlos una ginebrita para mi, a ver si entro en calor, carajo!

               -Usted, ahora-el escriba se dirigía al otro señor que trajeron, el mas grande-dígame sus datos.

              -Roberto Aníbal González, señor. Pero… yo no ví nada. Me vine acompañando a la señora Etelvina que como es muy mayor y no se siente bien me lo pidió. ¡Pobre, últimamente no gana para disgustos, viera! Yo vivo en el departamento al lado de ella. ¿sabe? 

                -Bueno, bueno. Entonces…dígame usted, señora…

                -Etelvina. Etelvina Foresti.  Yo era la mamá de Marisa-

                -Perdón, ¿de qué Marisa habla, señora?-interrumpió el engalanado, yo creo que francamente molesto de que le compliquen un asunto que iba derechito al suicidio.-¿Usted tenía algo que ver con el occiso?-inquirió amoscado

                La mujer, muy mayor, que recién había logrado detener el sollozo, abismada aún en su dolor, secó unas lágrimas y unos moquitos con las servilletas del boliche y comenzó a hablar:

                -Yo soy la culpable de esto, oficial…la gran culpable, téngalo por seguro-arrancó la señora, muy mayor, todavía secándose unas lagrimas y unos moquitos con más servilletas-

              -¿Cómo, porqué dice esto? Explíquese pero rápido, que no tenemos toda la noche, Y esta gente… ya tiene que cerrar- el ceño fruncido y la voz seriota del engalanado decían a las claras que la situación se le iba aborrascando.

                -Sí, si, ya mismo, oficial. Yo era la mama de Marisa. Ella fue la esposa de Pedro, el hermano mayor de Ovidio, ¿me entiende?- el escriba, también seriecito le daba a la lapicera con más rapidez que un quinielero- Nosotros vivíamos cerquita de la casa de ellos, allá por Suarez, pero del otro lado, ¿me entiende?, donde no pasó la autopista.

                -¿Y eso que tiene que ver, señora?-interrumpió el engalanado. Yo, francamente, tenía ganas de gritarle… ¡Callate, gilún y dejala hablar!, pero de eso se encargó el señor más grande, el que vino de comparsa.-Espere, por favor, señor Comisario. Déjela hablar tranquila, por favor. Como es muy mayor le cuesta. ¿Vió?-

                   -Como le decía, oficial,-arranco, entonces, con decisión la señora, muy mayor, no sin antes mojarse los labios en el vaso de agua-  nosotros vivíamos cerca, así que los chicos, digo el Pedro y el Ovidio se conocían con mi hija. Y a ella, a la Marisa, le gustaba el Ovidio. ¿entiende?. Pero este muchacho no salía del billar, el café, el fulbito. Y como yo soy viuda hace muchos, demasiados años, ¿entiende?, yo crie sola a mi Marisa. Entonces le recomendé que viera para otro lado, algún partido mejor.- aquí, la señora, muy mayor, miró a uno y a otro de los personajes reunidos esperando aprobación-  Y asi apareció el Pedro, el hermano de Ovidio. Este si que era todo un trabajador. ¡Un emprendedor, señor oficial! Fíjese que de simple chofer de camión terminó comprándose tres, él solito, ¿entiende? Cuestión que se casaron. Doña Teresa, la mamá de los chicos, digo del Ovidio y del Pedro, oficial, una santa, pobre. Ella también había enviudado joven y crió a los dos chicos sola, como yo a mi Marisa. Cuestión que Doña Teresa, para darles una mano. les dejó poner una prefabricada en el terrenito de atrás de la casa de ellos, que había construido el difunto, el padre de los chicos, digo, y, como el Pedro trabajaba en una empresa que hacía trasportes a todo el país, muchas veces mi Marisa comía en la casa con Doña Teresa y el Ovidio. Una vez que estuve en un cumpleaños de Pedro, descubrí, como al pasar, una mirada especial, distinta, entre Marisa y Ovidio, ¿entiende?  Yo se lo pregunté a Marisa, y ella me juró y me perjuró que no había nada de nada. Pero… usted sabe, la sangre joven, la ausencia, aunque sea por trabajo…. Una tarde, llorando, viene a mi casa doña Teresa. Al principio, cohibida, avergonzada, me costó sacarle una palabra. Pero, poco a poco, el haber pasado las mismas experiencias, el tener la misma edad y el amor por nuestros chicos, la ablandó y se confió a mí. –

           Bueno, esto ya parece una iglesia. ¡Otra noche de confesiones en el boliche, la cosa va tomando color!, pensé, mientras el escriba cambiaba la birome y pedía el tercer café “bien calentito” al bandeja que acompañaba la segunda ginebrita para el engalanado.

            -Bien, ¿Y…entonces? Preguntó el escriba después de pegarle un beso a su taza humeante.

           Entonces, doña Teresa me contó que ella también empezó a ver unas miradas. Como se olían, se seguían, con mucho cuidado, uno al otro. Y empezó a abrir los ojos. Y resultó que una noche, creyéndola dormida, descubrió al Ovidio saliendo por la ventana de su pieza y metiéndose por la de la casita donde dormía Marisa. ¿Entiende? ¡Se imagina que vergüenza, que escándalo y que dolor para una madre que un hijo le robe la mujer al otro hijo, su propio hermano! Así que, al otro día, aprovechando que Pedro estaba de viaje, ni se por donde, ¿entiende?, los agarramos a los dos, les arrancamos la confesión, ¡rojos de vergüenza quedaron!¡ni se atrevían a mirarnos a la cara los dos sinvergüenzas!, y con doña Teresa les hicimos jurar que nunca más.- Aquí, la señora, muy mayor hizo otro mutis para beber de su vaso de agua.

            -¿Y… allí terminó todo, señora?- preguntó el engalanado mirando su reloj-

            -¡No, no, no! ¡Aquí empezó lo peor. Resulta que, un mes después llego el telegrama ese que mandaban, ¿se acuerdan? “su propiedad está sujeta a expropiación”… no se que mas, que había que llevar los títulos a Rivadavia 524 de 8 a 13, mire, de esto  me acuerdo como si hubiera sido ayer, y después le salieron a la pobre gente con que le daban mucho menos  del valor que tenían las viviendas. ¡Qué barbaridad!- La pobre doña Teresa andaba como loca. ¡La casa que había construido el marido difunto! ¿entiende? Las veces que la vi rezando arrodillada en la parroquia de Santa Lucía. Estuvo en un monton de reuniones, asambleas, convocatorias, pero nada… ¡Pobre! Además, le daban una bicoca, ¡nada!, en comparación con lo que valía. Ella decía: ¡Esto es un castigo de Dios!, refiriéndose a la trastada del hijo menor. Y como no quería comprar algo en común para evitar la posible recaída de los dos tortolitos furtivos, decidió, dando una mitad a cada uno, comprar lo más lejos posible uno del otro. Así que Pedro con mi Marisa compraron un departamentito chiquito, ¡un pañuelito! Por Avellaneda y doña Teresa con el Ovidio se fueron a vivir en una casucha en ¡Ituzaingó!¿entiende?

               A esta altura, me pareció que la truculencia de la historia había logrado captar la atención de civiles y uniformados que, compungidos, giraban sus cabezas  a uno y otro lado al recordar como se había consumado, en aquel tiempo, otro atropello a las clases populares en haras del progreso.

              -La pobre doña Teresa aguantó un año nada más. ¡Y fue demasiado, yo creo!, con la familia deshecha y la casa que construyó el marido difunto pisada por la autopista. Al año, más o menos,  se murió. Además, meses antes mi Marisa había perdido un hijo que, a decirle la verdad, nunca sabremos de cuál de los dos muchachos era. ¿entienden? Así que, sin la madre ya, separados por la distancia y un amor contrariado, ellos tomaron distintos caminos: mientras el Pedro trabajaba y trabajaba como un burro, ahorraba y ahorraba peso sobre peso para comprarse los camiones, el Ovidio hacia changuitas y comenzó a chupar, perdón a tomar, digo-.

              Acabado de decir esto, la señora, muy mayor, pidió permiso para pasar al baño. El resto de la concurrencia también aprovechó la volada para hacer lo propio. Lógico… ¡después de tanto vaso de agua, café y ginebritas!

              Si, yo lo felicito al Pedro porque es muy trabajador. Pero resultó, al fin y al cabo, un tirano tacaño para mi pobre Marisa- aquí, la señora muy mayor, comenzó a lagrimear y, muy a tiempo, el bandeja le acercó otro servilletero para suplir el que ya había gastado- la arrastró a una vida, no digo de privaciones pero… ¿entienden?.Ella no tuvo cosas que para una mujer son necesarias, algún vestido más lindo, una chuchería para arreglarse, ir a la peluquería. Además, por su trabajo, la sumió en una soledad insoportable a mi pobre nena.-llorisqueaba la señora, muy mayor, a la par que usaba una servilleta tras otra- Hace tres días falleció mi chiquita. Pobre, ¡estaba tan desmejorada! Yo creo que desde que perdió el hijo nunca más la vi sonreír. Al Ovidio le avisaron y fue al velorio, allá, en Avellaneda. ¡Casi se van a las manos con el Pedro! Se ve que Marisa le habría confesado lo que pasó al marido y, por eso… Al que también le debe haber confesado lo que pasó es al Ovidio, eso de que yo le pedí que se buscara otro novio, porque…cuando se iba del velorio…¡Me putió! -el llanto le salía, ahora, a borbotones. Por supuesto, así creció también el uso de las servilletas-  

              -Yo tuve la culpa. Por hacer un bien, hice un mal. Y, ahora me doy cuenta, el Pedro le debe haber hecho pasar esa vida a mi Marisa como venganza. ¡Seguro!. Y el Ovidio, ¡pobre!, no vino a pegarse un tiro frente a la iglesia, ¡No! Se lo pegó frente a casa!

              -Bueno, bueno-dijo entonces el engalanado mientras el escriba sostenía el cuerpo de la señora, muy mayor, que se sacudía en las convulsiones de un llanto desatado purgando lo que ella reconocía como su gran error, arrastrando en su temblor al señor mas grande, el que vino de comparsa, que también trataba de sostenerla-

             - Ya está, entonces. Ahora fírmenme ustedes acá…acá… y acá…-les mostraba el engalanado los lugares al patrón, al “denunciante”, al señor que vino de comparsa y a la señora muy mayor-avísenle al policía que vio salir  al occiso que pase mañana a firmar y… cada cual para su casa.-

                 Al rato, el salón se desocupó. Las luces se fueron apagando salvo una lamparita del fondo, minúscula, que el patrón deja porque a veces llega cuando aún no ha salido el sol. Ël fue el último en salir. Sentí el tintineo de sus llaves girando sobre la cerradura. En la quieta semipenumbra, a solas, recapacitando sobre los sucesos escuchados, que más parecieran de uno de esos bodrios de novelas lacrimógenas que a veces el patrón pone, cuando no hay futbol, para no escuchar las noticias, pensé: Que raro es el ser humano, ama, pero prefiere la comodidad que da el dinero y se inmola por sus pecados ante un Dios que es todo amor y que lo hubiera perdonado de solo pedirlo sinceramente. Bah, una es de madera, pero… tantos años escuchando filósofos, suicidas, soportando poetas que escriben con amor o por despecho, mojada por lágrimas de amor o de odio, de dolor o de alegría, una tiene su corazoncito, que joder. Que pena que, claro, no iban a interrogar a una mesa, ¡Ja, Ja, Ja! Digo, una lástima porque podría haberles mostrado, en una de mis esquinas, emborronado por tantos manoseos, tanta mugre y tantas trapeadas del bandeja, un grabado, un corazón con dos nombres: Marisa y Ovidio. En fin… .                 

            

                                                 

Autor: Rowex

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