martes, 7 de febrero de 2023

Alejandro Insaurralde-Argentina/Enero, febrero 2023

 

De la grieta a la distancia

 

Pasada la efervescencia de la Copa del Mundo, Argentina ostenta ahora las tres estrellas de las cuales la última, seguramente, fue la más meritoria. Se ganó sin sospechas ni trampas, se ganó incluso con el sudor de la incertidumbre de no saber si se avanzaba después del batacazo con Arabia. Perder un primer partido no determina nada, salvo el dolor del cachetazo.

La tensión parece piedra ineludible en esta hoja de ruta, donde todo un pueblo se identifica cada cuatro años y en el día a día. En varios partidos de este Mundial se vivió la angustia de lo incierto y hasta el último minuto no se sabía si perdíamos o ganábamos. Lo mismo se vive a diario en Argentina: la inflación sin control, la inseguridad desbordada, el dólar en ascenso. Con tales cosas, imposible vivir sin tensión. Esa misma tensión pudo sortear el equipo de Scaloni para coronarse con el sabor inmenso del mérito y allí se nos presenta una analogía con la diaria supervivencia de muchos argentinos.  

En un país donde la realidad baila en el absurdo y el ingreso a la pobreza está a la vuelta de la esquina, cualquier ciudadano medio hace mérito permanente para subsistir. Para que un asalariado llegue a fin de mes, debe desarrollar técnicas de malabares y dejar morir sus sueños de invertir en algo. Luego, su llegada al jubileo será casi una tragedia. Siempre habrá talentosos que puedan caminar en la tormenta, pero esa tragedia esperará a muchos otros.

Una parte de la población valora el mérito, mientras otra lo desprecia cuando abona la política del asistencialismo ad infinitum. Además de estos desencuentros, todo el tiempo se respiran paradojas: en sólo una cuadra, se puede encontrar una persona revolviendo la basura y a otra subiendo a un Mercedes Benz sin que a nadie le sorprenda un ápice. Las paradojas no cesan cuando se tiene un país rico en recursos, pero con una población empobrecida. Esto trasciende a los tipos de gobierno, inoperancia y complicidad se entremezclan y atañen a todo el arco político local. Un país que tiene más de 40% de pobreza, de seguro tendrá múltiples cómplices. Me dirán que soy pesimista y es fácil confundir pesimismo con realidad, pero los datos no conocen de emociones. Son datos y, por lo tanto, fríos e inexcusables.

 

Display de la realidad

 

El saber popular afirma que la vida es corta. No estoy tan seguro que así sea – una vida dura lo que tiene que durar, ni un minuto más, ni un minuto menos – pero supongamos que nos parezca corta. Bien. Es muy triste para alguien que se esforzó toda su vida no poder llegar a la vejez y gozar con plenitud. Como dijimos arriba, jubilarse aquí es casi una tragedia, que contradice por completo el concepto de jubileo. Tristeza e injusticia no merece nadie que trabajó y apostó por un país que, a cambio, le dio vuelta la cara. En Japón se venera a los ancianos y a los antepasados. Aquí, se los pisotea. No hace falta agregar que la crisis cultural es la madre de todas las crisis y no valorar la longevidad es grave, representa lo peor de una cultura.  

El fútbol tuvo la capacidad de cerrar grietas porque en los cinco millones de personas que salieron a festejar estaba la más variada paleta de ideologías y situaciones económicas. El clima festivo contagió a todos y bajo ese estado poco importa el bolsillo o cultura de cada uno. Pero esa fiesta mostró también distancias, un display de la realidad paradójica que tenemos.  

En Argentina, el fútbol está en el Everest y la sociedad en el inframundo. Se requerirá de mucho tiempo para acortar esa distancia y sólo se logrará con saneamiento cultural y educativo. Por más copas que se ganen, el crecimiento deberá ser integral. De lo contrario, seguirán las paradojas y un día, se tornarán peligrosas.

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