domingo, 13 de agosto de 2023

Ernesto Baldi-Argentina/Agosto 2023


 

La cruz de algodón®                                    

 

                             La mañana se presentaba soleada, cálida y apacible. No obstante ello, se preanunciaba tormenta, la que se distinguía en el horizonte tras las montañas. La campiña Molisana aún reverdecía, pese a la cercanía del invierno con sus mantos nevados. Las altas cumbres de los Apeninos ya blanqueaban la lejanía. Época de cosechas y preparativos para el largo periodo invernal.

                             De un nogal salieron dos saetas blancas disparadas hacia las alturas. En breves segundos dominaban las cotas sobre los sembradíos. Se trataba de un par de palomas; por las diferencias de tamaño, seguramente una pareja en busca de alimento para sus pichones.

                             El macho, de mayor tamaño, oteaba el prado en busca de semillas o insectos, mientras que la hembra, le seguía a corta distancia, pasando sobre su compañero en gráciles piruetas. Esta actitud provocó que se iniciara un juego de malabares entre ambos.

                             Era un espectáculo sencillamente fascinante; el verdor tornasolado de los campos, las multicolores elevaciones, la brillantez de los olivares y la adustez de los nogales. El cielo se mantenía límpido aunque el gris manto del horizonte avanzaba lentamente pero sin pausas.

                             Las dos aves continuaban disfrutando de su espacio, elevándose más y más para luego planear raudamente sobre las copas de los árboles. Era indudable que disfrutaban de sus juegos y la cercanía entre ambos. Por momentos, entre el revolotear de piruetas, sus alas parecían rozarse, muy sutilmente.

                             En un determinado momento, la hembra se lanzó en picada; ya a pocos metros de tierra, entre las filas de olivares aterrizó. Un par de saltos llenos de gracia y se elevó de nuevo, tomando rumbo a un viejo y enorme nogal; en su pico llevaba un gran insecto, un saltamontes, que serviría seguramente de alimento a sus crías.

                             Mientras tanto, el macho continuaba su vuelo, atento a vislumbrar nuevas presas con la mayor rapidez, ya que su instinto le decía que la tormenta llegaría mucho más rápido, por el incremento de los vientos. En ese preciso instante, sucedieron varias cosas al unísono. La blanca paloma dejó velozmente su oculto nido, lanzándose en busca de su pareja; abajo, entre las plantas de nogal, un joven empuñaba un rifle.

                             Las dos aves se unieron entre arrullos y volteretas; el trueno retumbó entre los valles y el disparo ensordeció los ecos. El rayo despedazó el añoso árbol; el proyectil atravesó el cuerpo del palomo impulsándolo hacia arriba, para comenzar a caer blandamente.

                             La mitad del árbol se despedazó, y un grueso tronco cayó sobre el joven cazador, dejándolo sin vida. A escasos cuatro metros cayó el ave ensangrentada, inerte. El sol se ocultó sobre el rugiente manto gris. La paloma, dejando de lado su instinto de refugiarse de los vientos, revoloteaba muy bajo, cerca de su amado, como a la espera de que éste levantara su vuelo nuevamente para reunirse con ella.

                             La naturaleza lloró, y la líquida esperanza lavó las heridas de ambas víctimas, diluyendo sus esencias y fundiéndolas en lo profundo. Los vientos continuaron su viaje, con su equipaje gris plomo. El sol se decidió a reposar intercambiando un guiño con su eterna amada. Las penumbras del anochecer descorrieron las cortinas de los altos cielos, dejando entrever la pequeñez en la inmensidad del cosmos.

                             La luna, cual reina cortejada por millares de centelleantes consortes, testimonió todo el dolor y sufrimiento de la pequeña paloma. Solamente cuando la noche se decidió a permanecer, exhausta, dejó las alturas y bajó a tierra. A prudente distancia primero; circundando la figura humana, como para cerciorarse que esta no significara peligro alguno, para acercarse muy tímidamente, poco a poco, a su amado muerto.

                             Las primeras horas matinales, irrumpieron sonora y ruidosamente en los prados. Las autoridades y familiares del joven cazador, en compañía de tantos pobladores, hallaron un espectáculo doloroso y no menos extraño. El joven se encontraba sin vida, y no había dudas de lo acontecido. A unos metros de él, un palomo, muerto por un certero disparo. Entre ambos, casi equidistante, con las alas completamente extendidas, como una pequeña cruz de algodón, se encontraba una paloma blanca, una hembra, muerta sin herida alguna en su cuerpo.

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