EL DÍA QUE PARTÍ
¡Si supieras cuánto extraño sentirme abrazada y lo bien que me hacías sentir cuando en tu corazón estaba! Mirá que hemos vivido cosas juntos, ¿eh?
Recuerdo tardes de rodillas peladas o veranos de carnavales donde casi volaban aquellos pesados baldes de agua, noches juntos mirando la luna, o simplemente siendo testigo de mis penitencias en los rincones, tardes de colchoneros separando lana, interminables tendales de ropa, pollos que del gallinero escapaban, la vieja máquina de coser que viste funcionar hasta que llegó a vieja, jaulones de jilgueros que siempre mantenían al día los sonidos de la casa con su permanente trinar. Vos siempre estuviste allí como silencioso gigante custodio de todo lo que ocurriera. Veías que desde muy pequeña tenía curiosidad por el crecer de las plantas en viejas macetas españolas que escondían aventuras de babosas, hormigas y caracoles. Siempre estabas allí, en silencio, pero con marcada presencia. Nunca te tuve miedo, siempre quería estar en vos. Aún no sé por qué me hacías sentir tan segura. ¡Eras mi lugar en el mundo!
Fuiste testigo de mi inocencia pura de la niñez, si me habrás visto llorar… Conocías todos mis escondites, mis compañeras de juego imaginarias, las charlas con mi amiga íntima que era representada por un viejo gomero. Mirabas mis lágrimas caer cuando escuché a mis padres decir que lo cortarían porque sus raíces habían levantado los pisos de la casa. Él simplemente quería crecer al igual que yo, ¡no lo entendieron!
Estuviste en cada cena de Navidad. Lo recuerdo muy bien. Me hacías creer que Papá Noel se asomaría detrás de vos. Y yo te creía, ¡como siempre!
No sé cómo lo hacías, pero de alguna manera me buscabas para que saliera a ver cómo alguna fortuita visita intentaba recostarse en la hamaca paraguaya, cayéndose al piso en el primer intento de la manera más graciosa, y yo ahí, haciendo fuerza para que no saliera la carcajada de mis entrañas y ayudando muy seriecita a levantar a la imprevisible victima que había estado a punto de romperse la crisma.
Nos reíamos juntos cuando, escondida de los grandes, cantaba y bailaba sola en la antigua galería ensayando para cuando fuera grande, estaba convencida de que no me detendría hasta ser una talentosa actriz de esas que solo se ven en Hollywood.
Me ayudaste a memorizar cada poesía de Borges, cada cuento de Cortázar, poemas del Martín Fierro y hasta las aventuras de Don Quijote, previos a algún examen del colegio. Me veías salir insegura y con los nervios de punta y regresar en paz y relajada cuando terminaba de rendir. ¡Cómo olvidarlo!
Solo vos sabés cuántos libros se me cayeron de la cabeza intentando caminar derecha como una modelo de esas que veía en la tele de la casa de doña Antonia.
Hiciste que apareciera la luna llena aquella noche del primer beso, hasta sentí que habías hecho bajar a todos los cupidos que encontraste en tu andar… Por un momento incluso me sentí levitar… ¡Cuánto te amé!
Llegado el día que partí en busca de mi destino, le diste una última mirada a mi principesco vestido de novia; me encontraba tan radiante y feliz que no reparé en tus lágrimas. Vos sabías que ya nada sería igual, ya no nos reiríamos juntos: esa nena ya no estaría para vos.
Solo cuando la vida me llevó muy lejos descubrí cuánto amaba estar dentro tuyo, quería volver, pero olvidé el camino. Sé que ya no estás, pero nunca dejaré de agradecerte.
Los años pasaron, las cosas cambiaron, pero nunca olvidaré aquel viejo patio que me vio crecer.
Muchas gracias por la publicación de parte de mi obra en tan distinguida Revista Literaria!!!!
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