lunes, 18 de diciembre de 2023

Jorge Baudes-Argentina/Diciembre 2023

 

 La Rebelión
 
            El tufo se esparcía en la lobreguez de la habitación. El encierro había logrado transformar los hedores amalgamándolos. Los cuerpos esparcidos como masas inertes dibujaban un paisaje desolador y apocalíptico. Solo el rayo de sol que penetraba por la exclusa del techo traía un breve renuevo de vida a las asoladas víctimas.
            Elena dejaba escapar lánguidos suspiros mientras sus ojos permanecían entrecerrados. Raquel la miraba, con ojos desencajados y una rabia contenida que destrozaba sus labios. En el polvoriento suelo yacían Lucía, y las pequeñas Sara y Faustina, quienes como zombis entrelazaban sus manos buscando algún rostro que les transmitiere tranquilidad y esperanza…   
            Sus captores no habían dado señales de sus intenciones. Sin embargo, el engaño con el que las apartaron de la manifestación feminista a la que habían acudido y el desdeño con el que las trataron después no les permitían albergar de ellos buenas intenciones. Temían por sus vidas y temblaban de solo pensar en los abusos a los que podrían ser sometidas. Les causaba estupor el solo pensar en las pequeñas quienes aún atravesaban su tierna infancia.
            Elena despertó de su sosiego cuando el calor del sol comenzó a entibiar su rostro. El valor volvió a transitar por sus venas. Incorporándose, con ayuda de sus manos sobre la descascarada pared de su lugar de encierro logró ponerse de pie y respirar hondo.
            —No podemos quedarnos así, sin hacer nada —sentenció Elena tomando del brazo a Raquel para que cambiara de actitud y asumiera un rol más protagónico.
            —Y qué querés que hagamos, encerradas, casi desnudas, sucias, y hambrientas —respondió a los gritos Raquel, quien se incorporó con dificultad, enfrentándola.
            —Si nos tranquilizamos, entre todas podremos pensar en algo —remarcó Elena, con más determinación al ver que había logrado conmoverla. Ayudáme con Lucía para que cambie de chip porque el No de ella, ya lo tenemos.
            —¿Y en qué pensaste? —musitó Raquel.
            —Estuve mirando este cuartucho y fijáte que en el  techo hay una rejilla que ha de ser de la ventilación. En una de esas podríamos treparnos…
            —Y seguro que tenés una escalera y una linterna y además…
            —No te burlés. Podemos trepar ayudándonos a hacer pie con nuestras manos. No está tan alto como parece.
            —¿Y esos ruidos allá afuera?
            —Uff, tal vez sea nuestra oportunidad de liberarnos. Probemos, juntá tus manos que pongo mi pie y me fijo.
            —Dale Elena… que me duelen las manos…
            —Es que no llego al ventiluz. Despertaré a las niñas... ¡Sara... Faustina,
vengan y suban encima de mí!
            —Esto ya parece un circo —murmuró Raquel, quien resoplaba del esfuerzo ya casi exhausta.
            —Subite Sara arriba de Raquel y después sobre mis hombros. Ahora asomáte por la ventanita y decime qué es lo que ves…
            —Tía, parece una marcha como la nuestra, pero estos llevan una cruz muy grande y muchas velas. Van cantando, parecen religiosos —indicó Sara mientras se sacudía la tierra de sus manos. Este movimiento desestabilizó a Elena quien cayó junto a Raquel y la niña en una maraña de brazos y piernas.
            —¿Y que vieron? —inquirió Lucía que sin dejar de cruzar sus brazos estrechándolos mostró en la palidez de su rostro el temor que no disimulaba.
            —Pues hemos de estar en Semana Santa y ésta es una de las procesiones. Es nuestra oportunidad de escapar. Tendremos que aprovecharla —manifestó Elena casi como impartiendo una orden.
            —¿Pensás que podremos salvarnos? —preguntó Lucía comenzado a tomar un poco de energías mientras abrazaba a Faustina y a Sara.
            —Esperaremos que pase el carcelero con la ración diaria. Debemos quedarnos en el suelo como estábamos antes para evitar sospechas. Una vez que se haya ido intentaremos subirnos otra vez.
            —Pero la ventanita es muy estrecha y no podríamos salir por allí —recriminó Raquel, quien renegaba del liderazgo que había asumido Elena.  La estaba desplazando a ella quien fue siempre portaestandarte de las movidas del Movimiento en pro de los derechos de la Mujer.         
            —¡Mejor dejá de rezongar, Raquel, y aportá un poco! Ya bastante tenemos con el hecho de que hayas propuesto traer a las nenas a esa movida y así quedaron metidas en este quilombo. Fijáte cómo podremos hacer para solucionar esto en lugar de quejarte tanto. La idea que pensé no es el tragaluz sino la ventilación. He visto en películas que son como tuberías de chapa que conectan toda la vivienda con la caldera para calentarla.
            —¿Y adónde pensás salir? —replicó Lucía.
            —Saldremos a la libertad. Aprovecharemos cuando pase otra procesión cerca de acá y nos mezclaremos entre ellos para que no nos descubran —ilustró Elena tomando resueltamente el comando de las acciones—. No perdamos tiempo y estemos alerta…
            Detrás de la puerta de chapa, presuntamente trabada por fuera con candado y alambres, se escucharon los pasos cansinos de uno de los captores que se aproximaba hacia ellas...
            La puerta se abrió con un fuerte chirrido de oxidados goznes y el carcelero, con su rostro encapuchado, dejó en el suelo polvoriento una abollada bandeja de aluminio con panes, fiambres y una jarra de agua. Salió sin verter palabra y volvió a clausurar el recinto dilatando un destino cuyo desenlace probablemente vendría acompañado de ultrajes y maltratos.
            Los tornillos de la rendija que tapaba el ducto de la ventilación no cedían tornando angustiante la pirámide humana que una vez más se trepaba sobre la húmeda pared.
            —Lucía, dame el broche que sujeta tu pelo. Lo usaré como palanca —propuso Raquel tomando coraje del que había carecido hasta entonces.
            —Buena idea, Raquel. Por fin empezaste a usar tus neuronas —replicó insidiosa Elena.
            —No seas cabrona, che. Yo también puedo pensar.
            Dos de los tornillos cayeron con estrépito para algarabía de las jóvenes. El tercero estaba torcido y no quiso moverse. El cuarto lugar de las sujeciones estaba vacío. O se habría caído o nunca lo habían puesto.  
            —Hacé fuerza Raquel, que entre Lucía y yo te sostendremos. Empujála haciendo vaivén hasta que zafe el tornillo.
            El ímpetu que Raquel guardaba en sus entrañas de tantas luchas callejeras por reivindicaciones sociales pasadas resurgió como una tromba. La rejilla cejó en su resistencia y, al quedar abierta mostró, intrigante, un oscuro conducto que invitaba a recorrerlo.
            —Yo iré primero —dijo Elena— para reconocer el camino y decidir dónde saldremos del mismo. Debemos desplazarnos separadas para que resista la cañería, en silencio para que no nos escuchen los raptores. Nos comunicaremos con señas. Detrás de mí ira Sara luego Lucía que es la más temerosa, seguirá Faustina que es la más pequeña y cerrará Raquel. Yo le indicaré a Sara, ella a Lucía y así sucesivamente. Lo mismo hará Raquel si ve o escucha algo que nos ponga en peligro.
            —¿En peligro? —rió sarcásticamente Raquel— ¿Y esto en lo que estamos ahora qué es? 
            La zinguería crujió ante el peso de Elena, pero rápidamente cesó cuando se compensó con los de las otras zigzagueantes escapistas. Conforme lo había preestablecido Elena, empezaron a deslizarse con lentitud y en silencio.
            Raquel, al quedar última en subir debió improvisar con la tapa que había quitado a la ventilación y los abrigos que desecharon, un montículo por el cual podría trepar. El primer intento fue fallido cayendo bruscamente generando un imprudente ruido. El celador que estaba a cargo de la custodia abrió con rapidez la puerta descubriéndola cuando intentaba trepar una vez más a su punto de fuga. El mismo, quedó expuesto a la atónita mirada del malhechor quien se aprestó a dar la voz de alarma. Raquel no dudó un instante y, tomando la tapa de hierro entre sus manos, la asestó con vehemencia en la humanidad de su agresor quien cayó pesadamente sobre ella. Raquel sabía que en su accionar exponía su propia vida pero también aseguraba a sus amigas el tiempo y la posibilidad de una fuga más segura. Desde el suelo, vio abalanzarse sobre ella el cuerpo rudo de su raptor quien, subyugado por la grácil figura de la joven vislumbró con codicia libidinosa una orgía servida a su medida.
            Elena no advirtió lo que acontecía a sus espaldas. Sus sentidos estaban avocados a descubrir la salida a la incruenta realidad que estaban atravesando mientras trataba de salvar tanto su vida con la integridad de sus amigas y sobrinas. De pronto, una unión troncal dividía los caminos de la tubería. Debía tomar una decisión que evitara que terminaran próximos a la caldera. Por lo visto aún se encontraba apagada en esa época del año a pesar de que ya habían llegado los primeros fríos. La segunda opción era una incógnita pero… no tenía alternativa.
            El aire de la tarde bañó su rostro y le insufló energías para salir rápidamente de la tubería. Solo la separaba  de la calle un extractor el que empujó con bríos tratando de desprenderlo de la pared a la que estaba asido con un hormigón pobre y desvaído. Sus gritos alertaron a los transeúntes quienes ayudaron a la joven a liberarla de su encierro. Mayúscula fue la sorpresa al ver salir detrás de ella a una pequeña niña luego a otra joven y a otra menor. Sin embargo Raquel nunca llegó a aparecer a pesar de los angustiantes llamados de Elena,  Lucía y las pequeñas. La gente, enardeció al escuchar la tragedia que se había desencadenado sobre ellas. Temió un infortunado final para la amiga que había accedido a quedar en último término para asegurar la fuga de sus compañeras. Varios parroquianos que venían de participar en la procesión  se ofrecieron a colaborar para liberar a la cautiva. Los golpes asestados terminaron por derribar la añosa puerta del galpón ingresando los feligreses con palos y piedras. Estaban  dispuestos a enfrentar con osadía la vehemente defensa que pudieran oponerles los delincuentes allí atrincherados. El alboroto y los gritos, advertidos por los malvivientes, obligaron a los mismos a huir por los techos a fin de no ser atrapados. El clamor popular fue cerrándoles los caminos siendo detenidos por la autoridad policial, la que advertida del confuso incidente.
            El tercer vándalo fue quitado por sobre el cuerpo de Raquel quien yacía, violada y casi moribunda por la feroz golpiza que le propinara el forajido.
            —¿Pero qué le hiciste, animal? —vociferaban con vehemencia los parroquianos mientras se abalanzaban sobre el abusador propinándole un duro castigo.
            —Ya vas a ver, pero en carne propia lo que es ser víctima de violencia —impetró otro de los captores.
            —¿No conocés acaso la Ley Micaela? —le inquirió con desprecio una de las manifestantes quien reconoció a Raquel por ser miembro de la misma agrupación reivindicatoria de la mujer—. Te aplicaremos todo el rigor para que te pudras en la sombras.
            —Tenemos que ayudar a Raquel y a todas las otras Raquel que siguen padeciendo estas infamias sin ser escuchadas —dijo a viva voz otra exaltada vecina que se agregó al creciente murmullo.
            —Hay que esterilizar a estos degenerados y acabar de una vez por todas con tanta desidia judicial —clamó otra voz en cruda demanda de una justicia social que pareciere que nunca llega.  
            —Sí, vamos, vamos. Hagamos nuestra propia Justicia —arengó en alta voz un grupo de jóvenes enardecidas por la rabia y el creciente descontrol.
            —Deténgase, por Dios se los pido —entre la multitud se fue abriendo paso con vehemencia el cura párroco que había precedido momentos antes la procesión de Semana Santa—. Dejemos a la Justicia terrenal hacer su cometido. Nosotros rezaremos para que la Justicia divina reconozca a sus pecadores y los encamine y los haga reflexionar para merecer el perdón por sus satánicas conductas. Estamos en vísperas de Semana Santa y Jesús no predicó con la violencia sino con el Amor. Raquel es una triste víctima y debemos ayudarla pero, más trascendente aún, será que breguemos por un cambio de sociedad donde recuperemos los valores que den sentido a la vida. La reclusión de estas personas será suficiente castigo terrenal y de no reivindicarse en su reclusión tendrán asegurado el infierno eterno.
            La comunidad se fue dispersando poco a poco luego de que los agentes llevaron detenidos a los delincuentes, bajo una fuerte custodia. En la calle, en un conmovedor abrazo Raquel recuperaba su dignidad perdida, junto a sus fieles amigas, entre vítores de la multitud que se retiraba coreando su nombre.   

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