jueves, 19 de junio de 2025

Nilda Bernárdez-Argentina/Junio 2025


 

Frente al espejo

 

            Como cada noche, cepilla cuidadosamente su pelo oscuro y con la maestría de lo repetido, lo atrapa en lo alto de su cabeza con una red de lentejuelas. El cabello tirante hacia arriba destaca el óvalo de su rostro pálido y el mentón fino, casi infantil que se adelanta con insolencia.

          Se le eriza la piel debajo de la bata de seda. Frota sus manos, las abre las cierra y se queda contemplando las uñas, largas prolijas, reverberantes como rubíes bajo los focos del tocador.

          De una caja de madera laqueada selecciona los cosméticos que le darán salud a su cara, misterio a sus ojos y sensualidad a la boca.

          Reflejada en el espejo alcanza a ver la pared que está a su espalda y algunas cosas colgadas sobre el empapelado horrendamente floreado, un par de zapatillas de media punta, una diadema de strass, fotografías con marcos dorados. En una se ve a sí misma con un erecto tutú blanco, los pies en correcta segunda posición, sobre la escalinata de un Teatro Colón de utilería, en otra aparece sonriente entre Alina Marcova y un quinceañero Julio Boca.

          Menea la cabeza y repara en el pequeño grabador semioculto entre unos frascos, a su derecha. Oprime una tecla y le responden los últimos compases de ‘Copelia’, después, aplausos y vítores, entrecierra los ojos y se apropia de los homenajes. La ‘Danza del Hada de Azúcar´ irrumpe en el minúsculo cuarto y ella sin abandonar la butaca donde está sentada, balancea el cuerpo, aletea con los brazos, se zambulle en la cascada de sonidos, hasta que otra vez, menea la cabeza ahuyentando la hipnosis de la música y de sus pensamientos.

          Manipulando hábilmente lápices, pinceles y barras, distribuye con sabiduría luces y sombras, para que la otra mujer se adueñe de su rostro.

          Está terminando de calzarse la pollera, negra, ajustada con un infinito tajo a un costado, cuando la puerta se abre y desde el pasillo tenebroso invade el lugar una maraña de voces, olores, humo y refunfuños de bandoneón.  

          En el espejo se refleja la figura de un hombre de traje oscuro, relumbroso pelo engominado, que sin soltar el picaporte de la puertita del camarín, le dice:

         - ¡Dale Negra, ahora vamos nosotros!

 

 

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