“Soy un espíritu que no puede satisfacerse con su pérdida, que lo aproxima por fin al infinito”
PHILIP SOUPAULT
Como el producto de un remolino enajenante, como un torbellino alienando sensaciones, surgió. Esfumina, sin límites, como un espíritu.
Jirones de misterio colgaban de su rostro, manchones de niebla ocultaban su mirada. Deambulaba con la imprecisión de lo etéreo, con la sutileza de lo incorpóreo. Imagen surrealista evadida de un cuadro de Dalí, con la infidelidad de lo abstruso. ILucidez intrínseca de los entes de su raza, condición natural de las ánimas borrascosas de su tipo. Caminaba entre los pasajes dantescos de su laberíntico existir, delineando su trayecto entre escombros y túneles sombríos, anidando en ocasiones en una mente, un corazón, un ser. A veces sin dueño, otras poseída. Una telaraña se colgó de ella y con su miembro humeante y discontinuo la descolgó de la techumbre.
Nada la relacionaba con lo racional o lo conciso, lo premeditado o lo difuso. Engendro de una ilusión en un instante de vigilia, en ocasiones. Producto del desvarío o imagen del infierno en noches de profundo pernoctar. Dibujaba su senda entre irrealidades y probabilidades, quizás premoniciones. Figura atemporal surgida de las penumbras: el tiempo y sus devenires no tenían cauce en ella.
Intentó, como en otras ocasiones, sumergirse en el cosmos de lo humano, y en un instante divisó a su presa. Cautelosamente, con la precaución de no allegarse en demasía a lo tangible, se adentró en la casa y en el living de su víctima. Avistó aquel endemoniado reloj cu-cú y bruscamente se detuvo. Esa maléfica caja que encerraba el tiempo con su premonitorio tic-tac, amagaba con destruir su existencia, si es que ésta era cierta. La exactitud de las jaulas del tiempo destruía a tales ilusiones oníricas.
Repentinamente, antes de que pudiera tomar contacto con el ser que sería su dueño, aquella caja maléfica lanzó un quejido acompasado, las doce campanadas señalando la medianoche; final de un día, de lo etéreo, de lo atemporal, de una existencia. Con la pavura de un vampiro que al amanecer observa la luz del día, la alucinación se inmovilizó, aterrada. Vio aproximarse hacia ella aquella imagen con nitidez, limitada, corpórea y racional. La nebulosa pudo definir cada uno de los rasgos de la nueva imagen, pudo ver el brillo de sus ojos, pudo percibir el perfume de su piel y la tersura de sus ropas.
Como si el viento diseminara su naturaleza de efluvio, comenzó a esfumarse y corporizarse, secuencialmente, una y otra vez. Mágica alquimia de sensaciones, miscelánea sensorial; olores, fragancias, armonías, compases, esencias. Vahos sutiles, sortilegio sensual, mixtura fiel de la nebulosa y la imagen real, fusionando esencias, copulándose sucesivamente. Y en un acto supremo de hibridación, la nueva imagen fue absorbida por la víctima; sutil, tenue, grácilmente. Momento sublime, ilusorio instante; en un soplo místico, un sueño, la imagen de un sueño, fue parte de la realidad.
ISABEL DIAZ VERA
1 comentario:
hOLA iSABEL!!!
m
ME GUSTÓ TU CUENTO!!
JUGANDO CON LO MÍSTICO Y EL SURREALISMO.
MUY BUENO, TE SALUDA y te felicita jOSEFINA
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