¡Perdón!
El hombre llega a la bocacalle. Hay un lugar, el auto entra con lo justo. Estaciona en tres maniobras.
Camina las dos cuadras con paso cansado, no piensa en la trayectoria ni en las imperfecciones de la vereda, tantos años de ir por el mismo camino automatizan sus movimientos.
Casi va mirando el suelo, ensimismado, saboreando recuerdos recientes.
Algo lo detiene, choca con otro hombre.
-¡Perdón!
-¡Bolita de mierda!, ¿por qué no mirás por donde vas?, ¡Pelotudo!
-¡Señor, le dije perdón!
-¡Volvete a tu país, ustedes nos sacan el trabajo, son una plaga, para lo único que sirven es para vender limones y traficar merca!
-¡Señor!
-¡Andate a la puta que te parió, me dan ganas de cagarte a trompadas!
El hombre calla, baja la cabeza, no dice nada, espera que pase el chubasco, ¿cuántas veces tuvo que soportar los mismos insultos? Se enajena pensando en su historia:
Sus padres, escapados de Bolivia muy jóvenes, después de la revolución del 52. El hambre de su niñez, la falta de juguetes.
Su madre, vestida de coya, pero no con atuendo festivo y for export, de colla real, con ropa muy gastada de colores apagados por el polvo de la calle, con sus limones, sus pimientos, sus cabezas de ajo, sus hojas de laurel; con su lonita tendida en la vereda.
Su padre, levantándose a la madrugada para llegar a la obra (colectivo-tren-colectivo), al principio trabajando de peón, meta pala en los pastones y alcanzar ladrillos, luego, con el tiempo, de medio oficial y al final las constantes demandas por cuenta propia, ya conocido por sus preciosismos de albañilería y su prolijidad escrupulosa. Él mismo levantó su casa, hasta la última teja, con sus manos y el ahorro transpirado centavo a centavo. Sin embargo nunca dejó de recibir la acusación de extranjero robatrabajo, de “bolita de mierda que se viene a matar el hambre a la Argentina ” como si no fuese este también su país, regado cada día con su sudor.
Y él, hijo querido en el que se depositan todas las esperanzas. Con sacrificio lo habían hecho estudiar para cambiar la historia familiar, además había nacido acá, era argentino, aunque esto no conjuraba los insultos y las acusaciones.
Sigue caminando, ingresa a su consultorio, se pone el guardapolvo blanco, se calza el estetoscopio y da la señal a su secretaria para que llame al primer paciente.
Lo mira, lo reconoce, es el que lo insultó. No dice nada, espera que el tipo tome asiento.
El otro solo atina a decir:
-Perdón, Doctor, yo no sabía
Tus letras me llevan por el camino de la identidad, a la que debemos renunciar para ser blanquitos, como los que vinieron adonde no los llamamos, excepto quizá en nuestras peores pesadillas.
ResponderEliminarTus letras amigo, nos amigan con la vida.
Mónica Ernestina González.
A pesar de que lo conocía , lo leí porque debemos no solo no olvidar a nuestros hermanos latinoamericanos, sino que hay que tener presente las angustias que viven gran cantidad de pueblos dentro de nuestras fronteras.
ResponderEliminarGracias Marcos , por los cuentos que nos ayudan a pensar .
Abel Espil