Carta Barcelona 13/ 06/ 10
Querida Laura, puedes pensar cualquier cosa debido a este mi prolongado silencio, pero a ciertas edad cuando ya las fuerzas declinan y la voluntad se hace débil, superar dificultades o caminar al ritmo del reloj se hace, al día a día, cada vez más pesado y difícil. Muchas veces durante largos años, las obligaciones han puesto a prueba mi tenacidad. Otras tantas veces he dicho: “¡Por favor, no tengo tiempo ni de mirarme en el espejo!.” Hoy, si me veo reflejada en un casual espejo, no me reconozco. Permíteme que te cuente algo que me pasó este fin de semana; algo... que no sabría si catalogar de cómico o irónico, lo que si te puedo asegurar es que me dejó un sabor más agrio que dulce.
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Cada sábado (en lo posible) voy a pasar el fin de semana a casa de mi hija menor. Lógico que antes de salir debo de colgar el delantal, cambiar pantuflas por zapatos y sacar del ropero mi ropa dominguera. Por lo general pantalón y saquito negro, con remera blanca moteada de gris, vestigio de “Barrocco” ( Buenos Aires). Recordarás que no soy amante de lucir colgantes ni collares, pero ese día, una chispa de añeja coquetería me hizo notar que algo le faltaba a mi atuendo. Al paso, entré en una tienda atendida por chinos, y por dos euros me compré una chalina blanca. Me agradó.
Me apeo del bus en Diagonal Norte y Brúc. En el edificio de dicha calle (Bruc)donde vive mi hija toco el timbre 3º 3ª y en instantes la vos de mi hija se escucha por el contestador: “Hola Ma, ¿estás bien?” ¡Por supuesto que si! ¿A qué viene esa pregunta? “Por nada, por nada. Oye ¿Llevas dinero?” ¿¡Por!? “Vale, ¿me haces un favor?¿Por qué antes de subir no te llegas hasta el súper y me traes un par de cosas que me hacen falta?” Pienso: ¡vaya con la niña!.
El súper me es desconocido, motivo por el cual doy vueltas para encontrar las góndolas donde están los artículos que debo comprar. De entrada no más, me cruzo con una señora rubia de bastante buena presencia. Pienso: “debe ser una turista alemana o inglesa. ¿Por qué no? Barcelona está todo el año repleta de turistas. Sigo buscando y dando vueltas. La tal turista ya se me hace tan familiar, que al próximo cruce le esbozo una tímida sonrisa. Sonrisa que me es retribuida. Mis ojos se humedecen al observar con estupor que ella también luce una chalina blanca como la que me he comprado recién. ¡Caigo en la cuenta de que el súper es un laberinto de espejos! Querida Laura, como tu siempre dices: ¡Gracias por tu tiempo!. Un abrazo.
Trinidad.
ABU, QUE HERMOSO RELATO. YA SABES QUE YO SOY FANATICA DE TUS HISTORIAS PERO ESTE MÁS QUE COMICO O IRÓNICO ME RESULTA EMOTIVO. VISTE QUE NO ERES TAN VIEJA COMO TE PINTAS!! TE QUIERO MUCHISIMO.
ResponderEliminarAmiga: muy bueno, me tenés acostumbrada, como te digo siempre. También me gustó el comentario de tu nieta. Genial. Te abraza tu amiba,
ResponderEliminarAmiga Trinidad: omití decirte que tengo la chalina blanca del relato. Que te agradezco haberme incluido en tu imaginación, que te quiero y te acompaño en esa ida al súper...estás contenta? yo sí, y mucho. Te quiere,
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