Rosita, yo y el cachafaz
Rosita siempre me gustó. Desde cuando íbamos juntos a la escuela. No a la misma escuela porque antes no nos dejaban juntar a los chicos con las chicas, pero íbamos por el mismo camino. Cinco cuadras arboladas y silenciosas que recorríamos en bandada los pibes del barrio. Rosita y yo siempre caminábamos un poco aparte de la tropa y conversábamos todo el tiempo. Una vez me tomo de la mano de una manera que hasta hoy no puedo olvidar. Tengo esa sensación guardada no sé donde, pero a veces me gusta recordarla. Cierro los ojos, pienso en esa mañana de primavera y ¡zás! Vuelvo a sentir su manito apretando la mía.
Debieron pasar muchos años para que me diera cuenta de lo que quiso decirme, porque los chicos no entendemos nada. Las chicas sí. Ellas nacen sabiendo esas cosas. Hoy sé que yo la quería a Rosita y que ella me quería a mí. No como se quieren los grandes sino como se quieren los chicos. Yo no supe descifrar lo que me decía con sus manos. Si lo hubiera sabido, a lo mejor me habría casado con ella. Pero como no entendí nada me quedé soltero porque tampoco pude enamorarme de otra mujer. Habría sido como traicionarla.
Rosita no se quedó soltera porque tuvo la desgracia de enamorarse cuando tenía 16 años. Fue una desgracia porque Adolfo no era para ella. Rosita a los 16 años era más que un bombón. Era un postre entero de dulce de leche. Alegre, pizpireta, dulce, cariñosa, sensual y buena piba. Su cuerpo apareció de golpe y sorprendió a todo el barrio. Durante el invierno era una nena crecidita, pero a media primavera estalló inesperadamente como una flor más de su jardín. Entonces me enamoré por segunda vez de ella. Claro que este amor era diferente al anterior. Seguimos recorriendo juntos el camino pero ahora íbamos al mismo colegio. Ella no volvió a darme la mano como antes cuando íbamos a la escuela. Tampoco a hablar claro con la voz. Sus mensajes los enviaba con su mirada y con los movimientos provocativos de su cuerpo. Para ese entonces yo ya había aprendido a interpretar un poco esos mensajes, pero tampoco hice nada porque la vi tan linda y me vi tan feo, tan nadie que la jugué de amigo nada más.
Ella era mucho y yo era poco. Lo que más me gustaba era cuando venía a casa algunas tardes para estudiar matemática conmigo. Yo era un campeón con las ecuaciones, los triedros y los logaritmos, mientras que Rosita no distinguía los números racionales de las bisectrices. A mí me gustaba enseñarle. Me sentía importante ayudándola y proteguiéndola de los profesores. Además me sentía como admirado por ella. Fue durante una de esas reuniones en la mesa del comedor de mi casa cuando me avivé que yo además de enamorado la quería de verdad. Lo que no advertí es que a lo mejor ella también me quería de verdad. Fue entonces que apareció Adolfo y Rosita se enamoró de él. Claro Adolfo tenía 27 años, un buen trabajo, vestía ropa de verdad con chaleco y todo. Parecía tener una seguridad y experiencia que me pasaba por arriba. No sé de donde apareció pero nunca me gustó. Creo que a él lo que le impresionó fue el cuerpo de Rosita porque en los años que estuvieron casados no se interesó por ninguna otra cosa de ella. Tampoco la ayudó con la matemática y al final nunca terminó el secundario.
Yo me di cuenta que Rosita no fue feliz en su matrimonio porque al poco tiempo de casarse comenzó a engordar y a abandonarse. Se vestía mal, desarreglada. Hasta andaba en chancletas y ya no reía alegre y pizpireta. Por suerte Adolfo se murió. Casi de golpe y sin avisar. Rosita se quedó sola, con un hijo insoportable y gorda. Yo sufría mucho al verla así y entonces me acordaba de las tardes en las que venía a casa y yo le resolvía las ecuaciones mientras ella me cebaba mate y me miraba sonriendo sin entender y sin importarle nada de las matemáticas. Creo que le gustaba simplemente estar conmigo tomando mate y riendo.
Después de un tiempo Analía, su amiga de siempre consiguió que aprendiera a bailar un poco el tango. No mucho, pero eso le bastó para cambiarle la vida. Pronto fueron a la milonga y entonces Rosita volvió a florecer como en aquella primavera gloriosa. Claro que ahora no era simplemente un bombón. Ahora era un minón infernal con un cuerpo de exportación y unos movimientos de cadencias tangueras que nos derretían a todos los hombres del barrio. También volvió la alegría de sus primeros años que la hacía tan especial. La vi tan linda y atractiva que me enamoré por tercera vez y de una forma diferente a las anteriores.
Rosita resucitó gracias al tango y a Eduardo, un milonguero simpático, vital y algo cachafaz, pero derecho y buen tipo. Hicieron pareja pero no se casaron ni convivieron porque querían conservar la pasión y la alegría de esa relación, que como todos saben se suele perder con la convivencia.
Yo hubiera querido ser Eduardo “el cachafaz”, pero no me daba ni la pinta ni el carácter, así que estoy algo triste. No lo puedo negar, pero verla a ella de nuevo linda y de nuevo alegre me hace feliz aunque esté con Eduardo. Yo sé que Rosita podría haber sido mi mujer pero eso mejor ni lo digo. Por eso cuando vuelvo del trabajo y me voy sólo a mi catrera me gusta pensar que ella viene de nuevo a la tarde a mi casa para que la ayude con los logaritmos. Mire qué cosa che, con eso solo me conformo, ¿vio?
Roberto, me encantó el cuento,cuanta inocencia en ese deseo reprimido.Gracias por acercar a nuestra revista tu creatividad,
ResponderEliminarHola Roberto que tal???
ResponderEliminarQue lindo cuento!!!, esos amores inconclusos, indecisos.
Que frescura, y que ternura!!
Felicitaciones Roberto y gracias por compartirlo!!
Me olvidé de cirte que soy Josefina
ResponderEliminarcompañera de tango
Besitossss
Roberto muy interesante lo que escribiste, tendre oportunidad de felicitarte personalmente el lunes además me fascina tu voluntad de hacer cosas.
ResponderEliminarDorina .Besos.
Roberto me gustarìa tener tu talento para poder contar mis experiencias. Me encantò tu cuento, me emocionò. temando unbeso
ResponderEliminarRoberto me gustarìa tener tu talento para poder contar mis experiencias. Me encantò tu cuento, me emocionò. temando unbeso
ResponderEliminarHola Roberto, me encanto el cuento ojalá pudiera conocerte para que me tomes la mano como a Rosita, porque me imagino que eres alto morocho de ojos verdes como el Mar.
ResponderEliminarTe felicito mil Besos
HOLA Roberto muy bueno el cuento,cuanta imaginacion,te admiro, y me excita.
ResponderEliminarCon todo mi amor.
Malena
En lo simple se encuentra : lo profundo,lo eterno ,lo indestructible .Tu cuento ,es el ¡AMOR ! .
ResponderEliminarAmor pasado ...Amor presente ...Amor futuro...
Los personajes se delinean al pasar y en el desarrollo del cuento , con un un dominio mi estimado Roberto que da mucha envidea .
Lo extraño además , no es el cuento , sino que que se le suma el nombre sin apellido del autor.
Abel Espil