domingo, 17 de octubre de 2010

Teódulo López Melendez-Caracas, Venezuela/Octubre de 2010

PRÓLOGO  de Teódulo López Meléndez para el poemario inédito en soporte papel “Habría de abrir” de Rolando Revagliatti, en el que cuenta con dos ediciones-e disponibles gratuitamente en http://www.revagliatti.net




El condicional abriendo


          ¿Dónde anda la memoria de Rolando Revagliatti? ¿Acaso internada en los esquemas del latín clásico y haciendo una transferencia en el español medieval para llegarnos hasta ahora, a la reconstrucción de la lengua española en unos versos de penetración del infinito? Abre en variedad morfémica invitando al desastre que posteriormente describe. ¿Acaso esa memoria estaba interceptada por Berceo? ¿Tomó versos alejandrinos para diluir prótasis y apódosis? Pero no, el condicional no está después, está al inicio. Luego no hace sino confirmar. Podemos divagar sobre las relaciones temporales de los verbos con la realidad exterior del discurso y abandonar la morfología allí, en el pasado de las lecturas.

          ¿Lo que va detrás y lo que va delante? ¿O debemos detenernos en la relación de los condicionales con las causales? No hay otro uso condicional – digo ahora- en el resto del texto. “Habría” muestra en el poema inicial la presencia simple de una posibilidad frente a la cual el poeta parece soberano. Si realmente lo intenta no estaría mostrando una voluntad pues lo haría “como quien no quiere”, más bien “como quien detesta”. Es más, si la apertura se produce, lo que realmente sucede, como lo comprobamos al ver el cúmulo de palabras que siguen a este poema y que constituyen este libro, aun ella tiene condicionamientos previos en contradicciones que –advertidos estamos- no dependen de su voluntad dado que la envoltura del acto es impremeditada y, claro está, se torna irrepudiable. La aparente contradicción se anula dado que, como queda suspendido sobre el libro, la única posibilidad es que lo que hay que abrir se abra sin abrirse.

          Ahora estamos frente a lo que se abrió sin abrirse: Frente a lo que queda el poeta reitera su combate. No acepta los calificativos externos que puedan endilgarle. Reitera su acción soberana sobre la palabra. Y advierte que tiene por hábito venir de la luz, pues a los abismos sólo a asomarse.

          Es reiterativo en Revagliatti el no asentamiento de una realidad imperturbable. La realidad –y aquí reaparece el condicional entremezclado entre una voluntad y una fuerza superior- se mueve sinuosa. Para él la palabra dedos múltiples coordinados por todos los sentidos que, de mutuo acuerdo, le encuentran el proyecto de moldeo.

          La voz del poeta sobre sí mismo implica un desleimiento, pero nadie busque en su palabra lo contrario, pues él está en otra parte que es desleimiento. El hecho inocultable de su muerte en el momento de la muerte no puede autorizarlo a hacerse realidad mortal, pues, como queda muy claro, el llegar tarde al comienzo es la obligación permanente…poesía. Reverso y anverso, traducción y traición, referencia e inferencia, persecución y quietud, repetición e innovación…palabra.

          Aún así, los poetas intentamos una y otra vez autodefinirnos y como estamos en viaje sostenido tenemos la facultad de ver las cicatrices incluso desde el anterior momento filoso de su causa y aún tenemos el espacio requerido para hacer la advertencia a los hombres que la palabra causada provino de su causa.

          La fractalidad del prisma permite la multiplicidad de visiones, hay que mirarlas todas desde la conjunción de los signos, no hay tiempo, no es menester dilapidarlo en la espera del más allá del Yo, que los hombres hagan de su supuesta eficacia la admisión de su supuesta eficacia. Frente a ella el poeta se reserva al misterio y vuelve a condicionar reservándolo a la palabra. A la opacidad del mundo opone su luz fractalizada.

          Las interrogaciones no desaparecen. El poeta vuelve sobre ellas y las sopla en la noche. Cada palabra es una hoja que cae y en los otros encuentra lo que no es, pero cuánto pesar por haberse escondido y la manera de exorcizar es reconociéndose uno de ellos, aún y a pesar de saberse otro, el diferente. Y todo poeta sabe que ha pasado. La verificación de no estar solo es quizás el primero de los naufragios. Y el balance se asoma: ha podido hacerlo sin los sentidos porque ellos fabricaron el sentido. Ha habido en el proceso un exceso de lucidez; haberla permitido, haberla dejado entrar desde los vidrios rotos en su multiplicidad atosigante ha sido una negligencia. “Que esta lucidez perezca”, dejé escrito en algún verso, pero sin ella no hubiésemos podido ser lo que estábamos condenados a ser. Uno no se entiende entendiéndose, de manera que resulta inútil explicarlo.

          Siempre creemos haberlo dicho todo ya sobre la condición humana. Empezamos muy temprano, en el origen, y desde el origen hemos caminado infinitas veces el camino. Pensamos habernos excedido y por ello estamos solos al tiempo que comprobamos nuestra pequeñez en el diagnóstico, olvidando sólo que otro relámpago nos hace ver que sobrevolamos y hemos hecho esfuerzos notables por merecernos la muerte, palabra de seis signos, una que en traducción traidora sólo significa que seguiré contando. Se contará en la nada y para ella no hay definición a no ser nada. Esto es, la luz nos hace oscuridad.

          Aturde, lo sé. Tengo con Revagliatti una diferencia: he abierto su libro abriéndolo. Lo que no sé es si he abierto. Menos si estas palabras que serán llamadas prólogo son irreversibles. Como Rolando, tengo una “pronunciada propensión al aturdimiento”.

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