INOCENCIA
Lucía se encontraba a gusto entre las compañeras, navegando en la inocencia de su pubertad. Aún hoy acunaba a sus muñecas cuando no la veían. Consideraba que la vida era hermosa, tranquila, feliz. Sólo las notas y materias podían sobresaltarla. Era un duendecillo que cantaba y reía todo el día. Se sabía bonita y gustaba mirarse al espejo en cuánta ocasión se le presentara.
Hasta que comenzó a preocuparse cuando notó que su cuerpo cambiaba, cuando sintió las modificaciones propias del paso a la adultez. Y se asombró que no le disgustara. Instintivamente aprendió a lucir sus atributos, aunque con cierto pudor. No comprendía ni apoyaba los juegos inocentes de manos que se estrechaban, de besos fugaces compartidos.
Y apareció Luís, el muchacho aquel que le hiciera suspirar tantas veces, a quien consideraba seguro, mundano, con experiencia de vida.
Salieron en su primera cita. Pasaron una encantadora velada. Y Lucía sufrió la incertidumbre de no saber cómo terminar esa salida. Su corazón latía desaforadamente. Temía que sus pensamientos se reflejaran en el rostro.
Deseaba que la noche no terminara. Pero no fue así. Se encontraban frente a su puerta, mirándose a los ojos. Luís se despedía con un apretón de manos. Lucía se preguntaba cuál debía ser la respuesta. Entonces él acercándose tímidamente la tomó en sus brazos.
- ¿Te besaron alguna vez?
La tomó de sorpresa. No quería parecer mojigata. Tampoco quería mentir. Entonces le preguntó
- ¿Y vos, a cuántas chicas ya besaste?
Luís se sonrojó y besándola suavemente le confesó en su oído
- Vos sos la primera
NO PUDO VERLO
Levantó las solapas del sobretodo. El sombrero cubría su rostro. Caminó entre la multitud tratando de pasar inadvertido. Apuró el paso. Al llegar a la esquina se escondió detrás de un quiosco. Desde allí veía la confitería que estaba frente a él.
Esperó pacientemente por más de una hora. Ya comenzaba a cansarse y empezó a dudar, si lo que hacía era correcto.
Mientras esperaba, vino a su mente, como flashes, la tirantez que últimamente reinaba en su hogar, la frialdad de Lucía, la falta de comunicación. Las veces que trató de acercarse y el rechazo sistemático de ella.
Esto le dio ánimo para seguir esperando. ¿Esperando? ¿Qué?, preguntaba.
Fue entonces que los vio. Aparecieron tomados de la mano y entraron al bar. Su Lucía y Edgardo, su mejor amigo.
Notó que la tierra se movía bajo sus pies. Permaneció estático. No hizo nada. Quedó petrificado. Ya no quedaba esperanza alguna.
En ese momento, ella dio vuelta, como si se sintiera atraída por algo. Pero no pudo verlo. Andrés ya no estaba allí.
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