DESALOJO
—Vamos a resistir,
viejita. No les podemos regalar lo que tanto nos costó— dijo el marido.
— ¿Te sebo mate?— cambió
de tema la mujer.
—Preferiría algo
fuerte.
—Ginebra no hay más,
pero si querés le digo al Matías. ¡Matías! Andá al almacén del Tolo y traé una Bols, decile que me prepare la
cuenta para el viernes, que cobro la quincena.
—Ya hablé con los
muchachos. ¡Nos van a sacar con los pies para adelante!— dijo el marido envalentonado.
—Tengo miedo—
exclamó la mujer por toda respuesta.
— ¿Te acordás como
vinimos de Tartagal?— le preguntó él.
—Claro que me
acuerdo.
Y habían venido
muertos de hambre. A veces, para que coman sus hijos chiquitos ellos se
conformaban con mirarlos, satisfechos con su sacrificio, el mate cocido y el pan
duro. Cuando él, en época de la zafra de caña, se iba a Tucumán por dos meses,
la mujer se arreglaba como podía, meta fiado. Cuando él volvía, después de
deslomarse en la cosecha lo que había ganado apenas alcanzaba para pagar las
deudas. Además ya casi nadie daba crédito.
En
Buenos Aires todo era diferente. Ella siempre conseguía una casa para limpiar, Él
por lo general aunque sea una changuita encontraba. Todos los días había para
el pan y para la leche. Con menos sacrificio se fueron comprando la tele color,
el equipo, la heladera…
Hacía varios años él
había conseguido trabajo en una obra grande de Catalinas sur. Con lo que ganó pudieron mudarse. Estaban
parando en el ranchito de la hermana de Ramona, en la villa Veintiuno, al
fondo, en las tosqueras, donde la lluvia convertía todo en barrial putrefacto,
donde el río próximo exacerbaba el frío invernal y las hordas de mosquitos y
moscas hacían insoportable el verano…
—Entonces el Turco
nos consiguió acá.
—Pero no gratis.
—La puta, lo que nos
costó juntar esa luca verde en la época
de Alfonsín, suerte que me había salido ese trabajo, pero esto es otra cosa.
—Mas o menos, está bien, es mas cerca de todo
pero barro también hay y la pieza se llueve. En cada tormenta parece que cae
mas agua adentro que afuera.
—No podés comparar. Acordate
las discusiones con tu hermana, y los pedos que se agarraba tu cuñado, con
insultos y amenazas, el peaje que nos cobraban los punteros del Loco Juan por
cruzar los pasillos, las barritas que se daban con todo y después salían a
hacer despelote ¿Y cuando venía la cana y se llevaban a todo el mundo? Yo nunca
anduve en nada raro y ya me habían llevado como ocho veces, por portación de cara.
—Bueno, no era para
tanto.
— ¡No jodas!, esa no
era vida. Acá es más normal. Aparte pensá en los chicos, ya son grandes y están
las malas compañías, la droga. A la nena la embarazaban en cualquier momento.
—Pero de acá nos
echan. Ya viste la orden de desalojo.
—Habrá que hacerles
frente. No tenemos donde ir.
Lalo y Ramona no
durmieron esa noche. A las dos de la madrugada la asamblea, por unanimidad de
manos alzadas decidió resistir. Los muchachones que se habían quedado vigilando
a la intemperie, muertos de frío, auscultaban las sombras para avistar el más
mínimo movimiento de la federal.
A las siete de la
mañana en punto apareció el primer patrullero. En cinco minutos bullían los
vehículos de las fuerzas represivas. Cientos de policías nublaban la calle con
sus alientos vaporosos. La tensión se podía respirar. Un señor de traje se
presentó como el juez de la causa y ordenó el desalojo.
La batalla campal
duró hasta las diez de la mañana. Los vecinos resistían. Cuando caían los
cartuchos humeantes, algunos se hacían a un lado y demostrando veteranía en
combates callejeros los tomaban y los arrojaban nuevamente hacia los
represores. Los caballos abrían surcos entre las filas de gente amontonada y
los jinetes repartían sablazos a sus flancos. Los ocupantes tiraban bolitas al
piso, debajo de los caballos, lo que sumado a los cero grados invernales que
escarchaban el piso provocaban resbalones de bestias equinas y bestias humanas.
Las “fuerzas del orden” no podían reestablecer el orden. Los ocupantes venían
ganando la batalla.
Y aparecieron los
diputados. Lo que no pudieron las tropas armadas, impotentes ante la resolución
vecinal lo lograron los políticos con cuentos chinos y promesas sin
consistencia. Con una mísera oferta de habitación en hoteles familiares, por
ahora y sin plazos, lograron que se desocupara pacíficamente el edificio.
—Es mejor así— dijo
un funcionario al micrófono —la construcción no ofrecía las mas mínimas normas
de seguridad, el desalojo fue por el bien de ésta gente. La policía actuó bajo
provocación de una minoría de infiltrados. El gobierno va tomar los recaudos
para resolver los problemas de vivienda de todos los afectados.
Pocos días después, la pareja y los dos
adolescentes bajaron del colectivo 70 en la calle Luna y se internaron en las
tosqueras. Golpearon las manos en una casilla:
— ¡Celma!
— ¡Ramona, Lalo!
¿Cómo andan? ¿Y vos, Gladis? ¡Que grande estás! ya sos una señorita. Y mirá el Matías
¡todo un hombre! Pasen. Les preparo mate.
—Te venimos a pedir
si nos dejás quedarnos de nuevo en la piecita. Te pagaríamos un alquiler. Es
por un tiempo ¿sabés? hasta que consigamos algo.
— ¿Cómo, y el
edificio de San Telmo?
—Nos desalojaron.
Nos dieron diez días pagos en un hotel, tenemos hasta el lunes.
— ¿Saben que pasa?,
la Analía se juntó con Cesar, un buen pibe, laburador. Está embarazada y los
tengo a los dos en la piecita. Perdonen pero no tengo lugar.
Se fueron
desanimados, se sentaron en un banco de la plaza Constitución.
Lalo hablaría con el
capataz de la obra a ver si podía quedarse a dormir. Ramona con los dos hicos
iría a recorrer a todos sus conocidos buscando lugar donde vivir
provisoriamente. Los dos ya veían la posibilidad cierta de tener que armar su
vivaque en alguna vereda resguardada en todo lo posible del frío y de la
lluvia.
En esos momentos, en
una escribanía de Lavalle y Cerrito, cuarto piso, alguien estaba cerrando un
fabuloso negocio con el predio de
Caseros y Tacuarí recientemente desalojado. El lugar sería destinado a un
complejo de viviendas lujosas. Al finalizar la transacción, el operador tomó el
celular para decirle al diputado que estaba todo bajo control y que depositaría
el monto acordado en esa cuenta numerada que él ya sabía.
1 comentario:
Un relato duro, ¡bien "Marquisoniano"! que nos hace reflexionar y entender a los desposeídos, marginados de esta sociedad. Un infiltrado que con la escritura busca la bendita justicia
que nunca llega...
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