A modo de introducción a la sexta edición
soporte papel del poemario “Sopita” de Rolando Revagliatti, el siguiente texto
de Ricardo Rubio:
SOPITA ESPESA DE LA MUSA
o
REVAGLIATTI RELOADED
"Escribir con orgullosa soledad,
con la violencia de un cross a la mandíbula,
con sudor de tinta y manos fatigadas,
hora tras hora, hasta que los eunucos
bufen."
Roberto Arlt
La estética basa su estudio
o parecer en un sistema de relaciones muchas veces arbitrario, tanto como
arbitraria pueda ser la mirada de un hombre. Una nota musical puede resultar
bella o puede producir un disgusto según el lugar que ocupe en un pentagrama,
según las notas que la precedan o procedan, según su duración o el lugar del
planeta en donde se ejecute, o según el ocasional oyente. Del mismo modo sucede
con un paso de baile, una pincelada de color o una palabra. En poesía,
precisamente, es la palabra y su relación con las otras que concurren al texto
—no sólo semántica sino también sonora—, las que proponen la estética, más
valiosa cuando las novedades de fondo y forma se reúnen para individualizar el
preciado estilo.
A lo largo de una extensa
obra compuesta por más de quince títulos de poesía (también ha publicado teatro
y narrativa), con sus muchas reediciones, Rolando Revagliatti ha hecho de la
minuciosidad compositiva el norte de su mirada poética. Cierta preciosidad
fónica, ciertas elecciones de vocablos, que según los varios significantes señalan
la ironía del doble juego, ciertas escenas y personajes, cercanos y lejanos, raramente
buscados por otros autores, son los recursos con los que edifica un arquetipo poético
distinguido como individual, de ningún modo cerrado al juego lúdico con el
ocasional lector, sino más bien lo contrario.
Suspicacias sí, sintonía
fina y justeza verbal que suscribe un modo muy particular de transferir (y
transgredir), un sistema aún más distintivo que los ya conocidos: en Luchi, a
través de la mordacidad; en Huasi, con las torsiones y los neologismos; en
Constantini, con el ingenio y el juego del doble sentido; o en Girondo, con las
ocurrencias extravagantes; aludidos sin ánimo de homologar estilos, pues estos poetas
han sido únicos del mismo modo en que Revagliatti lo es con la suspicacia de
las reticencias a veces cáusticas y muchas veces críticas, aunque siempre
joviales; un modo nada despiadado de señalar con el escalpelo hacia las actitudes
y conductas supuestamente ominosas de nuestra civilidad más cercana con sus
múltiples prejuicios.
En algunos poemas de
“Sopita” nos encontramos con notables distingos del tono al que nos tiene
acostumbrados: el mordaz, el sardónico y el picaresco, que dan lugar en una
gran parte del libro, la primera, a una razón
ardiente casi nostálgica y reposada; composiciones que exponen al evocador,
al memorioso repaso de quien evita motivos o justificaciones para presentarnos el
paisaje exterior e interior de la circunstancia del recuerdo, eludiendo con
ajustada síntesis y vivas alusiones varios grados de follaje intimista, pese a
llevar los ojos a pretéritas fotografías no tan pretéritas (se me perdone el
epíteto, de hecho, toda fotografía es del pasado).
Ya se ha manifestado la posibilidad de esta
pluma en muchos de sus versos como algunos que recuerdo al pasar: “Murió / dijo
la radio...” (en “Ripio”), referido a la muerte de Nicolás Olivari, o el que
cita que “ya estoy medio muerto” (en “Desecho e izquierdo”), entre otros del
mismo color intercalados en sus libros. En
cierto modo, salvo unos pocos poemas, “Pictórica” es la colección que tiene una cercanía posicional a “Sopita” en
cuanto acto entre observador y cosa observada, pero no parentesco, que tampoco
tienen “Obras completas en verso hasta acá”, “De mi mayor estigma (si mal no me
equivoco):”, “Ripio”, “Corona de calor” o “Desecho e izquierdo”, elaborados mayormente
con el estilo personal e innovador que le es característico. Encontraremos que
el poema “Sopita”, que da nombre al libro, guarda una relación estrecha con ese
tono.
La anticipación a los poetas
de su tiempo, que lo caracterizó desde las postrimerías de la década del
sesenta —pese a editar más tarde—, continúa aún en la plena vigencia. Si bien
la liberación de la formalidad protocolar
del verso (el decoro, la mesura, la prudencia, etc.) y el uso de un lenguaje excesivamente coloquial
gana los renglones de los poetas más jóvenes, en Revagliatti subsiste el
respeto morfológico, la clarificación del concepto que no cede a devaneos, la
construcción fónica que se vivifica y se comprueba con la oralidad y el extremo
cuidado de la forma, cosas que en la actualidad otros poetas descuidan quizá demasiado
en virtud de malas identificaciones con poesía traducida e inútiles esfuerzos
de vanidad, que es mucho más frecuente que el talento. De modo que, con un carácter
moderno, audaz y vanguardista, nuestro poeta aún mantiene su cruzada (avanzada),
es decir, la posta de la originalidad, reuniendo creatividad, psicologismo,
ironía y atrevimiento que, claro, no es poco.
Muy bueno y certero comentario de Ricardo Rubio a la poesía de Rolando revagliatti
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