domingo, 23 de marzo de 2014

Marcos Polero-Miramar, Provincia de Buenos Aires, Argentina/Marzo de 2014

VISIÓN    

Entré al bar de Olavarría y Brown. Hacía mucho que no visitaba La Boca. Allí pasé mi niñez y mi adolescencia, pero al casarme abandoné el barrio.
Pedí un café y distraído me miré en la pared espejada.
De repente el espejo desapareció. El salón ahora era un inmenso galpón de chapas. El ambiente quedó mal alumbrado por faroles de querosén. Alrededor de una mesa cercana tres individuos hablaban bajo, sin embargo yo podía oírlos.
— No se jode con la hembra de un amigo.
— Pero ella quiso.
— Eso es lo de menos. Ya sabés como son las mujeres, Lo importante es lo que hizo él.
— Está bien, hay que terminar con esto.
   —Después tengo todo arreglado; a las cinco de la mañana sale la chata para Colonia. Agarrás a tu mujer y allá lo ves a Funes.
El tercer hombre, el que no hablaba, tenía los ojos inyectados en sangre. Había asentido con un gesto. Sus manos temblaban. Podía verse como masticaba el odio. Era el marido engañado. Cada vez que los otros dos hilvanaban una frase lo miraban de reojo. En la mesa, los tres vasos estaban vacíos. Pidieron otra vuelta. El hombre callado apuró su ginebra de un sorbo como si fuera agua.
Había otros parroquianos. Las vestimentas de todos me eran extrañas. Los hombres llevaban sombreros, funyis, algunos calzados en la cabeza de forma ladeada, otros, sobre todo los que estaban sentados, los tenían sobre las rodillas o en la mano. Además la mayoría usaba pañuelo al cuello, y traje.
Nadie parecía  extrañarse por mi Jean y mi remera con inscripciones en inglés. En realidad, no notaban mi existencia.
Alguien entró. Todos lo miraron.
— ¡Gregorio López!— dijo en voz alta, para que todos lo oyeran, el que había estado callado.
El otro desenfundó su facón y murmuró, sin  expresión de asombro, el nombre de su contendiente: —Zurdo Leiva.
Se trenzaron. Hubo amagues, giros y contorsiones en una coreografía de muerte donde las puntas filosas se sacaban chispas de luz. El marido engañado tiraba estocadas impulsado por la rabia. Gregorio López mas bién se defendía como sabiendo que tenía que pagar su culpa.
—Esto va por la Analía— El zurdo atravesó el estómago del otro con un solo golpe. La punta del cuchillo emergió de la espalda, ensangrentada.
—Por la Analía— Dijo el otro antes de caer definitivamente.
En ese momento recordé la historia que me contara, a medias, mi bisabuela, sobre la muerte de su hijo, el abuelo Gregorio, mucho antes que yo naciera  y que para la abuela María era innombrable.
De golpe retornó la luz fluorescente. El bar volvió a serme conocido. Pedí la cuenta.
El espejo ya estaba en su lugar y me perdí en las curvas de una mina con un  vestido rojo ceñido al cuerpo que estaba  para el infarto. En algo debo haber salido a mi abuelo.


3 comentarios:

  1. Me encantó el relato y el jugar con los tiempos del pasado como del presente.No solamente en los personajes centrales, también los secundarios : el escritor y su abuela .Considero que las tramas del mismo, se intercalan en los tiempos precisos, sin afectar el desarrollo del cuento.
    Abel Espil

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  2. Excelente, Marquitos....esas idas y vueltas d la memoria y los recuerdos, es un genero q manejás d forma sorprendente....

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  3. me encanto el relato el juego de los tiempos es tu mejor genero sobre todo el final que es bien tuyo tkm tu amiga incondicional a traves de tus tiempos

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