EL RECICLADOR
Cuando abrió la puerta se
encontró a boca de jarro, con un hombre de lentes oscuros todo vestido de azul.
Eso le llamó la atención, al principio, pero al mirarlo de nuevo, y al
sacarse los lentes el individuo, le sorprendió más que aparte de
vestirse todo de azul, tenía los ojos azules y su rostro lucía un
pálido azuloso que sí la estremeció. Nunca había visto a una persona de ese
color, salvo que fuera un difunto.
Con voz
temerosa y juntando un poco la puerta preguntó, ¿qué se le ofrece? El
hombre después de mirarla fijamente, con una mirada de otro mundo, le respondió
que traía un mensaje para Micaela.
Esa soy yo,
dijo estremeciéndose al saber de esa misteriosa nota y pensando que pocos
sabían que estaba trabajando de niñera en esa ciudad. ¿Quién me manda un
mensaje, no conozco a nadie aquí?, contestó cerrando un poco más la puerta y
tratando de alcanzar el pasador de cadena que la patrona le había recomendado
cuando abriera la puerta de la calle.
El hombre al
advertir que la mujer en cualquier momento iba a cerrar la puerta, colocó uno
de sus pies en el umbral impidiendo de ese modo esa intención. Micaela,
tímidamente preguntó sobre el recado, asustada por la posición del pie
del individuo.
Micaela, su
madre está muy enferma, debe ir a su pueblo de inmediato. La mujer se
llevó las manos a la cara en estado de shock y exclamó angustiada, ¡No, mi
mamá, no puede ser! ¿Cómo sabe usted de mi familia señor? Micaela,
alístese, debe partir o será demasiado tarde. ¿Quién es usted? Yo
soy, el reciclador. ¿Quién?, no entiendo, ¿quién lo mando? Micaela, no
haga tantas preguntas y váyase a su pueblo. El hombre se quedó inmóvil
por un momento y sacó el pie del umbral, mientras la mujer buscaba un
pañuelo en su bolsillo para limpiar las lágrimas que habían comenzado a
caer, en ese instante al mirar hacía abajo, como un cerrar de
ojos el hombre desapareció.
Micaela
incrédula de que el individuo se hubiera ido tan rápido, salió a la
calle mirando hacia todos lados, pero nadie, la calle lucía
solitaria. Entró de sopetón a la casa y tomó sus pertenencias,
colocando todo en unas bolsas que tenía para ese caso. Llevaba sólo una
semana trabajando allí y los niños a su cuidado estaban en su escuela,
por eso decidió irse. Como no sabía escribir, no pudo dejar
una nota y usando el dinero que le habían dejado para las compras
se fue al terminal de buses.
Por el camino
no pudo aguantar el llanto y lloró hasta que le dio hipo. Una señora que iba en
el asiento del frente la vio en ese estado y la consoló dándole
unas pastillitas de menta. Micaela le contó de ese misterioso hombre con
el mensaje. La señora se persignó, ¡Ave María!, ¿no sería un
delincuente? Dijo que era algo como reciclador, eso le escuché pero no sé
qué es eso. Bueno, puede ser reciclador de botellas, de papeles,
pero niña, es muy rara tu historia, ¿estás segura de lo que te dijo?,
claro que el aspecto del hombre me llama mucho la atención, ¡ay, niña!, ¿no te
habrán penado?
Micaela se
santiguó varias veces y deseó que su madre estuviera tan sana como
la dejó la semana pasada y que lo que le insinuó ese hombre azul no fuera
verdad.
Después de
dos horas llegaron al pueblo. Todos se bajaron con sus bultos y
Micaela se despidió a la rápida de la señora tomando luego la
calle cercana. Después de caminar varios minutos y de cruzar el puente de
madera, divisó su rancho. Entró excitada por la preocupación empujando la
puerta que se abrió de inmediato, ¡Mamá, mamá!, llamó, pero nadie le contestó.
Entró a la recámara de la mujer y la vio allí recostada, sudorosa, y moribunda.
¿Mamá qué te ha pasado? La madre como pudo sacó la voz para decirle que era
sólo un aire. ¡Mamá!, ¿tienes neumonía, es eso? la mujer cerró los ojos, el
esfuerzo por hablar la había agotado. Una vecina, la sacó de su angustia.
¡Micaela, qué bueno que viniste a ver a tu madre!, mira como está, y no quiso
ir al hospital, el doctor dice que sólo un milagro la
salvará. Está muy mal, Micaela. Doña Lala, ¿usted mandó a un señor a la ciudad
a avisarme?
¿De qué señor
dices niña? Un hombre todo de azul, me dio un mensaje, dijo ser el
reciclador. ¿El reciclador?, ¡oh, no niña!, ¡no puede ser!
¿Quién es ese
señor?, no me asuste doña Lala. Pues hija, esta mañana vino un señor así
como tú lo describes y golpeó la puerta y dijo ser el reciclador, y yo le
pregunté qué reciclador?, y él respondió, ¡de huesos! ¡Madre!, me quedé helada,
y luego dijo que volvería más tarde. Niña, me puse a pensar si no sería algún
loco, pero ahora que tú me cuentas eso... ¡Oh, cielo!, ¡sólo debe ser la
muerte! Micaela debemos prepararnos, si viene por tu madre,
¡no le abras la puerta!
ResponderEliminarBien logrado Marianela, te felicito.
Muchas gracias Jorge por tu amable comentario, saludos de Marianela
ResponderEliminarQuerida Marianela:
ResponderEliminarTe he leído con agrado e interés por ver en qué clasificación caía este "reciclador". Intriga tu relato, y ello es bueno, además de la extensión precisa para no perder la tensión.
Felicitaciones!
Amanda
Muchas gracias Amandita, tu comentario es muy interesante, la idea es intrigar al lector. Recibe un abrazo cariñoso de Marianela.
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