TERROR INCONFESABLE
Al
llegar a casa, la encontré muy silenciosa. Los muchachos no estaban a la vista.
Subí al piso superior y abrí la puerta del dormitorio de mi hija, ella estaba con
sus amigos. -¿Qué están haciendo?- Pregunté.- Cecilia turbada, contestó. -Estamos
llamando a los espíritus, mamá -No hagan eso, es demasiado peligroso, pueden
atraer espíritus malignos a casa. Les prohíbo que continúen jugando con eso. Lo
antes posible desháganse de esa guija.-Bueno mamá, eso haremos.
A media noche desperté sobresaltada al sentir que
abrían bruscamente la puerta de mi dormitorio. La casa estaba en silencio,
todos dormían. Pensando en los espíritus, dije en voz alto que me dejaran
dormir, yo no era quien los había molestado. Al rato, nuevamente advertí carreras
por la casa. En el pasillo, Ana María, amiga de Cecilia, dijo:- Tía, alguien
encendió todas las luces de la casa y ando apagándolas.
La noche siguiente, mientras cosía un botón, sentada en mi cama. Rubén,
mi marido, apareció muy molesto en la puerta del dormitorio. -No tienes porqué
dejarme a oscuras en el baño. Lamento que estés molesta conmigo por no pasar a
buscarte a tiempo a la fiesta.- Era difícil explicarle que yo no me había
movido del lugar, mientras la lámpara que colgaba en la habitación se balanceaba,
sin que mediara ni una brisa. Comencé a rezar en voz alta y lentamente la
lámpara empezó a estabilizarse. Al referirle a Rubén lo ocurrido con los chicos,
responsables de lo que sucedía, no quedó muy convencido pero si un tanto
asustado. Luego ambos nos metimos en la cama. Por mi parte me dormí invocando ayuda
divina para librarme de estos hechos anormales e inexplicables.
Ese
tercer día, estuvimos todos en casa de parientes, festejando un cumpleaños. De
vuelta, ya de noche, Cecilia apareció de improviso en mi dormitorio con el
rostro desfigurado, su mirada desafiante e increpándome cosas increíbles respecto
al trato que yo le dispensaba a ella y su padre. Llegó a tanto la situación que
estuve a punto de abofetearla, pero reaccioné a tiempo. ¡Esa no era mi hija! Ante
los gritos destemplados de Cecilia apareció mi marido. La niña al verlo, se le
abrazó con furia. -¡Papito, echa a esta mujer, es mala, no nos quiere!, junto
con apretarlo en forma morbosa, colocando sus manos en los bolsillos de su
pantalón, con tal fuerza que se los rompió. Trató de calmarla abrazándola por
los hombros y llevándola a su dormitorio, mientras la niña gritaba
incoherencias contra mí, a voz en cuello. De vuelta, Rubén sin acertar a
comprender lo que estaba sucediendo, me pidió le explicara más en detalle lo
acontecido hasta ese momento.
Visiblemente
asustada le referí todos los fenómenos ocurridos, pidiéndole me acompañara en
una invocación divina: “San Silvestre, del Monte Mayor, bendice esta casa por
todo su interior y todo su alrededor....” La oración fue interrumpida por una
presencia invisible que trataba de escapar de la pieza cerrada, rasguñando las
persianas con furia, la lámpara se balanceaba a punto de salir disparada. Por
fin el ente maligno pudo salir a través de la ventana cerrada, cayendo
pesadamente a una terraza y de ahí a la calle, sin apreciarse nada más que el
sonido de su torpe caída. Esa energía intangible, fue detectada inmediatamente por
los perros del barrio y los alrededores. Sus fuertes aullidos se escucharon largo
rato y se congregaron junto a mi puerta de calle.
Me
imaginé que ese enorme monstruo volvería nuevamente a casa. No me cabía duda
que se había posesionado de Cecilia. Sin embargo, cuando fuimos a verla estaba
en profundo y tranquilo sueño, en su cama, libre de la posesión diabólica. Ya a
punto de dormirme, nuevamente sentí la carrera agitada de Ana María por el
pasillo. Asustada le pregunté que sucedía. –Tía, les estoy tirando pan a los perros
para que dejen de aullar y nos dejen dormir-. –No hagas eso, mejor ayúdame a
rezar. Al día siguiente Cecilia, no recordaba nada de lo sucedido.
Aunque
llevé prontamente a un sacerdote para que bendijese la casa, sin embargo,
pensando en la conveniencia de venderla. Nunca estaría totalmente segura que
esa presencia maligna hubiese abandonado definitivamente mi hogar.
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