miércoles, 21 de mayo de 2014

Nora Coria-Buenos Aires, Argentina/Mayo de 2014

YO NO TENGO SED
“La vida hay que soñarla para que sea cierta”
A. Tejada Gómez

Con las últimas almendras masticaba una vez más el fracaso de la espera, sin
embargo, esa tarde se me reveló. Yo había bajado al baño a refrescarme los ojos
cansados y volvía a mi mesa, la del rinconcito donde hallé la distancia justa para que nos
miráramos a gusto. Ahora no sólo estoy segura de que él leía mis pensamientos, sino que
además, comprendía hasta lo ilimitado por qué yo lo esperaba siempre leyendo,
escribiendo, soñando...
Cuando entren, fíjense en mi mesa, era la que está junto a la puerta de la esquina, frente
a un espejo y con la mejor vista: hacia la calle, hacia el salón y hacia una placa
conmemorativa, a cuyo lado supo estar su foto, de traje y corbata, fumando, y con el ceño
apenas fruncido, entre curioso y cuestionador. Su imagen estaba enmarcada con la
simpleza del buen gusto. Fíjense bien, pero después no me den detalles.
Yo siempre me ubicaba ahí. Siempre. Y cuando encontraba mi mesa ocupada, maldecía
de pie, expectante hasta que la dejaban libre. Los mozos sabían que ése era mi lugar. Y
más de una vez la desalojaron para mí. Con una actuación para el aplauso convencían a
cualquiera para que cambiara ese sitio por otro, por ejemplo junto a las ventanas más
grandes, desde donde, si eran turistas extranjeros, podrían ver... qué se yo... the typical
people walking. Y yo feliz... ¡Como loca! Con su complicidad recuperaba mi rinconcito de
Avenida de Mayo y Perú. La cuestión es que la última vez que fui a la London, en cierto
momento, advertí cómo el ambiente se iba poniendo distinto. No siendo la hora del cierre,
era rara cierta impaciencia mal disimulada en los mozos; y el murmullo habitual, los
sonidos de sillas, copas, bandejas... habían cambiado. Yo había pasado las horas como
siempre, releyendo, café tras café, anotando algunas palabras, distrayéndome con las
burbujitas que se formaban en el agua que nunca tomaba, corrigiendo mis borradores, y
contemplando a intervalos sus ojos despiertos a pesar del vidrio que opacaba la foto...
Nunca lo había esperado tanto como esa tarde. Había pedido la cuenta; estaba por irme
como tantas veces, con la asumida desilusión, pero esta vez llevándome algunos versos...
Todavía no sé desde dónde se me acercó, porque cuando dejé de contar la plata y
levanté la vista pensando que era el mozo, me encontré con su imagen. Tan alto,
elegantemente desaliñado, apretando con naturalidad el cigarrillo con su boca perfecta; y
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la mirada... fascinante y atemporal. No dijo nada; y yo, que tanto tenía para decirle, quedé
muda. Se sentó frente a mí. Me imaginé roja, naranja, violeta; pero no pude revisar si mi
habitual expresión de desaliento había transmutado en loca feliz porque con su espalda
ancha, con su estatura impresionante, tapaba el espejo. Se sirvió el agua y la bebió toda
mirándome a los ojos, tan profundamente... Luego mis borradores se hicieron pequeños
en sus manos. Por entonces yo escribía especialmente cuentos. Leyó varias páginas sin
detenerse, sin una acotación siquiera sobre mi letra y desprolijidad. Eligió una de mis
hojas... ¡la única poesía que había escrito en mi vida! y se la guardó en el bolsillo del
saco. Después me quitó mi libro fetiche, ya saben... “Los premios”, y con ese maravilloso
tono afrancesado me dijo en voz baja “No son tiempos de releer, son tiempos de escribir”.
En ese momento tuve que desviar mi vista hacia el mozo porque sentí que esperaba para
cobrarme, y. entonces... ¡Julio ya no estaba!
Juro que lo busqué entre todos los presentes, mesa por mesa, y bajé hasta los baños, y
entré también en el de hombres. Finalmente salí a la calle. El mozo me siguió hasta la
puerta, más preocupado por mí que por la cuenta sin pagar. Debe haber percibido mi
angustia, porque me tomó del brazo con suavidad y me llevó a mi mesa. Quiso servirme
agua, pero encontró, con sorpresa, que la jarra estaba vacía. Antes de que fuera a buscar
otra, que yo tampoco iba a tomar, le pregunté...
_ ¿Y Julio?
_ ¡Ah, la foto de Cortázar! Se cayó hace un rato, ¿no escuchó el alboroto? Se rompió el
vidrio, pero le prometo que para mañana lo tenemos de nuevo ahí, ahí mismo.
Pagué y me despedí como siempre, pero nunca volví. Después de aquello no
puedo terminar mis cuentos, pero se venden muy bien mis libros de poesías. Además
evito esa cuadra para no tentarme. Ustedes vayan. Yo no tengo sed y puedo esperar en
la plaza. Ustedes vayan, y si quieren siéntense en mi mesa, pero... después no me
cuenten nada. No quiero saber qué pasó con su foto.

2 comentarios:

  1. Nora: interesante relato. Deseos, acciones, esperanzas, ilusiones, todo en ese breve transcurrir. Un abrazo,

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