domingo, 22 de junio de 2014

Alba Bascou-Buenos Aires, Argentina/Junio de 2014

La ley  sin honra

Fue hace muchos años en que sonó el estridente timbre de la casa, redondo, pintado de verde y el abuelo se acercó a la puerta con su porte elegante y acento gallego preguntando quién era.  No entendió de quién se trataba. No obstante, como persona educada abrió la puerta y se encontró con una mujer y dos hombres desconocidos.
Mirándolos extrañado, les preguntó qué buscaban. La contestación no se hizo esperar.Soy  la  Dra. Escafandro, de la vecina orilla, y necesito entrevistar a su hija, hacerle unas  preguntas, fue la respuesta. El asombro y la desconfianza  invadieron la cara del abuelo quien  llamó a Sara, que con sus bien llevados cuarenta y tres años se acercó sorprendida. La presentación no tardó. Soy la abogada de su esposo muerto en la vecina costa, agregó con cara de estatua de sal. Aquélla, respetuosa como había sido educada,   la invitó a pasar a la casa junto a los mastodontes que la acompañaban pero un temblor le recorrió el cuerpo. En ese momento,  apareció otro personaje en acción, su hija.
Argentina obserbaba desde sus 17 años, sorprendida, l a escena. Esa aparición repentina, sin aviso, dos hombres y una mujer como encastrada en una escoba dado la delgadez de sus piernas, erecta como una columna  y de mirada desafiante. Sabía de la muerte de su padre, abandónico por costumbre, creador en el inconsciente colectivo de la Unasur dado el reparto de hijos posteriores a ella por Latinoamérica, e informada por un tío abuelo de la vecina orilla cuando todo había terminado. Sintió congoja y temor. Y algo parecido a un escalofrío le recorrió el cuerpo.
Nivia Escafandro, abogada, se sentó en la silla del comedor, junto a Sara, acompañada de los dos hombres  que simulaban ser simples familiares.  La escena fue corta. Con una rigidez cadavérica,  con el torso erguido, la mirada oscura y penetrante, toda ella  cubierta con un traje sastre marrón habano, expectó un buenas tardes como cuando alguien aburrido inicia un programa televisivo y no sabe cómo seguir. A continuación como si estuviera frente a  una emisora radial , ya que en ese tiempo  la televisión no había llegado, aclaró que su presencia en ese lugar se debía a la muerte del esposo de Sara,  el padre de Argentina, y la necesidad de facilitarle la sucesión a otra mujer que en ese último tiempo vivía con él en la cercana orilla pero con la que no estaba casado. Argentina, sorprendida,  exclamó  cómo  era bígamo o trígamo,  entonces. La doctora en leyes con altanería y mirada despectiva le repondió a la adolescente un eso, no  tiene importancia. ¿Qué no la tiene? , le contestó la hija con mucha rapidez: mi madre tiene la patria potestad,  gracias a Evita, ya que  don Hugo, su representado,  se esfumó desde que era muy chica.  Sabe quién era Evita. ¿ No?  Infórmese . Suena raro que una profesional como Ud., la desconozca. Además de aprobar la patria potestad para las mujeres,¿ no se enteró que en este país ,en 1947,  ella patrocinó el voto femenino? Es conocida mundialmente. En nuestra escuela pública aprendí la importancia del estar informado. .. y a continuación se asomó sus dientes sobre el labio inferior, enfrentándola con sus ojos, esperando respuesta.  
Nivia Escafandro, hizo una mueca desagradable y habló de buenas  costumbres. La respuesta no tardó en explotar de la boca de la muchacha y con los ojos más verdes que nunca le preguntó si eran buenas costumbres, invadir una casa, hablar como si estuviera bebiendo una tisana de almidón porque la cara le reflejaba  tesitura y una ausencia de ética, ya que no había habido ningún anuncio en todo ese tiempo de su visita.
Sara, mirando a su hija, con los ojos llorosos, le pidió calma ante lo que la Scafandro explicitó que sería muy simple y breve la entrevista,  que quería saber para tranquilidad de su representado si  renunciaba a la herencia. La madre, angustiada, sostén de familia, bajó la cabeza pero de repente y mirándola a la representante de las leyes  le manifestó que no era su decisión la única sino la compartida con su hija. La mujer de la otra orilla, representante de no sé que leyes, con una sonrisa deslizó un la niña es meñor de edad. Niña, preguntó  la muchacha- clavándole la mirada en la medalla de la virgen de Guadalupe que llevaba ensartada en el cuello- ,  estoy terminando el secundario y tengo capacidad de análisis. Tengamos paz, medió uno de los mastodontes presentes mientras el abuelo y la abuela preocupados  asomaron por la puerta la cabeza extrañados de semejante reunión con voces en ascenso. A los dos segundos, la tía abuela y el tío estaban en la fila.
Sara miró intensamente a su hija pidiéndole una respuesta que no tardó en llegar. Mamá, yo lo que hubiera necesitado era que me quisiera, que me cuidara como vos lo hacés conmigo, que se metan toda la plata y el auto en el culo.
Los visitantes se levantaron de las sillas ante la respuesta,  mientras los dos acompañantes dejaron escapar un ya está  y partieron en tanto la Scafandro decía qué palabras.
En tanto,  la adolescente le gritaba cu – lo, cu-lo, palabra castellana referente a la parte trasera del cuerpo por la que se eliminan totalmente los viejos desperdicios. 
Scafandro no dudó en ponerse de pie, acompañada por lor otros dos, revoleando la cabeza como si intentara un ejercicio de descontracturación y elevando la voz  arrojó un tiene que firmar señora. Esa órden sonora resonó de esa boca agrietada,  mientras los acompañantes ansiosos manejaban una lapicera en la mano,  testificando el acto, desenmascarándose y ejerciendo la función de  simples impostores.
Fue muy rápido. Tanto que el dolor unió a madre e hija en un abrazo eterno.
Tiempo después, ellas cruzaron el río y un  Alfredo Palacios las recibió siendo canciller en  ese país, donde quedó documentado  aquel fallecimiento. Nada más.
El vapor de la carrera las trajo de vuelta.
Pero, antes,  la hija abandonada desde   la más tierna infancia, había querido  conocer el nuevo domicilio de su padre. Observó cierto tiempo la lápida y la foto.  Esta era la misma que la había acompañado años cuando le decían que eran viajante. Gran viajante, ya que llegó muy rápido, a los 45, a ese lugar.
Ese vapor de la carrera que en ese entonces ni pensaba llegar a Buquebús  las regresó con una sensación extraña y dolorosa, la de decir adiós a quien sin palabras las había abandonado.




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