EL FURGÓN
Aquel día se hallaban charlando animadamente, Fernando
en la casa de su compadre Ricardo. De pronto desde el jardín se escucharon los
gritos angustiosos de la esposa de Ricardo, advirtiendo que el furgón de Fernando,
estacionado frente a su casa, estaba siendo robado.
De inmediato ambos compadres se
pusieron en acción corriendo hacia la calle, cuando el furgón silenciosamente
era empujado por dos individuos jóvenes. Llevaban unos cincuenta metros de distancia y muy poco
demoraron en subirse y ponerlo en marcha, alejándose rápidamente. El intento de
los compadres por alcanzarlo fue en vano.
Desesperados, intentaron detener
algún vehículo que se dirigiera en la misma dirección de los ladrones, pero no
lo lograron, ninguno les prestó atención. De pronto hizo aparición un vehículo
policial. De inmediato se detuvo ante las señas de los hombres. Una vez
enterados de lo sucedido, invitaron a Fernando a subir al vehículo para
perseguir a los ladrones.
Muy veloz se desplazaba el vehículo
policial, por el camino en pendiente del Barrio Miraflores. Fernando sólo
pensaba en recuperar su vehículo, que tanto le había costado adquirir y además
era su herramienta de trabajo. Por fin llegaron a la plaza y con gran alegría
divisó el furgón detenido frente al semáforo, esperando el cambio de luces.
Esta circunstancia les permitió darles alcance.
-Allá está! - Gritó sin poder
controlarse. Rápido el auto policial se dirigió en esa misma dirección e hizo
el cambio de luces que indica detención inmediata. El furgón se detuvo.
Tan pronto Fernando, tuvo frente a
frente a los delincuentes, sintió muy fuerte un odio, como para castigarlos
personalmente. Apenas pudo contenerse, ante la presencia de los carabineros que
en ese momento procedían a esposarlos para llevarlos a la Unidad Policial. Dijo
el oficial -Usted va en su vehículo para efectuar la denuncia
correspondiente
Todo fue muy rápido, tanto que no
alcanzó a ver la cara de los antisociales. El vehículo policial ya había
partido cuando Fernando subió a su furgón recuperado.
Grande fue su sorpresa al ver
aparecer de entre unos bultos, a su sobrino Guillermo, de quince años, uno de
los hijos de una hermana viuda. El muchacho integraba esta banda de
delincuentes adolescentes que se dedicaban a robar vehículos y luego de
agotarle el combustible, los vendían a los reducidores de autos.
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