sábado, 23 de agosto de 2014

Rubén Vedovaldi-Provincia de Santa Fe, Argentina/Agosto de 2014

Rubén Vedovaldi, desde Capitán Bermúdez, provincia de Santa Fe, la Argentina, en julio de 2006, reflexiona a partir de algunos textos de la tercera edición del poemario “Ripio” de Rolando Revagliatti (Editorial Recitador Argentino, Buenos Aires, mayo 2006).


A ver qué nos dice este “Ripio”


          El ripio era el gran cuco tan temido de los poetas que extremaron el arte de oír su propia versificación y depurar y escandir y hacer fluir esa asida y procesada interiormente e inasible y clara y oscura materia. Rolando eleva el cuco a título de su libro, exorcista ya fogueado en este difícil oficio. No es la literatura una fábrica ya terminada, un juego ya reglamentado hasta su último detalle, sino materia sobre la que, como para la ars poética, el autor vuelve y revuelve y sigue recreando y redefiniendo. Es un hecho y más un haciendo, como el lector es un haciendo, deshaciendo y rehaciendo, a golpes de ironía. Para la literatura vale cortar por lo enfermo y, bien redondeando, más vale no valer que valer, que del valer bien se ocupa ya la economía, la ética, la guerra.

          Bien que escribo, define el hablante, desde un frente, fuente de guiños, pie de guerra. El autor es la continuidad y nos lo dice, no sensitivo como se decían Amado Nervo o Rubén Darío, sino conturbado / a primer amago de roce de la a(pab)ullante / gozadora –el entreparéntesis es de este lector en esta lectura-, el autor escribe para lograr socializar la varita mágica del hada. No es el omnipotente que toma la pluma como un monarca su cetro, es alguien que como los lectores, vate y se debate en decididamente indecisa materia. Vean cómo hago ripio, declara, vean / cómo me equivoco / propago erratas y –a mis años- chochez. El escritor no viene solo pero se las trae. Arriesga quemarse en un juego asociativo y pone en riesgo al lector apuntándolo con un arma de juego. Impecable logro de juego con el estrato fónico o aliteración en careo, caca y cacareo.

          A propósito de ese jugar, le he dado en clínica mi obra a una considerable poeta y en su juicio terrible me espeta: “No juegues más con las palabras, ya jugaste, con la poesía no se puede jugar”. Y aún contra su juicio veo que sí se juega, que sí Rolando puede y por qué habría entonces uno, como autor, de-privarse de leer y / o escribir y jugar. Sigo sintiendo que el jugar es un procedimiento válido, bien que no sé si para la literatura o para mí.

          “Con el jardinero”: El empleador puede aceptar la renuncia formal del jardinero, pero no podrá evitar la maldición de aquel lugar común donde los recuerdos siguen aflorando.

          “La página en blanco” continúa la serie de la literatura, el aula, la cuestión del que escribe como asomándose a ver su mejor máscara o su mejor vestuario y ve nada y se siente nada o más desnudo que desnudo: blanco. Y esperar la superación, la supuración, hacer poesía o literatura o arte desde la supuración y ese juego entre liquidarla y hacerse líquido o liquidarse.

          “Sólo & solo”: Con ese primer verso que es todo un epigrama epitafio, pero que no es todo y donde se logra dar una vuelta de tuerca y después otra y otra más.

          “Lo dejo y se queda”: Kafkiano cuando sabemos que adentro está el fantasma que nos busca.

          “A Fernando Savater”: Provecho el que saca de esas variantes del montar animales donde vamos graduando del más usual, caballo, al mágico y totalmente inusual unicornio.

          “Un extenso poema...”: Ocurrente esa asociación entre el asalto del extenso poema al hombre autor y el lograr reducirlo. En eso se ve que está entrenado Rolando, ya que no peca de verborragia sino que condensa, reduce su materia.

          Y también muy verdad eso de que los versos expulsados de muchos poemas, como agua desviada, terminarán volcándose en la concepción del próximo, a la manera también de los restos diurnos de vivencias y deseos que van a los sueños.



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