sábado, 20 de septiembre de 2014

Ana Russo-Septiembre de 2014

Ana Russo y su comentario bibliográfico de la segunda edición del poemario “De mi mayor estigma (si mal no me equivoco):” de Rolando Revagliatti (Ediciones La Luna Que, Buenos Aires, 2006), publicado en el número 19 de la Revista “Poesía de Rosario” digital, de Rosario, Santa Fe, la Argentina, 2010.




          La tapa de este libro carece de imágenes, no es lo que se denomina un volumen atractivo por su ilustración, pero el diseño de su gráfica hace pensar en palabras que por algún motivo especialísimo están destacadas en el tamaño de su cuerpo, y otras, deliberadamente menguadas. No creo que esto responda a un antojo o caprichosa construcción sino que debajo de este artificio de imprenta hay un mensaje a descifrar. Claro que ese mensaje no surgirá si no se observa con detenimiento qué intención tuvo el poeta para darle este formato a la tapa. Veo que se destacan dos palabras: “Mi Mayor”. A raíz de esto me remito a revisar el valor de los tonos musicales y encuentro que “mi mayor” es la tonalidad que consiste en la escala mayor de la nota musical “mi”, pero que además “mi mayor” es la tonalidad del movimiento final de la Sinfonía Inacabada de Schubert; deben sumarse aún dos conceptos: que es una tonalidad muy dada para la guitarra (instrumento criollo por excelencia) y que es considerada la más pura de las tonalidades para Scriabin, quien la eligió para representar al color blanco en sinestesia de la música.   Recordando que sinestesia es la mezcla de dos o varios sentidos diferentes, esto se puede aplicar a un desarrollo de la percepción aumentado por diferentes razones, ya sean estéticas o por asociaciones formadas por procesos sensoriales de diverso origen. En este caso, así como en el muy conocido poema de Rimbaud a las vocales, les asigna a cada una de ellas un color; el compositor ruso le asigna al “mi mayor” un color y éste es el blanco. Pero a esta valoración intensa del “tono” –volviendo a la tapa- le sigue una palabra que gráficamente va perdiéndose: “Estigma”. Su cuerpo es mínimo con relación a lo antes citado, pero allí radica todo el libro. En esa minúscula palabra que tiene significados múltiples se avienen: las llagas o heridas (religión):

“Herida larga / herida larga alarga / herida larga alarga el ala / mi/   irreprimible herida / deviene de yacer aterrada / (sin como la/ sin como que / sin cuando como que/ sin donde como la) / condensa hasta mutis / larga mutis / a la alarga / a la paz a la herida…”

O: parte de las flores que capta el polen:

“Odioso polen / que a mi limbo asciendes / por una vía / sin embargo muerta // flota la lluvia y al revés / brinco en el blanco / cedo embargando / con mis propagaciones // te gano la llegada / cuerpo del amor / y dura”


Y por último, atributo por el cual un ser social es considerado por su comportamiento,   digno de una señal, de una marca como generalmente les sucede a los poetas, aún más si toca puntos revulsivos, como lo dice en la contratapa Osvaldo Pol, cuando en 1993, hace alusión a la primera edición de la obra.


“simetría”:

“Duelo o / dueto o / algo como una simétrica duda: / ¿me enfrento o / me acoplo?...”



           Y luego el remate de tapa: (si mal no me equivoco):. Deja abierta la puerta para que los lectores realmente comprometidos, revisen los textos para confirmar que “no se ha equivocado mucho”, que eso es lo que quiere decir esta expresión. Nada sobra, nada falta, nada es antojadizo o arbitrario y desde esta tapa ya avanza con rotundidad el escritor sorprendente, aquel que hace de los vocablos nuevas respiraciones, incluyendo neologismos decisivos, como  en “eslaverbones”, apabullante poema de enumeraciones caóticas y eslabonamientos de actitudes para sobrevivir en el caos a cualquier costo, enunciadas en tanto verbos en aumentativo, haciendo de las acciones cotidianas situaciones hiperbólicas: “dudar / entre la ka y la cu / entre ser llevado por el camino recto o en andas / entre escribir / o barritar”, teniendo en cuenta que barritar es “emitir el sonido de un elefante”. O en el texto 6 de “suelta de palomas”: “liebres pareciendo gatos / hasta la total desvirtuación / acuchillaré la gatidez”; o en “pájaro al trino”: “despidémiame de mi mala índole para que nada sobre”; o el increíble remate del poema “me”: “el resentimiento me asalta / la decepción me asalta y me consume / me puede / la remuerrección de finndenuevo”.

          Otra inclusión notable es la de terminología de nuestro antiguo decir rioplatense, ciudadano y por momentos tanguero, términos como rantifuso, peripuestos, damisela, emberretinamiento, sombrerete requintado, etc., no hacen más que insistir en seguir definiendo el lugar que en “a pulmón”, dedicado a Celedonio Esteban Flores, llama “la argentina” referencial del suburbio y el malevaje y a la fatiga de lo trágico.

          Destaco los textos que forman una línea histórica que a modo de cronología, desde 1905 llegan a 1914, trayecto que concluyendo en la muerte del archiduque Francisco Fernando de Austria y el inicio de la guerra del ’14, comienza con el inmortal acorazado Potemkin, pasa por las revoluciones automotrices, el caso Dreyfus, los presidentes argentinos, las derrotas futbolísticas, las huelgas y hasta “el petiso orejudo” y la mafia rosarina; también el Titanic hace su noche en el poema que es de una mirada absolutamente desapacible, de una sequedad y aspereza deliberadas para enunciar un mundo que no deja resquicio sin inmolar. 

          Este es un libro en carne viva, como lo dice en “encarne”“en carne viva mi envidia (y otras) / en carne moribunda / restos (vivos y estéticos) / y en carne muerta /palabras (quietud)”. 

          El poeta trabaja en el detritus, en el residuo que le permite una realidad que lo acucia, que lo hostiga y no deja que lo coloquial elija el camino más fácil sino el de la rudeza, el del choque que el ser tiene con su propia existencia, pero también con la historia del país y del mundo. Restos de palabras que son también parte de esa carne muerta, nuestra y de todos. Enorme desafío: Revagliatti no se deja arrastrar con resignación por los significados corrientes y aceptados, sino que las toma y les implica una fuerza y un nuevo valor, haciendo un trabajo de reconstrucción innovadora. No puede someterse a la quietud de las palabras habituales, necesita otros aires y en su Mayor Estigma –el de ser un poeta excepcional- impone con originalidad un discurso nuevo y único que lo convierte –según la definición del comienzo- en un ser completamente estigmatizado por las heridas de estar vivo entre tanto moribundo, y por ser digno de esa marca o señal que lo torna, con fervor,   abrupto y arriesgado.   También su mayor estigma es ser como señala su primer poema: “¿romántico permanezco (pertenezco) / o evitaré ser lo que me digo?” Conflicto entre deseo e identidad, lo que asegura una lectura de difícil acceso necesaria para lectores ávidos de compromiso. 




Ana Russo






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