Ana Russo y su
comentario bibliográfico de la segunda edición del poemario “De mi mayor
estigma (si mal no me equivoco):” de Rolando Revagliatti (Ediciones La Luna Que, Buenos Aires,
2006), publicado en el número 19 de la Revista “Poesía de Rosario” digital, de Rosario,
Santa Fe, la Argentina,
2010.
La tapa de este libro carece de
imágenes, no es lo que se denomina un volumen atractivo por su ilustración,
pero el diseño de su gráfica hace pensar en palabras que por algún motivo
especialísimo están destacadas en el tamaño de su cuerpo, y otras,
deliberadamente menguadas. No creo que esto responda a un antojo o
caprichosa construcción sino que debajo de este artificio de imprenta hay un
mensaje a descifrar. Claro que ese mensaje no surgirá si no se
observa con detenimiento qué intención tuvo el poeta para darle este
formato a la tapa. Veo que se destacan dos palabras: “Mi Mayor”. A
raíz de esto me remito a revisar el valor de los tonos musicales y encuentro
que “mi mayor” es la tonalidad que consiste en la escala mayor de la nota
musical “mi”, pero que además “mi mayor” es la tonalidad del
movimiento
final de la Sinfonía Inacabada de Schubert; deben
sumarse aún dos conceptos: que es una tonalidad muy dada para la guitarra
(instrumento criollo por excelencia) y que es considerada la más pura de
las tonalidades para Scriabin, quien la eligió para representar al color
blanco en sinestesia de la música. Recordando que sinestesia es la
mezcla de dos o varios sentidos diferentes, esto se puede aplicar a un
desarrollo de la percepción aumentado por diferentes razones, ya sean
estéticas o por asociaciones formadas por procesos sensoriales de diverso
origen. En este caso, así como en el muy conocido poema de Rimbaud a
las vocales, les asigna a cada una de ellas un color; el compositor ruso le
asigna al “mi mayor” un color y éste es el blanco. Pero a esta
valoración intensa del “tono” –volviendo a la tapa- le sigue una palabra
que gráficamente va perdiéndose: “Estigma”. Su cuerpo es mínimo con
relación a lo antes citado, pero allí radica todo el libro. En esa minúscula
palabra que tiene significados múltiples se avienen: las llagas o heridas
(religión):
“Herida larga / herida larga alarga / herida larga alarga el ala / mi/ irreprimible herida / deviene de yacer
aterrada / (sin como la/ sin como que / sin cuando como que/ sin donde como la)
/ condensa hasta mutis / larga mutis / a la alarga / a la paz a la herida…”
O: parte de las
flores que capta el polen:
“Odioso polen / que a mi limbo asciendes / por una vía / sin embargo
muerta // flota la lluvia y al revés / brinco en el blanco / cedo embargando / con
mis propagaciones // te gano la llegada / cuerpo del amor / y dura”
Y por último, atributo por
el cual un ser social es considerado por su comportamiento, digno
de una señal, de una marca como generalmente les sucede a los poetas, aún más
si toca puntos revulsivos, como lo
dice en la contratapa Osvaldo Pol, cuando en 1993, hace alusión a la primera
edición de la obra.
“simetría”:
“Duelo o / dueto o / algo como una simétrica duda: / ¿me enfrento o / me
acoplo?...”
Y luego el remate de tapa: (si
mal no me equivoco):. Deja abierta la puerta para que los lectores
realmente comprometidos, revisen los textos para confirmar que “no se
ha equivocado mucho”, que eso es lo que quiere decir esta expresión. Nada
sobra, nada falta, nada es antojadizo o arbitrario y desde esta tapa ya avanza
con rotundidad el escritor sorprendente, aquel que hace de los vocablos
nuevas respiraciones, incluyendo neologismos decisivos, como en “eslaverbones”,
apabullante poema de enumeraciones caóticas y eslabonamientos de actitudes para
sobrevivir en el caos a cualquier costo, enunciadas en tanto verbos en
aumentativo, haciendo de las acciones cotidianas situaciones hiperbólicas: “dudar
/ entre la ka y la cu / entre ser llevado por el camino recto o en andas / entre
escribir / o barritar”, teniendo en cuenta que barritar es “emitir el
sonido de un elefante”. O en el texto 6 de “suelta de palomas”: “liebres pareciendo gatos / hasta la total
desvirtuación / acuchillaré la gatidez”; o en “pájaro al trino”:
“despidémiame de mi mala índole para que nada sobre”; o el increíble remate
del poema “me”: “el resentimiento
me asalta / la decepción me asalta y me consume / me puede / la remuerrección
de finndenuevo”.
Otra inclusión notable es la de
terminología de nuestro antiguo decir rioplatense, ciudadano y por momentos
tanguero, términos como rantifuso, peripuestos, damisela, emberretinamiento,
sombrerete requintado, etc., no hacen más que insistir en seguir definiendo el
lugar que en “a pulmón”,
dedicado a Celedonio Esteban Flores, llama “la argentina” referencial del
suburbio y el malevaje y a la fatiga de lo trágico.
Destaco los textos que forman una
línea histórica que a modo de cronología, desde 1905 llegan a
1914, trayecto que concluyendo en la muerte del archiduque Francisco Fernando
de Austria y el inicio de la guerra del ’14, comienza con el inmortal acorazado
Potemkin, pasa por las revoluciones automotrices, el caso Dreyfus, los
presidentes argentinos, las derrotas futbolísticas, las huelgas y hasta “el
petiso orejudo” y la mafia rosarina; también el Titanic hace su noche en
el poema que es de una mirada absolutamente desapacible, de una sequedad y
aspereza deliberadas para enunciar un mundo que no deja resquicio sin
inmolar.
Este es un libro en carne viva, como
lo dice en “encarne”: “en
carne viva mi envidia (y otras) / en carne moribunda / restos (vivos y
estéticos) / y en carne muerta /palabras (quietud)”.
El poeta trabaja en el detritus, en
el residuo que le permite una realidad que lo acucia, que lo hostiga y no deja
que lo coloquial elija el camino más fácil sino el de la rudeza, el del
choque que el ser tiene con su propia existencia, pero también con la historia
del país y del mundo. Restos de palabras que son también parte de esa
carne muerta, nuestra y de todos. Enorme desafío: Revagliatti no se
deja arrastrar con resignación por los significados corrientes y aceptados,
sino que las toma y les implica una fuerza y un nuevo valor, haciendo un
trabajo de reconstrucción innovadora. No puede someterse a la quietud de
las palabras habituales, necesita otros aires y en su Mayor Estigma –el de
ser un poeta excepcional- impone con originalidad un discurso nuevo y
único que lo convierte –según la definición del comienzo- en un ser
completamente estigmatizado por las heridas de estar vivo entre tanto moribundo, y
por ser digno de esa marca o señal que lo torna, con fervor, abrupto y arriesgado. También su
mayor estigma es ser como señala su primer poema: “¿romántico
permanezco (pertenezco) / o evitaré ser lo que me digo?” Conflicto
entre deseo e identidad, lo que asegura una lectura de difícil acceso
necesaria para lectores ávidos de compromiso.
Ana Russo
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