Gloria, la mujer que los dos queremos
No
puedo dormir, se lo tengo que decir hoy mismo, mientras no ponga esto en claro,
no tendré un minuto de paz.
Creo
que ya se debe haber dado cuenta de lo que siento por ella. Desde que llegó
aquí me cambió la vida para siempre, y si no me quiere como yo la quiero, seré
infeliz también para siempre.
Me
vuelvo loco con su voz, con el brillo de sus ojos, con su boca siempre sonriente, con la suavidad y el olor
de sus manos cuando me acaricia. Me
acaricia como me acariciaba mi mamá,
y sus manos, como las de
ella, huelen a veces
a verdura y otras
a jabón.
Tiene un ángel especial para las cosas más
simples, se desliza por la casa en vez de caminar;
cuando
cocina, cuando vuelve de hacer compras, cuando se viste como una diosa para
salir.
Tiene una gracia, una luz propia, no es que yo
le invente cosas porque me tiene enamorado,
ella es simple y naturalmente así.
Esto no tiene solución; si le digo a él que
estoy enamorado de ella, seguro que me
matará, y mucho peor que la muerte es pensar que probablemente Gloria ni siquiera me tome en serio, después
de todo, tengo sólo doce años y ella es la nueva mujer de mi
papá.
Mejor
me voy a jugar con la computadora.
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