martes, 25 de noviembre de 2014

Marta Susana Díaz-Argentina/Noviembre de 2014

NO TE UFANES RÍO EBRO

¿Y acaso iba a ponerse dramático? No… Si eso no era nada. Una pelea de niños. Lo golpearon entre tres. ¿Por qué? Porqué era el alumno pobre del grado. Uno lo tenía de atrás y los otros le daban trompadas en la cara y en la barriga. De pronto salieron corriendo y lo dejaron ahí, tirado, como un muñeco de trapo. Se acomodó como pudo la camisa  dentro del pantalón. Recogió las carpetas y los libros, se pasó los dedos por el pelo como si fueran los dientes de un peine y  caminó las pocas cuadras que quedaban hasta llegar a su casa. La madre abrió la puerta y al verlo lo primero que le entregó fue un sopapo en la cara que lo hizo trastabillar. “Este fin de semana no sales, jodío”, le dijo. Él pensó con agrado que se iba a quedar dos días durmiendo. Se sentía agotado después de semejante paliza. La vieja era brava…Una gallega analfabeta,  bruta y laburadora, que no se aguantó más al viejo que era borracho. Lo echó de la casa una noche y no volvió a verlo. ¡Ni falta que hacía! Una boca menos que alimentar. Alimento era lo que faltaba en ese reformatorio de porquería. Siempre esa sopa lavada, un caldo con gusto a nada, gris amarillento, tres o cuatro fideos nadando y a llenarse la panza como se pueda. Pan duro si se podía conseguir haciéndole algún favor al ayudante de cocina. Asomó la cabeza entre las morcillas y los chorizos colgados frente al mostrador y con la pistola nueve milímetros  encañonó al carnicero justo cuando escuchó la sirena de la policía que lo agarraba con las manos en la masa. Y no se quiso escapar. Tuvo miedo.  Aparte, ya no podía. Unos meses y ¡andá a cantarle a Gardel! pensó. Era inimputable. La madre se lo anunció: “Un tiempo en el reformatorio y vas a salir bueno” Los primeros años con la abuela fueron los mejores. Mientras su madre salía a limpiar casas, ella lo dormía cantándole siempre la misma canción: “No te ufanes Río Ebro que la mar ha de tragarte” con ese aire español de cantante de zarzuelas,  mientras lo hamacaba sentada en la mecedora frente a la ventana. Ella pasó frente a la ventana. Fue amor a primera vista. La siguió con los ojos y la vio entrar en la casita verde de la vereda de enfrente. Se propuso conquistarla. Al mes ya estaban viviendo juntos en una pensión. Él trabajaba de repartidor de gaseosas y más o menos se iban arreglando. Ella tuvo un embarazo complicado. Reposo en cama los últimos seis meses. Un sueldo menos y la pensión cada vez más cara. Cuando lo miró a la cara lo conoció: José, uno de los que le dio la paliza  al salir del colegio.  Se fueron a tomar un café al bar de la esquina. Y lo envolvió como quiso. No: mejor dicho: él se dejó envolver. Le hizo una buena propuesta. No podía fallar. Él tenía que entrar para cubrirlo  mientras José se llevaba lo de la caja.  Y a repartirse  lo  que sacaran. ¡Esta vuelta saldría de pobre! Pero otra vez cayó la cana. Tiroteo y un policía muerto. Por más que juró y  perjuró lo declararon culpable. Varios años tras las rejas tendría que tragarse. “No te ufanes Río Ebro, que la mar ha de tragarte, al fin grandes y pequeños la muerte los hace iguales”. A veces la mujer le lleva al hijo.
Él le tararea la canción en las horas de visita.


3 comentarios:

  1. Una historia tierna y estremecedora, como las que nos tenés acostumbrado. Felicitaciones Marta.
    Ricardo Nicolini

    ResponderEliminar
  2. ¿CÓMO ENCONTRAR BELLEZA HURGANDO ENTRE LA MISERIA Y LA DESGRACIA?
    ¡ASÍ! CON TU SENSIBILIDAD DE SIEMPRE
    ¡ASÍ! COMO SI FUERA FÁCIL.

    DARÍO REYES

    ResponderEliminar