NO TE UFANES RÍO EBRO
¿Y acaso iba a ponerse dramático? No… Si eso no
era nada. Una pelea de niños. Lo golpearon entre tres. ¿Por qué? Porqué era el
alumno pobre del grado. Uno lo tenía de atrás y los otros le daban trompadas en
la cara y en la barriga. De pronto salieron corriendo y lo dejaron ahí, tirado,
como un muñeco de trapo. Se acomodó como pudo la camisa dentro del pantalón. Recogió las carpetas y
los libros, se pasó los dedos por el pelo como si fueran los dientes de un
peine y caminó las pocas cuadras que
quedaban hasta llegar a su casa. La madre abrió la puerta y al verlo lo primero
que le entregó fue un sopapo en la cara que lo hizo trastabillar. “Este fin de
semana no sales, jodío”, le dijo. Él pensó con agrado que se iba a quedar dos
días durmiendo. Se sentía agotado después de semejante paliza. La vieja era
brava…Una gallega analfabeta, bruta y
laburadora, que no se aguantó más al viejo que era borracho. Lo echó de la casa
una noche y no volvió a verlo. ¡Ni falta que hacía! Una boca menos que alimentar.
Alimento era lo que faltaba en ese reformatorio de porquería. Siempre esa sopa
lavada, un caldo con gusto a nada, gris amarillento, tres o cuatro fideos
nadando y a llenarse la panza como se pueda. Pan duro si se podía conseguir
haciéndole algún favor al ayudante de cocina. Asomó la cabeza entre las
morcillas y los chorizos colgados frente al mostrador y con la pistola nueve
milímetros encañonó al carnicero justo
cuando escuchó la sirena de la policía que lo agarraba con las manos en la masa.
Y no se quiso escapar. Tuvo miedo. Aparte,
ya no podía. Unos meses y ¡andá a cantarle a Gardel! pensó. Era inimputable. La
madre se lo anunció: “Un tiempo en el reformatorio y vas a salir bueno” Los
primeros años con la abuela fueron los mejores. Mientras su madre salía a
limpiar casas, ella lo dormía cantándole siempre la misma canción: “No te
ufanes Río Ebro que la mar ha de tragarte” con ese aire español de cantante de
zarzuelas, mientras lo hamacaba sentada
en la mecedora frente a la ventana. Ella pasó frente a la ventana. Fue amor a
primera vista. La siguió con los ojos y la vio entrar en la casita verde de la
vereda de enfrente. Se propuso conquistarla. Al mes ya estaban viviendo juntos
en una pensión. Él trabajaba de repartidor de gaseosas y más o menos se iban
arreglando. Ella tuvo un embarazo complicado. Reposo en cama los últimos seis
meses. Un sueldo menos y la pensión cada vez más cara. Cuando lo miró a la cara
lo conoció: José, uno de los que le dio la paliza al salir del colegio. Se fueron a tomar un café al bar de la
esquina. Y lo envolvió como quiso. No: mejor dicho: él se dejó envolver. Le
hizo una buena propuesta. No podía fallar. Él tenía que entrar para cubrirlo mientras José se llevaba lo de la caja. Y a repartirse lo que
sacaran. ¡Esta vuelta saldría de pobre! Pero otra vez cayó la cana. Tiroteo y
un policía muerto. Por más que juró y
perjuró lo declararon culpable. Varios años tras las rejas tendría que
tragarse. “No te ufanes Río Ebro, que la mar ha de tragarte, al fin grandes y
pequeños la muerte los hace iguales”. A veces la mujer le lleva al hijo.
Él le tararea la canción en las horas de
visita.
3 comentarios:
Una historia tierna y estremecedora, como las que nos tenés acostumbrado. Felicitaciones Marta.
Ricardo Nicolini
GRACIAS!
¿CÓMO ENCONTRAR BELLEZA HURGANDO ENTRE LA MISERIA Y LA DESGRACIA?
¡ASÍ! CON TU SENSIBILIDAD DE SIEMPRE
¡ASÍ! COMO SI FUERA FÁCIL.
DARÍO REYES
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