martes, 25 de noviembre de 2014

Trinidad Aparicio-España/Noviembre de 2014


No es fácil envejecer

       
Crecí en tiempos en que la leche se hervía, las medias se zurcían y la ropa se lavaba a mano.

Mis mayores tenía por lema: “El trabajo es salud”  y yo, incauta, pero feliz, gozando del tesoro de mi juventud, y  pretendiendo lograr  así una salud inquebrantable trabajaba todo el día sin descanso. Recuerdo que me gustaba decir: “Yo, como Agustina de Aragón, de pie junto al cañón”

        Pero el tiempo que  pasa y no vuelve, que no respeta ni perdona, con el  día a día va dejando  su huella. Puede uno  al nacer asemejarse a un hermoso serafín, puede que al crecer llegue a ser una beldad, pero... ¡Ay! Si no vende su alma al diablo como  Dorian  Grey de Oscar Wilde  (deseamos que no) el tesoro de la juventud se esfumara, abriéndonos las puertas a la sensata madurez.

        Más tarde, pero no tanto; en suave pendiente nos llega  el declive acompañado de  anteojos, muy posible también de implantes o prótesis y los zapatos cómodos substituirán a los elegantes.

  Se te reirán si en alguna conversación  oyes        mal y confundes palabras, y si en tu presencia alguna persona joven se lamenta de alguna dolencia, no se te  ocurra decir: “¿sabes? a mí también me due...” pues te interrumpirán antes de que puedas terminar la frase. Te recordarán la edad y si no  con altanería sí con mucha convicción te dirán: “No sé de qué te quejas, a tu edad eso es   lógico”. No digas en voz alta: “chocolate por la noticia.” Aprende a callar, en boca cerrada no entran moscas.  Sucesivamente un ciclo reemplaza a otro, pero cuando el frio invierno  llega dice: ¡Presente, la próxima estación retiro!

Sí, verdaderamente no es fácil envejecer.

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