sábado, 20 de diciembre de 2014

Luis Tulio Siburu/Argentina/Diciembre de 2014

COTILLÓN    

Caminaba despacio, arrastrando los pies. Desaliñado, hasta sucio, con barba de semanas, quizás meses. Delgado de hambre, callado de angustia, triste de incomprensión, millonario de lástima. Apretaba los timbres de cada casa de aquella calle concordiense, donde el sol entrerriano de diciembre quemaba como el infierno. A veces, qué casualidad, no había nadie. Otras, no abrían la puerta y le contestaban una incongruencia: "no queremos nada", sin darse cuenta que " él no ofrecía nada". 
Así una y cien veces, mientras llegaba la noche y nacían las luces. Cuando imaginaba ya acostarse en la céntrica Plaza 25 de Mayo a escuchar los ruidos de la cena insatisfecha - acurrucado por el Monumento a la Madre del famoso escultor porteño Luis Perlotti - se abrió una puerta que ni siquiera había rozado y una voz con más alcohol que sonido le dijo: " Pasá, toma la bolsita con el bonete, los pitos y las matracas. No te ubico con el disfraz pero supongo que sos amigo de Susana. A ésta la conocen todos desde el Yuquerí Chico hasta la represa de Salto Grande y ninguno se quiere perder el festejo de sus 40 años. Servíte lo que quieras".
Entró empujado por el asombro y animado por la necesidad. En su cabeza, con tanta melena, el sombrerito de cartón se ubicó como un bote en tormenta de alta mar. El asma no le daba aire para soplar la corneta, pero igual se la puso en la boca para no romper la magia de la fiesta que se desarrollaba entre la oscuridad , música a rabiar y el clericó, con mucho vino y poca fruta, eso sí, fundamentalmente naranja, para honrar a la Capital del Citrus.
Se miró el dedo gordo que asomaba por la puntera de su zapato izquierdo - que había transformado su vestimenta en una mascarada - y le agradeció su existencia , mientras se acercaba sigiloso a la mesa de los triples. Ya habría tiempo de saludar a la desconocida Susana y entregarle algún regalo imaginario. Con la panza llena se le ocurriría algo que justificara su presencia allí, independientemente de que él no había "entrado" sino que "lo entraron".
Pasaron las empanadas, las salchichitas con mostaza, las canciones de los que no saben cantar pero que divierten a los demás porque el ridículo tiene más marketing que la cara de culo. Era el momento del happy birthday, la torta y el champange.
Hora de emprender la retirada. Por las dudas y también por las certezas del día después, se metió en el bolsillo del saco raído tres cañones con dulce de leche para el desayuno del domingo al despertarse en el banco placero con las campanas de la misa de diez de la Catedral de San Antonio de Padua de la Concordia.
Antes que se apagara el ruido y se prendieran las luces, retornó a la vereda. Era madrugada y los faroles de la calle estaban off, cumpliendo con la ordenanza municipal de ahorro de energía. Si hubiera habido alguna claridad proveniente de una luna que no vino a la reunión, habría alcanzado a ver el cartel que no vió cuando su inesperado amigo le abrió la puerta. 
Decía: " Hoy Gran Fiesta de Cotillón Gran. La Su entra en Cuarentena.".


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