EL
LLAVERO
“El pasado siempre vuelve”
Ingreso al medio día como pasajero al
“Hotel Termas de Cacheuta”, a 50 kilómetros al suroeste de Mendoza,
Argentina.
En la mañana del día
siguiente aún en cama, leo el periódico. A las nueve suena el teléfono. Dejo los
lentes a un costado. Atiendo el llamado: -¡Aló!,
número equivocado. -Los lentes han resbalado al piso, los recojo, junto a
ellos encuentro un llavero. Está compuesto por una moneda antigua de plata de
aquellas que circularon en Chile, en las décadas del 30 al 40 del siglo pasado.
Está perforada y, a través del orificio, una rodela metálica abraza dos
pequeños corazones, entre ellos, una llave de esas antiguas cuyo cabo tiene un
orificio que se introduce en un vástago, éstas se usaban en chapas y candados
de antaño. Además, una moneda de $500 de esta época, igualmente perforada.
No llama mayormente mi
atención este artilugio, lo entrego en Recepción. El conserje lo cuelga en el
calzo de objetos perdidos. Al atardecer, al volver de las fuentes termales,
compruebo que ya no está.
Al tercer día, a la
misma hora suena el teléfono. Contesto – silencio- alguien al otro extremo de
la línea cuelga el aparato. Me apresto a recoger mis lentes que han rodado al
piso, con asombro veo que el llavero otra vez está allí. Lo levanto, lo observo
con mayor atención: la moneda de plata tiene muy claro el año de acuñación,
1933. En su anverso se observa una inscripción: “INEZ DE LAS ALTAS CUMBRES”.
Intrigado lo vuelvo a Conserjería.
Al cuarto día se repite
lo que parece ser un rito. Suena el teléfono, nadie contesta, los lentes caen
al piso. Al recogerlos, el llavero está ahí. Con turbación, casi con miedo, lo
observo descubriendo nuevas inscripciones. La moneda de plata mantiene en su
anverso y reverso la anotación descrita pero, los corazones ahora tienen color
azulado, ayer eran de un tono cobrizo.
Al examinar la llave también observo una
metáfora grabada en ella: “Esta llave
abre tu corazón y el mío”. ¡Qué extraño! ¿Qué mensaje porta este llavero?
¿Qué tiene que ver con mi persona?
Todo es muy absurdo, no tengo noción de
algún acontecimiento que me involucre con Inez ¿Será casualidad? Angustiado
miro la moneda. Una suave brisa ondea la cortina del ventanal, en ese instante
un tenue rayo de sol incide sobre el metal dejando visible un mensaje: “Tenía ocho años, me diste un beso en la
mejilla. Prometiste amarme hasta el último día de tu vida…” ¿Qué es esto?
¿Si el mensaje es para mí, cuándo la besé? No recuerdo haberla conocido. Siento
frío en todo mi cuerpo. El llavero me quema las manos, inconsciente lo aprieto
en mi pecho. Fue como si realmente el corazón se abriera y en una rápida
regresión vuelvo a mi ciudad natal, Vicuña.
Es un “Viernes Santo”, mi abuela
Rosa me ha llevado a la “Adoración del Santísimo”. Junto a nosotros una pequeña
muchachita de ojos verdes, rubia, delgada, reza junto a su madre en un ambiente
saturado de olor a incienso, con recogimiento y paz. Estoy embelesado. Me mira
y sonríe. En un arrebato de niño acerco mis labios a su mejilla, algo le
murmuro, no recuerdo que digo en ese instante. Un “moño” recoge la rubia
cabellera, similar al peinado que luce su hermosa madre.
Retiro las manos de mi pecho. Absorto por
la visión, reviso una vez más el llavero. Yo nací en 1932, la antigua moneda
fue acuñada en 1933, aparentemente año de nacimiento de Inez. Ella tenía 8 años
cuando aconteció aquello, es decir, 1941. ¡Éramos niños, solo niños!
La inscripción de la
llave se cumplió. Abrió mi corazón y seguramente el de ella dejando en
evidencia la promesa de amor de dos pequeños infantes. A Inez jamás la volví a
ver…
Sin embargo, las
sorpresas no terminan ahí. Al observar por enésima vez la moneda, detecto en
ella una inscripción: “Habitación 35”.
Pregunto al Administrador si hay una habitación con esa numeración. Responde
que no, el incendio del 16 de Junio del año anterior, redujo a cenizas las
habitaciones de la 30 a
la 42. La mía es la 25.
Con
la intriga a flor de piel busco explicaciones. Todos los funcionarios del hotel
rehúsan referirse al trágico suceso y desaparición de la enigmática y bella
dama del departamento 35. En busca de antecedentes recurro al viejo jardinero,
quien junto a su hija limpian de malezas las azucenas prontas a florecer: – ¡Sí, recuerdo a la señora! – Respondió - nunca hablé con ella pero, sí a diario,
apoyada en la balaustrada que separa al Hotel de la ribera del río, contemplaba
el pasar del tiempo escuchando el canto de las aguas al escurrir entre las
rocas. Su vestimenta era tenue, como confeccionada de nubes - continúa el
anciano, quien además de la jardinería gustaba escribir poemas. Luego del
incendio, fueron removidos los escombros, pero su cuerpo no fue encontrado.
Me pide que le
acompañe al taller donde guarda sus herramientas. Saca de un anaquel los restos
quemados de la bitácora o libro de ingreso de los pasajeros, sólo se lee:
“Habitación 35, Inez de…” ¡El fuego consumió su vida y su historia!
Coloco el llavero en el altar de
la capilla del lugar que venera a la “Virgen de los Nudos”. Me arrodillo ante
la imagen, bajo la mirada pidiendo
perdón por aquella promesa incumplida. Tengo la esperanza que su alma descanse
en paz. Levanto la vista, el llavero ya no está donde lo puse, al pie de la Virgen. Se ha esfumado…
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