ALGUIEN ME CHISTA
¡Chist! ¡Chist! Las primeras veces que escuché los
chistidos eran muy tenues, como si el que los emitiera tuviese miedo que lo
escucharan.
Creí que era la gata que estornudaba.
Con el correr de las noches se volvieron
insistentes.
Luego de comprobar que la gata dormía, empezó
mi preocupación.
El departamento, heredado de mis padres, lo
habían comprado mis abuelos hacía más de setenta años.
Estaba deteriorado. Mi sueldo de oficinista
nunca alcanzaba para pintarlo y remozarlo, así que me dejaba estar, contemplando
como se descascaraban las paredes y se resquebrajaba el piso de roble chirriando aunque nadie lo pisara.
Las flores que adornaban las molduras, cada
tanto dejaban caer pedazos de yeso, que tenuemente sonaban, en el silencio de
mis noches, en medio de los chistidos que cada vez se oían más fuertes y menos
espaciados.
Lo que había empezado como una simple
curiosidad, se convirtió en una obsesión.
Ya nunca más pude conciliar el sueño y dormir
de un tirón.
Para colmo, el viejo ascensor con las puertas
de tablillas de chapa, subía y bajaba toda la noche sin compasión, atronando el
silencio del edificio.
Los chistidos me dejaron fuera de mis cabales y empecé a responder.
Un chistido: uno mío. Dos chistidos: dos míos.
De día todo estaba en calma. Iba a la oficina y me despreocupaba, pero al
volver a casa, comenzaba la tortura. Tantas noches mal dormido comenzaron a
dejar huellas. Un día me miré y no me reconocí: mal color, enflaquecido,
ojeroso.
Decidido a todo, anoche me levanté. El pánico
me dominaba pero saqué fuerzas y siguiendo el sonido llegué a la sala. Y la vi.
Ahí estaba. Alta. Muy alta, llegando casi hasta
el dintel. Con el cabello hasta la
cintura y un vestido como el de los
tiempos del virreinato, parada junto al
sillón. Me temblaban las rodillas.
Le abrí la puerta y con un movimiento del brazo
la invité a entrar al ascensor. Bajamos juntos. No me atreví a mirarla.
Al salir, traspasó los vidrios de la puerta.
Corrí tras ella, le grité.
Giró la cabeza y noté que no tenía ojos.
Se perdió velozmente en la bruma, hundiéndome
otra vez en mi soledad.
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