REQUIEM PARA
UN AMIGO SIN NOMBRE
“Siempre
nunca… y así pasan los años,
siempre
nunca… La vida, la vida.
(María
Luisa Bombal- escritora Viñamarina)
Volví al Parque Rubén Darío en
Julio, cuando las voces de los poetas se habían acallado, sólo se escuchaba el
jolgorio de los niños y el graznar de las gaviotas en la inmensa calma del
invierno. De inmediato, como un golpe seco, descubrí tu ausencia. Aquel árbol
frondoso que nos cobijaba, fiel auditor que generoso nos brindaba su sombra. Su
grueso tronco centenario... ya no estaba. Sus raíces truncadas como brazos
cercenados clamaban al cielo, el leñoso cuerpo desaparecido, un fuerte temporal
se lo llevó. Eolo furibundo derribó su majestuosa e imponente estructura, cayó
herido de muerte, lo recibieron sus amigos, compañeros de muchos años,
enlazaron sus ramas, tratando de frenar lo inevitable, destrozaron sus brazos
para detener su caída. Su cuerpo yacía inerte.
No hubo paramédicos ni ambulancias, días después
jardineros municipales llegaron para despejar el área. El viejo árbol había
muerto en la soledad de una tarde invernal, tal vez pensó en nosotros, poetas
estivales, quizás imaginó a los niños, a los amantes...
Añoso y frondoso árbol, nunca supe tu nombre, en tu
sombra escuché mil poemas, recité los míos, volé con la imaginación.
¿Dónde van los árboles cuando mueren? ¿Regresan a la Madre Tierra? ¿Se
fusionan con el paisaje? ¿Arden en fogatas, como los herejes? ¿Los transforman
en chips y los exportan a lejanas tierras? O ¿Llegan a nuestros hogares dentro
de cajitas de fósforos?
Árbol sin nombre, anciano árbol de mis recuerdos,
vuela al Paraíso de un frondoso bosque, reencántate con la Tierra; ya no renacerás en
cada primavera. Revivirás en nuestros versos cada verano, en nuestros
pensamientos y en nuestras palabras.
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