Flavio Crescenzi |
Flavio
Crescenzi: sus respuestas y poemas
Entrevista
realizada por Rolando Revagliatti
Flavio Crescenzi nació
el 20 de julio de 1973 en la ciudad de Córdoba, capital de la provincia
homónima, la Argentina,
y reside en la ciudad de Buenos Aires. Es Instructor Superior de Lengua y
Literatura, habiendo además realizado posgrados en Perfeccionamiento en
Corrección de Textos y en Redacción Institucional y Corporativa. Durante más de
tres años ha sido Coordinador del Área de Comunicación Institucional del FyMTI
(Festival y Mercado de Televisión Internacional). Ha dictado cursos y
seminarios de literatura a nivel medio y universitario, y coordinado talleres
de escritura creativa, escritura académica y cursos de apreciación literaria en
centros culturales de su ciudad y del Gran Buenos Aires. En la actualidad se
desempeña como corrector de textos y como prologuista freelance para diversos sellos editoriales. Desde 2009 colabora en http://lateclaene.wix.com/la-tecla-ene con
artículos de crítica cultural y literaria. Fue incluido en la antología
bilingüe español-italiano, “Italiani
D’Altrove” (traductor: Milton Fernández; Rayuela Edizioni, Milano, Italia,
2010). De sus cuatro poemarios publicados, los tres primeros, “Por todo sol, la sed” (2000), “La gratuidad de la amenaza” (2001), “Íngrimo e insular” (2005), lo han sido por Ediciones El Tranvía, y
el último, “La ciudad con Laura”
(2012) por Sediento Editores. En febrero del año en curso, a través de
Editorial Quadrata y la
Biblioteca Nacional, apareció su ensayo “La poética surrealista. Panorama de una experiencia inacabada”.
1
–—Arranquemos esta charla, Flavio, con una breve descripción del entorno
familiar en tu provincia natal, si todos se trasladaron a Buenos Aires o si
sólo vos te viniste, y cuándo y cómo se fue sucediendo ese traslado.
FC — Nada indicaba que
mi nacimiento en la ciudad de Córdoba se iba a transformar en un hecho aislado
y casi fortuito, sin embargo, el destino así lo tenía preparado. Mis padres
estaban afincados ahí desde hacía varios años, pero al poco tiempo de haber yo
llegado al mundo decidieron separarse (al parecer, en vez de traer un pan bajo
el brazo, traje a sus vidas el cisma y la discordia). Mi padre, italiano, se
quedó en Córdoba algunos años más; mi madre, ecuatoriana, viajó conmigo y con
su madre (no se asuste, Rolando, me refiero a la madre de mi madre, no a la
suya) a Santa Cruz de la Sierra,
Bolivia, donde fui bautizado. Antes de volver a la Argentina pasé con ellas
todavía una temporada en Ecuador. Finalmente, aterrizamos en Buenos Aires. Si
mal no recuerdo, fue en 1977. Sí recuerdo bien el Mundial de Fútbol del año
siguiente, los festejos alrededor del Obelisco —con sus bocinazos y gritos y
cantitos— y el llanto inexplicable en el que prorrumpí al verme en medio de tan
insensato espectáculo, llanto que el tiempo y la historia después me aclararían.
2 — Contemos que
estuviste dedicado a la música. ¿Durante qué lapso, de qué modo? ¿Con qué tipos
de música te has ido sintiendo más próximo desde tu infancia hasta la
actualidad?
FC — Así es, estuve
ligado a la música desde muy temprana edad. En primer lugar, como oyente
(confieso que sigo siendo un melómano irredento); en segundo lugar, como
compositor e intérprete. Toco algo la guitarra y canto, lo segundo —según dicen—
medianamente bien. Pasé por varios estilos musicales, trazando una curiosa
parábola que va del punk rock al jazz, y que pasa por el hard rock, el soul y el funk. Desde luego, me quedo con lo
último que hice, ya que tengo una marcada inclinación por la música negra. La
música clásica por su parte, en especial Beethoven, siempre fue el refugio al
cual retornaba luego de una dura jornada. Fue un período de más de quince años
que me brindó muchas satisfacciones, incluso de aquellas que no me convendría
mencionar. Sin embargo, me distrajo de mi actividad literaria e intelectual,
que es lo que realmente me define y me completa.
Considero,
Rolando, que la música es la más completa y sublime de las artes y, por tanto, que las demás
deberían imitarla. En mi caso, cuando escribo, intento que mis textos estén de
alguna forma atravesados por la música, ya sea sometiendo la eficacia del verso
o el período elegido a una natural y universal eufonía, ya sea simplemente haciéndola
aparecer como asunto. “Ama tu ritmo y ritma tus acciones”, decía el pitagórico
Darío, pues bien, a mí no me quedó más que obedecerlo. Aunque no siempre lo
logro en los ensayos; los datos duros que recopilo usualmente carecen de
melodía, y admito encontrar muchas veces cierta desafinación en mis conceptos.
3 —
Durante un período del “legendario” ciclo de poesía “Maldita Ginebra” acompañaste
a su fundador, Héctor Urruspuru, en la conducción. Un ciclo que tuvo muchos
tramos, varios coconductores y una sostenida singularidad. Es bastante probable
que allí nos hayamos saludado por primera vez, en los últimos años de nuestros
tan argentinos y descalabrantes noventas. Ese “ciclejo” —al decir del propio
fundador— merecería no sólo lo que
módicamente te voy ahora a pedir —una
semblanza, tus recuerdos como asistente y como coconductor—, sino un verdadero
ensayo (y vos serías, considero, el más idóneo para producirlo).
FC — Sin dudas,
Rolando, y es una asignatura pendiente, aunque desconfío de mi capacidad (no
así de mi desfachatez) para llevar adelante tamaño proyecto.
“Maldita Ginebra” fue un ciclo excepcional. A
fines de los años 90 supo ser un nicho de resistencia cultural que le daba a la
poesía de los márgenes un lugar de preeminencia. Esto, claro está, en un
contexto socioeconómico complejo que permitía que muchos jóvenes (y no tan jóvenes) vieran en la poesía una
alternativa a la realidad asfixiante que los relegaba día a día. Conjeturo que
ése fue el sello distintivo del ciclo, pero también el del gran poeta Héctor
Urruspuru, amén del resto de particularidades que hicieron de esa propuesta una
leyenda.
Guardo
muy gratos recuerdos de esos años. Conocí ahí mucha gente valiosa (amigos que
aun hoy conservo, como vos, como también gente entrañable que se ha ido). Cada
vez que pienso en “Maldita Ginebra” me sobreviene una inenarrable sensación de
camaradería. Por razones que no vienen al caso señalar tuve que alejarme de la
coconducción, pero seguí yendo en calidad de espectador en sucesivas
oportunidades. Entiendo que el ciclo continúa, y de seguro continuará mientras que
Héctor esté con vida.
4 —
La vez que me invitaron a leer al ciclo “El Zoológico de Poetas” me parece que
no estabas en la conducción. Como sea, coordinaste allí junto a Coni Banus e
Ignacio Osorio. ¿Cómo evaluás ese paso tuyo? ¿Y cuándo integraste la “Contraferia
del Libro”? ¿En qué consistió, en qué año, cómo fue planificado ese ámbito de
“resistencia”, por quienes? Y enlazando con la pregunta anterior, ¿no has
fantaseado con la concepción de un trabajo reflexivo sobre los alcances de los
cafés literarios, ciclos de narrativa, festivales de poesía?
FC — Mi participación
en “El Zoológico de Poetas” fue en principio tangencial. De hecho, recién
estuve de manera regular en el último tramo del ciclo. Posiblemente por eso no
nos hayamos visto cuando fuiste invitado a leer. No obstante, estuve. Hay fotos
que pueden probarlo.
Pese a su nombre, el Zoo en algún
punto quiso brindar una propuesta un poco menos “salvaje” que la que ofrecía “Maldita
Ginebra”, pero para nada acartonada, como pueden serlo otros ciclos del
ambiente. Coni e Ignacio son excelentes conductores, dueños de una dinámica
interpersonal envidiable. Ellos le aportaban una cuota extra a todo lo que ahí
ocurría. Creo que mi modesta contribución estribaba en darle un “toque intelectual”
al negocio, algo que, por supuesto, ninguno de nosotros tomaba demasiado en
serio. Los chicos continúan con el Zoo en otro lugar, ya que “El Empujón del
Diablo”, que era donde se realizaba el ciclo inicialmente, cerró por razones
asimismo “diabólicas”. Recuerdo que el poeta Gerardo Lewin también colaboró con
nosotros en algún momento.
La Contraferia del Libro
fue otra cosa, algo que quizás empezó como una bravuconada de borrachos, pero
que paulatinamente fue convirtiéndose en una causa con muchos seguidores, tal como
ocurre, sin ir más lejos, con la mayoría de las gestas. Pues bien, la idea de la Contraferia del Libro
surgió también a fines de los 90, y fue llevada a cabo, por más de dos años, por
un grupo conformado por poetas, docentes y estudiantes (dentro del cual
estábamos, entre otros, Esteban Charpentier, Héctor Urruspuru, Daniel Perrota,
Esther Pagano, Horacio Pérez del Cerro, Ignacio Osorio y un servidor). El reclamo
que le hacíamos a los responsables de la Fundación El Libro se
basaba en lo siguiente: entrada libre y gratuita, posibilidades concretas de
difusión para los autores jóvenes y para las pequeñas editoriales, y un
programa inclusivo de actividades, sin costo adicional, para cualquiera de los
posibles visitantes a su evento central. De más está decir que la Fundación intentó
acercar posiciones ofreciéndonos un puesto dentro de la Feria. Ofrecimiento
que fue instantáneamente rechazado. Un
libro de adhesiones, donde constan, entre otras, las firmas de Olga Orozco y
Federico Andahazi —gente que en principio integra el gran mercado del libro,
pero que supo solidarizarse con nosotros— es lo que queda como legado de esa
fantástica ocurrencia.
Ahora bien, más allá de la experiencia de
la Contraferia,
está claro que la Feria del Libro de Buenos
Aires opera como un agente difusor del concepto hegemónico de cultura. Es por
eso que, aún hoy, me parece válido revisar críticamente lo que ese gran símbolo
de la industria cultural representa. Digo, si en verdad queremos darle un
definitivo sentido de emancipación a la cultura y liberarla así de su condición
histórica de fetiche.
En
fin, tarde o temprano voy a tener que escribir acerca de todo esto, y por qué
no también acerca de los ciclos literarios, como bien me sugerís. Intuyo que son
temas que de una u otra manera están relacionados.
5 — En
2006, además de participar como conferenciante en las Jornadas de Poesía para Docentes,
organizadas por la
Asociación de Poetas Argentinos, realizadas en la Legislatura Porteña,
viajaste a Cuba invitado por la
Revista “Casa de las Américas”, representando a la
publicación uruguaya “Diégesis”, donde colaborabas como columnista. Por un
lado, Flavio, me gustaría saber cómo han repercutido en vos estas experiencias,
y por otro, cómo aquella otra en 2009, cuando convocado por el Instituto de
Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), participaste en las mesas redondas acerca de
Literatura de Vanguardia en Latinoamérica.
FC — Sí, tuve la
suerte de participar en diversas actividades de debate y reflexión, cosa que
agradezco enormemente, ya que no concibo el trabajo poético sin la posibilidad
de pensar y desarrollar una teoría que lo justifique, y que ésta, a su vez, pueda exponerse ante un público más o menos
receptivo.
La
jornada organizada por APOA, por ejemplo, fue muy interesante en ese sentido,
ya que me permitió evaluar en tiempo real el alcance de mi exposición. Recuerdo
haber preparado un material escrito sobre el papel de la imagen y la metáfora
en los textos poéticos que se distribuyó entre los casi doscientos asistentes
(dignas maestras argentinas en su mayoría). Creo que el resultado fue positivo,
al menos no recibí ningún insulto.
Mi
viaje a Cuba se llevó a cabo en el marco de la gira presentación de la revista “Diégesis”. Gracias a esto, no sólo
conocí la isla, sino también a Roberto Fernández Retamar, quien me felicitó por
mi libro “Íngrimo e insular”, aunque
cuestionó, no sin ironía, el epígrafe de Guillermo Cabrera Infante que elegí. Afortunadamente,
para tranquilidad de CNN, no sufrí ningún apremio ilegal por parte de los
temibles cubanos.
En
Oaxaca fui panelista en una mesa dedicada a vanguardias latinoamericanas, que proponía
abordar temas tales
como el sentido de la poiesis
continental, la interrelación americana entre mito y relato histórico, la
actividad del escritor como actividad filosófica, el valor del juego como
actividad reveladora de otras realidades, la reivindicación de una estética
latinoamericana y el desarrollo de una teoría crítica integradora que pueda dar
cuenta de ella. Pero como te imaginarás, Rolando, mi intervención se limitó a
hablar de mí, puesto que soy el único tema que domino con mediana idoneidad.
Dejando las bromas de lado, y tal
como creo haberlo expresado más arriba, considero que este tipo de actividades
son el correlato necesario para quien se dedica tanto a la crítica como a la
creación literaria. Resta decir que espero que instancias como las que describí
se sigan realizando a lo largo y a lo ancho de nuestro continente, fundamentalmente
en tiempos convulsivos como los que corren.
6 — En el prólogo de tu primer libro,
el poeta Daniel Barroso afirma: “Los temas recorren la impronta metafísica; la
vulnerabilidad de las cosas, el imaginario personal y una cosmogonía entre
solemne e irrespetuosa. La sorna y el sarcasmo, prodigan un equilibrio
inestable…”, y en el prólogo del segundo, advierte el poeta Horacio Pérez del
Cerro: “El mundo debería tener la prudencia de no molestarle las espaldas a
Crescenzi […], incomodarle con sonseras como la esquirla cotidiana, el estampido
de su propio silencio”. ¿Cómo considerás que prosiguió tu poética en los
siguientes dos libros publicados, y en lo que tengas inédito? Y, claro, si
tenés ya algún poemario listo, ¿cuál es su título?
FC — Bueno, a
decir verdad, creo que los primeros dos libros fueron intentos, búsquedas de
una voz, digamos, personal. El resultado es apenas anecdótico.
Mi primer libro me parece hoy por hoy
completamente extraño, escrito por alguien que no tiene nada ya que ver
conmigo. Creo que el germen de lo que sería una estética propia sólo puede
verse en uno o dos poemas. Coincido, no obstante, con las palabras de Daniel,
quien quizás por generosidad, quizás por los vinos prometidos, supo definir
aspectos que aún hoy persisten en mi escritura (y quizás incluso en mi vida),
sólo que en aquel entonces no sabía bien cómo plasmarlos.
“La
gratuidad de la amenaza” fue algo diferente. En ese libro intenté abandonar
la retórica que predominaba en el primero en beneficio de una poética más agresiva,
donde los elementos surrealistas que supuestamente me caracterizan comenzaban a
ordenarse y a mostrarse. Fue un libro profético en algún punto. Su aparición
coincidió con el fatídico 2001 y creo que en cierta forma sus páginas están
impregnadas del espíritu insurrecto de la época.
“Íngrimo
e insular” fue un libro meditado, un libro que podríamos tildar de
conceptual. Es con el que llegué a encontrar mi propio lenguaje poético, la
gramática personal tan arduamente perseguida. De hecho, lo concibo como mi
primer libro verdadero, aunque sé muy bien que fue la síntesis de un proceso
dialéctico constituido por “Por todo sol,
la sed” (la tesis) y “La gratuidad de
la amenaza” (la antítesis). A partir de ahí, tomé plena consciencia de lo
que quería hacer con mi escritura, escritura barroca, surrealista,
latinoamericanista, a contrapelo de las modas imperantes, si se quiere, pero
mía.
“La
ciudad con Laura” sólo se publicó en México y, por lo que tengo entendido,
tuvo bastante aceptación. Estuvo en la
Feria del Libro de Guadalajara el mismo año de su aparición e
incluso estuve invitado por el editor para hacer una presentación, aprovechando
el auspicioso contexto. Mis compromisos laborales me impidieron asistir. Con
respecto al contenido, sólo puedo decirte que sigue la estética del poemario
anterior, con la diferencia que en el último incluyo prosas poéticas (de largo
y corto aliento). El título alude, como podrás apreciar, al libro [“La ciudad sin Laura”] de Francisco Luis
Bernárdez; sin embargo, la pequeña diferencia que se advierte marca una
distancia no sólo vivencial, sino también estilística. Mi ciudad cuenta con una
Laura (mi mujer), y mi estilo difiere ostensiblemente del de Bernárdez. En
definitiva, se trata de un libro intimista y metapoético, y quizás también un
intento de polemizar con un difunto.
Un quinto libro está en preparación. Probablemente lo titule “Jazz mood”, y constará de breves textos en prosa que, por un lado,
le rindan homenaje a las grandes figuras y temas de este género que me
apasiona, y por el otro, den cuenta de lo que el jazz me produce como escritor
y como ser humano. Un trabajo que remite a mi pasado y a mis gustos musicales.
7 — ¿Qué se siente —más allá de la
obvia satisfacción—, que unos meses después de su edición (y con el respaldo de
la Biblioteca
Nacional de la República Argentina) ande socializándose tu
primer volumen ensayístico? ¿Prevés la reunión en otro de tus artículos
publicados en la Red?
¿Cómo podría titularse ese volumen?
FC —Honestamente,
Rolando, siento que un círculo por fin se cierra para que otros, inimaginables,
comiencen a abrirse. “La poética
surrealista. Panorama de una experiencia inacabada” fue el resultado de una
serie de cursos que dicté sobre el tema durante 2012 y 2013. Desde luego, ante
la propuesta por parte de Editorial Quadrata de hacer un libro, me esmeré para
darle un poco más de enjundia a los apuntes que oportunamente le había
preparado a mis alumnos. El producto final es bastante atractivo, sobre todo
porque le ofrece al lector la posibilidad de tener un muestreo bastante amplio
del movimiento surrealista; pensá que es el único libro publicado en la Argentina que se ocupa
del surrealismo desde su protohistoria, auge y caída en Francia, hasta su paso
por España, Latinoamérica y Argentina.
No es la primera vez que la editorial trabaja con la Biblioteca Nacional,
sin ir más lejos, ahí tenemos la conocida colección Pensamientos Locales. Pues
bien, mi libro integra una colección similar, llamada Claves de Lectura.
Con respecto a mis artículos
publicados en la Red,
confieso que sí me interesaría reunirlos en un libro alguna vez. Podría
llamarse “Elogio del buen lector”, o
algo así. Creo que hay material de sobra. No sólo están los artículos que
escribo para la Tecl@
Eñe, por ejemplo, sino también algunos prólogos sueltos que me parecen
rescatables. Pensar que a la Tecl@
la conocí por vos, Rolando, por tu intermedio, por tu desinteresada gestión.
8 — En una entrevista “sin desperdicio” que Federico Zambrano realizara a
Daniel Freidenberg, éste declara: “Una de las cosas de las que más me alegra
haberme desprendido es lo que llamo “la política de la poesía”. Y después
explica lo que para él sería ese concepto. ¿Qué sería para vos, Flavio, a qué
te remite “la política de la poesía”?
FC — Qué
interesante. Estoy familiarizado con el concepto de “poesía política” (aunque
quizás toda lo sea), pero no con el de “política de la poesía”. Supongo que
tiene que ver con el lobby que hacen ciertos
poetas con los grupos de poder, con las camarillas que supuestamente otorgan
consagración y prestigio. Aunque parezca mentira, este tipo de prácticas existen
en el mundillo literario y a veces alcanzan ribetes de profundísimo descaro. En
los ochenta y noventa esto era moneda común. Hoy en día quizás haya adoptado
formas más estilizadas.
9
– Muchos escritores han sido alguna vez “libreros”, vendedores de libros,
propietarios de alguna librería o han tenido a su cargo un puesto de compra,
venta y canje de libros y revistas en Ferias Artesanales o conjunto de puestos
totalmente del rubro (una: en nuestra porteña Plazoleta Primera Junta). Vos lo
has sido. Y con diversidad de tareas. Te pido que compartas con nosotros dónde lo
has sido, cómo te fue, qué te pasaba cuando facturabas literatura basura o
autoayuda.
FC –
Fui librero por un período de aproximadamente doce
años. Los primeros diez como empleado; los últimos dos como dueño de una
pequeña librería que no obstante tenía
elevadas pretensiones. Cometí desde un principio el error de creer que
una librería era un templo del saber y de la cultura, cuando, en el mejor de
los casos, es un lugar donde se venden libros.
Desde luego, los libros que más se
venden no son los que uno recomendaría. Esto es un hecho sin lugar a dudas
frustrante, hecho que no supe afrontar siquiera cuando tuve mi propio local.
Supongo que tiene que ver con lo que hablábamos antes, digo, con la industria cultural y con la dinámica que exhiben
sus múltiples manifestaciones.
Por otra parte, saber que mucha gente
está dispuesta a pagar una cifra descomunal por un libro de autoayuda o por una
novela de suspenso mal traducida, pudiendo adquirir por menos de la mitad de
ese precio alguna buena obra literaria o filosófica me llena de indignación. Ni
hablar de la venta de poesía. Cuando decimos que “la poesía no se vende”, no
sólo estamos haciendo alusión a las virtudes éticas del género, sino también a una
incontrovertible estadística de mercado.
10 –
¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el
escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “…un estilo es una manera
y un amaneramiento”.
FC – Considero que todo autor, independientemente
de las influencias que haya recibido, debe procurarse un estilo. Ahora bien, no
debemos confundir “búsqueda de estilo” con “esteticismo”. Lo segundo, en
efecto, paraliza, y hasta conspira en contra del lector.
Creo que lo que a veces sucede es que
las “maneras” se vuelven “amaneramiento”, y esto hace que el autor se vea poco
creíble, poco genuino. Ocurre con frecuencia también algo distinto: que el
lector, acostumbrado a formas más bien simples, ve cualquier intento de
superación discursiva como un exceso, como un innecesario barroquismo.
Resabios, pienso yo, de la lógica utilitarista en la lectura poética que, por
el contrario, debería ser plenamente desinteresada.
*
Flavio Crescenzi selecciona para esta entrevista, en 2014, seis poemas
de su “La ciudad con Laura”:
Arte poética
Escribir, pintar, hacer arte es sorprender la cosa en su momento
metafórico.
Francisco Umbral
este puño de óleos y tijeras
esta tinta de hambrunas transformada
el gozo estrellándose en el lienzo como una
gran prudencia
se agitan frente al aire y aire azul son en
su idioma
porque la lengua es ya palabra que mancha
sus raíces
de ser cierto el ojo y su arrebato
el mundo sería un mantel de furias o dinteles
piedra inacabada que habremos de esculpir en
los follajes
con una ausencia de aves provisoria
hasta que nos llueva un puente de azúcar o
silencio
es en lo blanco en donde el papel se abriga
se asoma mercenario del alba con sus frases
como un dilema de astucias entrando en su
coherencia
y una música de ámbar o cuchillos
a punto de confesarnos en ciernes su bravura
mirar la tarde de la letra en su apogeo
tardes de niños pecosos y en polainas
dándome ya un bullicio pueril de arroyo
intacto
miel que se me antoja un suave aroma
para que el color adquiera su forma verbal
definitiva
*
Paisaje de lluvia y flânerie
La lluvia registra los días hasta el fondo de los ojos
que
viajan a la velocidad de los ritmos conocidos
Juan
Larrea
fluye una saliva vertical un
tiempo roto
tiempo o quejido quebrándose
en dos ya por el aire
temblor seguro o
mancha o pliego yerto
ojos rapaces en marcada actitud
mesopotámica
sutiles ojos anteriores a la invención de la
imprenta
la lluvia es una maltrecha realidad
de bronce y humo
el día es un sopor ardiendo incluso más
por sus costados
un giro gris un improbable y último
drenaje
luctuoso rostro que le lame los
labios al hastío
porque el hastío es ahora un saco
de azúcar y hemorragias
no alcanza ya la música ni el labio demorado
el día irrumpe livianísimo con sus frailes y
sirenas
las calles insisten en huir al sur por otras
calles
como serpientes únicamente hambrientas de su
espejo
ya que no hay más ventanas dispuestas
al sólido beso de un ladrillo
fluye una saliva vertical un tiempo roto
una flauta dibuja la lluvia que las palomas
inventan
*
Oda a Enrique Molina
y justo al decir amor hermano mío
el mediodía se nos cagó de risa en pleno
rostro
abrió sus venas como exclusas o calandrias
porque sabía que un barco se llevó nuestros
nombres en su huida
y porque no hay incesto mayor que el del
viento y el oleaje
la memoria danza todavía sobre sus pájaros
largos
como en una serie tropical de goce
indefinida
y es tan vegetal el cuello amado su piel su
cabellera
tan beduina su ansia cuando se nos escapa el
mundo
que es imposible no fundirse esperanzado a
los caprichos del verbo
yo comparto tu sed tu mar tu laberinto
me inmolo en los papeles tardíos de mi
hartazgo
surco las normas con un espanto dulcísimo
hasta que podamos pintarle en los párpados
al planeta sus temblores
ni bien un volcán se haga riesgo o beso en
mis heridas
tu nombre guarda en sus tres sílabas una
amistad y un guante
es menos una mano que un racimo de dedos
señalando
señala puertos cuando son tímidos adioses o
pañuelos
la materia vuelta espejo o agua o sueño
esquivo
el breve salto a lo profundo del que
hablaban las sirenas
*
Nocturno de fuego y de caballos
Un caballo que relincha es un alma en pena, y es también un metal noble.
Eduardo Chicharro
qué clase de sombra piafa ahora por los
callejones nocturnos
qué asordado tropel de amianto o de topacio
si hay crines azules clavadas a
lo ancho de mi sangre
metálicos cascos por mis venas de
azufre cabalgando
como si fuera yo también un hipódromo de
cobre que no duerme
ya he dicho que galopan millones de equinos
por mi sangre
que un triunvirato de furias se escapa azul
por mis rodeos
que no tengo más audacias en mi lengua
que un quebranto
durísimo quebranto que en su sed de
tropa se apresura
arrasando a su paso con el frío mineral y la
prudencia
a veces el destino de mis lágrimas asciende
al nivel del éter del mar del
plenilunio
corrompe con su asfixia las ventanas
y unos párpados se cierran ya dolidos
al tiempo en que el metal se funde con un
nombre
qué clase de sombra piafa ahora por los
callejones nocturnos
una que ampara en su espuma sus relinchos
*
Retorno
entre temblores entre dulces espesuras
urgida de vaivenes y mareos
de hilos que atan lo inefable
volviendo al filo de tu voz que se proyecta
hilo a filo de seda o alfil triste
fijando un punto de mármol en el cielo
moviendo el tiempo de tus besos a mi carne
así volviste
mirando el negrísimo mar que ya se enarca
con un desdén de luna forajida
con un relieve de arena en cada mano
jinete o montura de tu cuello
público templo que en soledad se arriesga
a la faena de ser alma en voz que trina
a recuperar sus propias odiseas
así volviste
siendo rumor de lo que fuiste entre mis brazos
sabor de almíbar en mi lengua
página erguida que busca su palabra
y es más palabra azul que tanta búsqueda
con ojos entregados al asombro
con esos ojos que hablan cuando besan
pan para mi hambre remotísima
así volviste
y volviste sin nunca haberte ido
con eso de fragancia o de postales que tienen los regresos
con tímidos anhelos de gloria en los bolsillos
un sol en cada dedo y un milagro
cuerpo que pasa silbando mi nombre más secreto
tren que hace escala en todas mis certezas
y en cada una suben más con su gran carga
llena de mí para llenarme
así volviste
*
Tríptico de éxodos
I
Las piernas te pesan como mares, tu espalda carga con cientos de molinos
(molinos de fuego como aspas, molinos de prisa o de silencio), un toro impenitente
suplica por más campo, y el campo es un oleaje de truenos que te nombra. Las
madres que te niegan se esfuman como humo, tu mano es un pájaro que aferra ya
tu cuerpo, este níveo cuerpo que devoro, hoy te duelen de furia tus ojos de
metralla.
II
Ya nada se asemeja al claustro o las
plegarias, esos ritos de insomnio y de temblores que seguías, te han visto las
lunas llorando un gran desierto, de fósiles y lava, de aire o pesadilla (ay,
corcel de mármol que cabalgo, lienzo o herida), como si alguien mereciera
inmolaciones de suelo y de derrumbes. La palabra esconde otras palabras que
detonan más palabras sin atajos, familia esconde fámulo o siervo o mayordomo,
la huida es un verso pintando sus urgencias con saliva.
III
Los días pasan díscolos como un arroyo afilado, le cantan loas a tu
carne, se estilizan, como si ya hubiese un punto de quiebre en cada astro o
astros azules se entregaran al asombro. Bisagra de tu historia es esta
historia, sopor de alba o luz que llega, marea anclada a un horizonte de
melindres. Mi brazo se adhiere a tus reservas, a tu dolor se suma, nada como un
perro al punto abierto en que te beso, y hay más beso en el mañana que se abre,
coros que ensayaron su entonación en un crepúsculo.
*
Entrevista realizada a través del correo
electrónico: en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Flavio Crescenzi y Rolando
Revagliatti, 2014.
*
Originariamente publicada en http://lateclaene.wix.com/la-tecla-ene
*
Muchas gracias por acercarnos las noticias y conceptos de Flavio Crescenzi. Creo, Rolando, que ningún curriculum resiste tus afiladas preguntas de prestidigitador. Sencillamente genial.
ResponderEliminarTe agradezco mucho el halago, querida Lina, el mimo, y el saberte allí, leyendo.
ResponderEliminarRolando
*