UNA ESPECIAL NAVIDAD
La casa estaba triste, aún seguía
latente la pérdida de su dueña. Hasta las plantas de maceta parecían haber
perdido su brillo. Eso yo lo sé de sobra. ¡Cómo la añoro! Pero bueno, todo
cuanto acontece debo asumirlo como algo natural, felizmente a mí me basta con
lo indispensable.
Sin embargo, en esta víspera de
Navidad, Marcelita estaba más afligida que nunca, faltaría su mamá. En ese
momento estaba observando el gran árbol de navidad que se imponía en el
espacioso salón. Realmente creo que no lo veía, sólo miraba los globos
brillantes y los pequeños juguetes que destacaban de entre sus verdes ramas artificiales;
su mente parecía vagar con ese recuerdo imborrable que le dejara su madre.
Mientras afuera se escuchaba el apresurado deambular de vecinos en un ir venir
en sus últimas compras de regalos y víveres para disfrutar del festejo en
familia. Roberto por primera vez delegó la importante tarea de adornar el árbol,
y la casa, en la nana Carmela. Apenas la fiel mujer lo supo y considerando el
estado de la pequeña que no era un bebé, sino que su niña ya podía pensar y
sacar conclusiones. Por ello sin que se lo recordaran nuevamente, a comienzos
del mes de Diciembre, la casa lucía como un gran escaparate de colores, donde
el verde, el rojo y el blanco destacaban por doquier. Yo estaba siempre cerca
de ella y me daba maña por consolarla, pero no era suficiente, su mirada
ausente y a veces ese llanto silencioso, que es doloroso y es más frecuente en
adultos y no en una niña tan pequeña, me movía a dedicarle mi compañía y
mejores caricias.
Ya estaba oscureciendo cuando
Carmela empezó a iluminar la casa, brillando toda como un gran árbol navideño.
Guirnaldas verdes con pinceladas de nieve artificial y luces de colores que
guiñaban intermitentes en aquella elegante sala. De pronto se sintió el timbre
de la puerta de calle, en forma insistente, sacando a la niña de su
contemplación. Corrió hacia la entrada, pero Carmela se le adelantó para
contestar por el citófono. La vi abrir la puerta para recibir de manos de un
mensajero del “Palacio de los Juguetes”, una gran caja decorada con un vistoso
papel brillante y un gran moño de cinta. Luego de dar la acostumbrada propina
al muchacho, la nana depositó el paquete, entre los otros al pie del árbol navideño.
Todo fue verlo y escuchar el nombre de su madre. La pequeña corrió en dirección
al dormitorio haciendo pucheros, que se convirtieron en un callado llanto.
Traté de seguirla, pero solamente pude llegar ante la puerta cerrada. Carmela no
se pudo dar cuenta de ésto porque estaba afanada en preparar algo para la cena,
que sería estrictamente familiar: Roberto, sus padres y la mamá de Celia.
Desde mi lugar pude sentir el llanto
que ya no era silencioso, sino desesperado y lastimero. De pronto escuché otra
voz que quise reconocer y de inmediato la asocié con la de Celia, lo que me
hizo poner alerta mis sentidos: -¡Hijita adorada! - ¡Mamita, mamita querida,
por qué te fuiste! Cuando quería estar así, contigo, siempre contigo- la
imaginé abrazada a la que ahora estaba cierto de reconocer su voz, sin duda, Celia
había vuelto de su largo viaje.
Seguí escuchando tratando de no
perderme ni una sola palabra. –Mamita, no quiero que te vayas nunca más.- ¡Mi
pequeñita! Si nunca me he ido, siempre estoy junto a ti; no solamente cuando
estás acompañada o jugando en el colegio, sino también por las noches, y en
todo momento. – Sí, pero eso no quiero- le contestó Marcelita. – Hijita,
perdóname que no pueda ser así. Ahora conseguí que los ángeles me trajeran a ti
y pudieras verme, para consolarte. Pero tendrás que acostumbrarte a tenerme a
diario en tu pensamiento y me contarás cuánto te suceda, yo te estaré
escuchando. Cuánto pienses llegará a mi, y no dudes que siempre me tendrás
velando tu sueño.- ¡Mamita, por favor no te vayas!- Pequeña, por ahora debo
irme, pero te diré que ese paquete que acaba de llegar, lo dejé encargado en la
tienda cuando supe que esta Navidad no estaría contigo. – ¡Mamita, pero yo no
quiero ese regalo, te quiero a ti!- Yo también mi pequeña, pero cada persona
tiene un tiempo para vivir en el mundo en que tú estás, y el tiempo mío
lamentablemente, se acabó. Por ello, serás una buena niña, obedecerás a tu papá,
que es un buen padre, y él cuidará de ti hasta que seas grande. También
Carmela, que ya es parte de la familia, mi madre y tus otros abuelos y también Fifí,
te será una gran compañía hasta que su corta vida llegue a su fin.- ¿Por qué la
gente tiene que morir?, siguió
insistiendo la niña- Pues, simplemente como te lo dije, cada uno de nosotros
tiene su tiempo, pero eso no significa que nos olvidemos de los cariños que
dejamos. - ¡Pero….!- Ya, mi pequeñita, no llores más. Dame un último abrazo
porque debo partir. Entrégales caricias a todos y no les cuentes que yo estuve
contigo, porque no te creerán. Confía que estaré siempre cerca de ti, en todo
momento- Bueno mamita.- ¡Prométemelo! y seca esas lagrimas – Después de un
momento la niña contestó - Bueno, te lo prometo- Ahora un beso, mi adorada
pequeñita. -Se hizo un silencio prolongado que fue interrumpido por los
cansados pasos de la nana Carmela. – ¡Ah!, ¿no te dejaron entrar? Bien porque
andas sembrando pelos por todas partes. A la cocina Fifí, ahí tienes comida y
agua. Seguro que Marcelita se quedó dormida. Ya debe estar por llegar don Roberto
y las visitas.
¡Y aquí voy!, a gustar de esos
manjares que me esperan en la cocina. Más tarde tendré la mejor noche de
Navidad. Mi ama se acordó de mí y Marcelita ya no estará tan triste. ¡Seguro
que sí!
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