lunes, 21 de diciembre de 2015

Ascensión Reyes (cuento)-Chile/Diciembre de 2015



UNA ESPECIAL NAVIDAD

            La casa estaba triste, aún seguía latente la pérdida de su dueña. Hasta las plantas de maceta parecían haber perdido su brillo. Eso yo lo sé de sobra. ¡Cómo la añoro! Pero bueno, todo cuanto acontece debo asumirlo como algo natural, felizmente a mí me basta con lo indispensable.
            Sin embargo, en esta víspera de Navidad, Marcelita estaba más afligida que nunca, faltaría su mamá. En ese momento estaba observando el gran árbol de navidad que se imponía en el espacioso salón. Realmente creo que no lo veía, sólo miraba los globos brillantes y los pequeños juguetes que destacaban de entre sus verdes ramas artificiales; su mente parecía vagar con ese recuerdo imborrable que le dejara su madre. Mientras afuera se escuchaba el apresurado deambular de vecinos en un ir venir en sus últimas compras de regalos y víveres para disfrutar del festejo en familia. Roberto por primera vez delegó la importante tarea de adornar el árbol, y la casa, en la nana Carmela. Apenas la fiel mujer lo supo y considerando el estado de la pequeña que no era un bebé, sino que su niña ya podía pensar y sacar conclusiones. Por ello sin que se lo recordaran nuevamente, a comienzos del mes de Diciembre, la casa lucía como un gran escaparate de colores, donde el verde, el rojo y el blanco destacaban por doquier. Yo estaba siempre cerca de ella y me daba maña por consolarla, pero no era suficiente, su mirada ausente y a veces ese llanto silencioso, que es doloroso y es más frecuente en adultos y no en una niña tan pequeña, me movía a dedicarle mi compañía y mejores caricias.
            Ya estaba oscureciendo cuando Carmela empezó a iluminar la casa, brillando toda como un gran árbol navideño. Guirnaldas verdes con pinceladas de nieve artificial y luces de colores que guiñaban intermitentes en aquella elegante sala. De pronto se sintió el timbre de la puerta de calle, en forma insistente, sacando a la niña de su contemplación. Corrió hacia la entrada, pero Carmela se le adelantó para contestar por el citófono. La vi abrir la puerta para recibir de manos de un mensajero del “Palacio de los Juguetes”, una gran caja decorada con un vistoso papel brillante y un gran moño de cinta. Luego de dar la acostumbrada propina al muchacho, la nana depositó el paquete, entre los otros al pie del árbol navideño. Todo fue verlo y escuchar el nombre de su madre. La pequeña corrió en dirección al dormitorio haciendo pucheros, que se convirtieron en un callado llanto. Traté de seguirla, pero solamente pude llegar ante la puerta cerrada. Carmela no se pudo dar cuenta de ésto porque estaba afanada en preparar algo para la cena, que sería estrictamente familiar: Roberto, sus padres y la mamá de Celia.
            Desde mi lugar pude sentir el llanto que ya no era silencioso, sino desesperado y lastimero. De pronto escuché otra voz que quise reconocer y de inmediato la asocié con la de Celia, lo que me hizo poner alerta mis sentidos: -¡Hijita adorada! - ¡Mamita, mamita querida, por qué te fuiste! Cuando quería estar así, contigo, siempre contigo- la imaginé abrazada a la que ahora estaba cierto de reconocer su voz, sin duda, Celia había vuelto de su largo viaje.
            Seguí escuchando tratando de no perderme ni una sola palabra. –Mamita, no quiero que te vayas nunca más.- ¡Mi pequeñita! Si nunca me he ido, siempre estoy junto a ti; no solamente cuando estás acompañada o jugando en el colegio, sino también por las noches, y en todo momento. – Sí, pero eso no quiero- le contestó Marcelita. – Hijita, perdóname que no pueda ser así. Ahora conseguí que los ángeles me trajeran a ti y pudieras verme, para consolarte. Pero tendrás que acostumbrarte a tenerme a diario en tu pensamiento y me contarás cuánto te suceda, yo te estaré escuchando. Cuánto pienses llegará a mi, y no dudes que siempre me tendrás velando tu sueño.- ¡Mamita, por favor no te vayas!- Pequeña, por ahora debo irme, pero te diré que ese paquete que acaba de llegar, lo dejé encargado en la tienda cuando supe que esta Navidad no estaría contigo. – ¡Mamita, pero yo no quiero ese regalo, te quiero a ti!- Yo también mi pequeña, pero cada persona tiene un tiempo para vivir en el mundo en que tú estás, y el tiempo mío lamentablemente, se acabó. Por ello, serás una buena niña, obedecerás a tu papá, que es un buen padre, y él cuidará de ti hasta que seas grande. También Carmela, que ya es parte de la familia, mi madre y tus otros abuelos y también Fifí, te será una gran compañía hasta que su corta vida llegue a su fin.- ¿Por qué la gente tiene que morir?,  siguió insistiendo la niña- Pues, simplemente como te lo dije, cada uno de nosotros tiene su tiempo, pero eso no significa que nos olvidemos de los cariños que dejamos. - ¡Pero….!- Ya, mi pequeñita, no llores más. Dame un último abrazo porque debo partir. Entrégales caricias a todos y no les cuentes que yo estuve contigo, porque no te creerán. Confía que estaré siempre cerca de ti, en todo momento- Bueno mamita.- ¡Prométemelo! y seca esas lagrimas – Después de un momento la niña contestó - Bueno, te lo prometo- Ahora un beso, mi adorada pequeñita. -Se hizo un silencio prolongado que fue interrumpido por los cansados pasos de la nana Carmela. – ¡Ah!, ¿no te dejaron entrar? Bien porque andas sembrando pelos por todas partes. A la cocina Fifí, ahí tienes comida y agua. Seguro que Marcelita se quedó dormida. Ya debe estar por llegar don Roberto y las visitas.
            ¡Y aquí voy!, a gustar de esos manjares que me esperan en la cocina. Más tarde tendré la mejor noche de Navidad. Mi ama se acordó de mí y Marcelita ya no estará tan triste. ¡Seguro que sí!

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