Alberto Boco: sus respuestas y
poemas
Entrevista realizada por
Rolando Revagliatti
Alberto Boco nació el 5 de noviembre de 1949 en Buenos
Aires, ciudad en la que reside, en la República Argentina.
Poemas, reseñas y artículos suyos han sido difundidos en revistas literarias
impresas (por ejemplo, “Río Grande Review – A bilingual journal of Contemporary
Literature & Arts – Nº 36, otoño 2010 y “Nagari” Nº 1, de 2012, ambas de
Estados Unidos de América) y en varias virtuales de Argentina, Colombia, Brasil,
Rumania y USA. Obtuvo el Primer Premio (“Ciudad de Junín”, 2005) en el Primer
Concurso Nacional de Poesía “César Domingo Sioli” y menciones en otros. Fue
miembro del jurado del Certamen de Poesía “Leopoldo Marechal”, organizado por
el Museo Saavedra y la
Fundación Leopoldo Marechal, con motivo del centenario del
nacimiento de dicho escritor, en 2000. Coordinó junto a Alicia Grinbank,
Alfredo Palacio y Rolando Revagliatti, el Café Literario “Mirá Lo Que Quedó”,
en el Centro Cultural “Raíces”, de la ciudad de Buenos Aires, en 2007. Desde
1986 publicó los poemarios “Arcas o
pequeñas señales”, “Galería de ecos”, “Ausentes con aviso”, “Cartas
para Beb”, “Riachuelo”, “Malena”, “Estación de nosotros”
y “Visitas inoportunas”. Inéditos permanecen “Perro, de Goya”, “Noticias
del tiempo”, “Redes o ciudad en su siglo”, “Palomas en el cable
de la luz”, “Para un programa de disolución”, “Árbol de oro”,
“Paisaje fronterizo”, “Golpe de vista de Paraland”, “Opaca no
es la noche”, “Química orgánica”, “Cosas que andan sueltas”, “QO
II”, “Los perros cueteros (y otros abandonos)”, “Evanescentes, in
propios y pequeño” y “El desierto” (los dos últimos, en
preparación).
1 — Tu primer poemario acabo de leerlo por tercera vez, y el tercero,
de 1997, acabo de leerlo por cuarta vez. Ambos aparecieron a través de una
colección (“Todos bailan”) de un sello (Libros de Tierra Firme) cuyo
responsable ha sido un editor y poeta de extensa trayectoria: José Luis
Mangieri (1924-2008). Y de aquí salto a aquella noche en la que vos con Alicia
Grinbank y Alfredo Palacio, en uno de los seis encuentros que conformó “Mirá Lo
Que Quedó”, le realizaron una entrevista a Mangieri. ¿Quisieras referirnos cuál
es tu recuerdo de él y en qué aspectos principalmente lo valorás?
AB — Rolando, en
principio te agradezco, tamaño esfuerzo de lectura el tuyo. Espero no te hayan
resultado muy pesados esos dos textos. Efectivamente, ambos publicados por el
recordado José Luis. Lo conocí en 1984, a poco de emerger de su largo exilio
interior tras la sombra dictatorial que todos padecimos, en un encierro que no
le debe haber sido fácil a un tipo activo y andariego como él. Fue en casa de
viejos amigos. A partir de ahí, y desde que le llevé los originales de “Arcas
o pequeñas señales”, se fue consolidando un vínculo, en su casa de la calle
Mercedes, en largas charlas con mate o café, ginebra, empanadas, asados que
rápidamente inventaba con el fácil expediente de “Albertito, ¿te quedás?...,
ponemos un par de churrascos en la parrilla…” …, y yo…: “Dale, José Luis, cruzo
a comprar un vino…”. Valoro su condición abierta, su generosidad, el sentido
del humor, siempre irónico, su sencillez, su percepción para captar dónde había
un texto poético de calidad entre todo lo que pasaba por sus manos, su
irrenunciable militancia y su honestidad para sostener sus ideas (no sólo las
políticas), su sentido de la hombría… ; y entre lo más destacado, el apoyo que
brindó a la generación de poetas que emergieron después de la noche ‘76-‘83,
cuya publicación y difusión sostuvo con esfuerzo y convicción, la misma con la
que había lanzado su ya legendaria editorial “La Rosa Blindada”.
Tampoco hay que perder de vista que desde su militancia poética, política y
social irrenunciable, cuando Juan Gelman, ya en democracia, no podía volver a la Argentina por no sé qué
estúpida cuestión de formalidades legales paridas en tiempos de indigencia
(tenía que pagar una ridícula multa de miles de dólares para no ir preso, o
algo así, no recuerdo bien los detalles), él fue uno de los que movieron cielo
y tierra, junto con Horacio Verbitsky, para que una de las mayores voces de la
poesía argentina, pudiera ser dignamente
recibido en su país natal. Me pareció entender que algunos miembros del
oficialismo de aquel momento se hicieron los distraídos.
Supimos en 2008 que José Luis estaba enfermo y que había decidido
quedarse en su casa, acompañado por sus hijos. El primero de noviembre,
estábamos unos cuantos amigos comiendo un asado en casa de Leopoldo Castilla,
“el Teuco”, cuando Marcos Silber atendió el teléfono y se enteró que había
fallecido. Quedaban unos pedazos de carne en la parrilla, tibias por los
rescoldos que aguantaban… Preveíamos para la nochecita meter más fuego y mandar
carne para seguirla, pero la parca nos hizo cambiar los planes, fuimos al
velatorio de José Luis en la Biblioteca Nacional. Me veo parado esa tarde,
delante de la parrilla, cuchillo en mano y puteando, llorando al amigo, al
poeta, al editor, todos callados; así es la vida.
2 — No son tantos los autores que conforman un libro con un único
poema. Sos uno de ellos. Tales el édito “Riachuelo” (de 2008) y los
inéditos “Para un programa de disolución”, “Golpe de vista en
Paraland”, “Opaca no es la noche”, “Química orgánica” y “QOII”.
(Añado que de los cinco poemas que constituyen tu tercer libro, el que le da
título, ocupa ocho páginas.) ¿Cómo los elaborás? ¿Hay “desfallecimientos”, en
ocasiones, durante cada proceso? ¿Hay alguno que hayas previsto y que
desecharas o abandonaras por no
satisfacerte la ejecución?
AB — Es posible que sean pocos, en el ámbito
local, los que escriben poemas extensos, en todo caso yo no conozco, o a lo
sumo a un par. Conmigo creo que tiene que ver con un algo, como una tendencia,
que viene desde el principio. Mi primer poemario puede ser visto casi como un
poema extenso, un solo tema con diferentes momentos, articulado como un solo
poema. En ese caso fue planeado como un libro, con diferentes momentos y casi
un mismo lenguaje, pero no como un solo poema. Con “Ausentes con aviso”
ya aparece la visión de un solo poema extenso, que es el que da título al
libro. Ahí, como en los otros casos que mencionás, ya se trata de un solo poema
como proyecto.
En general, cuando aparece la visión que dispara un texto uno empieza a
escribir y en un momento sabe que el poema se está cerrando; y entonces hay que
abandonarlo, como he escuchado que dicen: los poemas no se terminan, se
abandonan. Pero en el caso de los extensos veo que empieza algo que pide pista
y siento que no se cierra; es ahí donde se impone una especie de trabajo para
organizarlo y que no se vaya de las manos. Desfallecimientos no hay, porque
mientras están en proceso de escritura me campea una especie de obsesión, una
curiosidad por lo que va apareciendo, por saber a dónde va; lo llevo a cuestas
al poema. Ahí aparecen puntos como de condensación, como remansos de una
corriente, que es por donde algo que parecía abandonado versos atrás, se
precipita y reaparece como más condensado, completándose, o resignificado, y lo
que parecía haber perdido su eje en una digresión, reaparece y restituye el
foco del poema, que sigue siendo el mismo pero está en otro lugar. En la
ejecución es como si supiera a donde voy pero sin saberlo del todo y el poema
va encontrando el camino pero dando vueltas, haciendo como que se va por las
ramas. El más extenso que he escrito es “Riachuelo”, que es una mirada
histórica y personal llevada de la mano por ese curso de agua espesa donde vi
flotando las botellas y los bidones en la capa de aceite, como dice al
principio del poema. Esa fue la imagen que lo disparó. Coincidió con un tiempo
en que viajaba a menudo a la ciudad de La Plata por trabajo, en el 2000; iba en tren, a la
mañana temprano, cruzaba por ese puente de hierro viejo, bastante más arriba de
la desembocadura, en invierno, con niebla, recién amaneciendo, un par de veces
vi unos chicos que andaban cirujeando, ya a esa hora.
Entre el sueño, el frío, la niebla, el sol que
apenas está asomando, la mirada se me hace muy distorsionada, muy subjetivizada
sobre los seres y las cosas, y uno ahí está como con la guardia baja y las
cosas te entran como más fácil, y más profundo, y esa creo que es la condición,
en mi caso, con la mirada medio atravesada, para que se disparen visiones que van
a parar a palabras y a veces a poemas, extensos o no.
Nunca deseché un poema extenso, en todo caso algunos los he retrabajado
más que otros. “Visitas inoportunas” también es de poemas
extensos; son sólo cuatro poemas, no tan largos como “Riachuelo” o los
otros que están inéditos, que ocupan un solo libro, pero sí son poemas de
varias páginas.
3 — El poeta Rubén Chihade (1941-2001) afirmó hace más de quince años
que vos detenés y perpetuás las imágenes. ¿Compartís esta afirmación? ¿Lo
harías extensivo a todos tus tratamientos, a todos tus “asuntos”?
AB — Mirá qué cosa, a pesar de que fuimos muy
amigos y nos veíamos mucho con Rubén en sus últimos años de vida, nunca tuvimos
oportunidad de discutir esa opinión. Me gustaría, ya que traés el tema,
recordarlo y decirte, y decirme, que me gustaría tenerlo a Rubén cerca; se fue
joven, nos dolió mucho su muerte a todos los que lo queríamos, que no éramos
pocos; era un tipazo, muy buen poeta, gran animador y organizador de ciclos de
poesía, encantador y siempre dispuesto a comunicar a los poetas entre sí.
No sé si detengo y perpetúo las imágenes, puede que en su visión de mis
textos él observara esa cualidad. En el proceso de la escritura, que, valga la
digresión, considero el más importante de todos, incluyendo la corrección o el
retrabajo, la lectura pública (hecha por el propio autor o por otros) y la
publicación, con presentación incluida y panegírico a cargo de los amigos, es
donde las imágenes aparecen y uno debe tratar de sujetarlas para que no pierdan
su potencia, porque las imágenes tienen esa energía en sí misma, esa potencia,
que tiende a dilapidar su fuerza y pueden llegar a desleírse en el texto; no se
jode con las imágenes, hay que respetarlas, casi amarlas y hacerlas fluir
escanciadas en el texto del poema para que su efecto sea preciso y no una
dilapidación verbal, o la temible caída en un lugar común (que es como una
imagen desbarrancada por un precipicio). Tal vez en ese sentido de querer
sujetarlas, para que doten de máximo sentido y expandan el texto, es lo que
Rubén captó y quiso expresar diciendo esto que plasmó en la contratapa del
libro. Ya no tendremos modo de saberlo. Desde fines de aquel trágico diciembre
de 2001, Rubén integra las vastas legiones de la nada.
4 — Tus últimos libros presentados han sido “Estación de nosotros”,
a través de la colección Pippa Passes del sello Buenos Aires Poetry, y “Visitas
inoportunas” por Editorial El Jardín de las Delicias. Contanos sobre esas visitas,
esa estación, ese nosotros.
AB — Sí, acompañado por los poetas y amigos Luis
Benítez y Alfredo Palacio, y al cuidado de Juan Arabia, otro querido y joven
amigo y poeta, como editor, se presentó “Estación de nosotros”, que fue
escrito durante 2010. Aunque salieron casi juntos, “Visitas inoportunas”,
publicado por la editorial dirigida por Luis Bacigalupo, fue escrito mucho
antes, entre 2000 y 2002. El azar, que rige cada instante de nuestra
existencia, hizo que su publicación uniera los ocho a diez años que separan a
esos libros.
“Visitas inoportunas”
es donde se condensa la impresión de la mirada puesta sobre obras de arte, cosa
que aparece suelta en varios trabajos míos. Como te decía, se trata de cuatro
poemas basados en una pintura y tres esculturas. De algún modo fue resultado de
los efectos que me produjo la lectura de “Autorretrato en un espejo convexo”,
de John Ashbery, sumado a mi admiración por todo lo que una observación
detenida sobre una obra de arte puede suscitar en la mirada, en mi caso
particular, disparando múltiples reflexiones, imágenes, sentires y
pensamientos. Son visitas y son inoportunas porque un visitante que mira una
obra hasta querer arrancarle sus manifestaciones más escondidas, aunque sean
producto de la imaginación del que mira, mínimamente es un sujeto poco
oportuno, casi como una especie de usurpador.
“Estación de nosotros”
es un poemario cuyo eje es el amor; no es un libro de amor; suelo decir que es
mi libro ‘sobre’ el amor y no ‘de’ amor, un diálogo entre lo tierno, lo hondo y
oscuro que tiene el amor y el entorno en que suele darse, la vida diaria con su
realidad, sus miserias y sus espantos, las imposibilidades, los recuerdos y las
brutalidades de la vida y de la historia, todo junto y mezclado en la puta
realidad, digamos.
5 — ¿Cómo “sobrellevás”, Alberto, mantener concluidos y sin
socializar trece poemarios? Sobrevuelo los títulos y elijo algunos de los que
me provocan curiosidad: “Para un programa de disolución”, “Opaca no
es la noche”, “QO II”, “Evanescentes, in propios y pequeño”.
¿Podrías tentar una semblanza de esas propuestas?
AB — En principio, no veo la escritura, la mía al
menos, como un desarrollo que haya que socializar. La escritura de poesía la vivo
como un ahondar en una experiencia vital y estética y a la vez como un proceso
de conocimiento, algo que no se puede dar de otro modo que no sea intentando
hacer poesía, y no estando seguro nunca de lograrlo. Por eso afirmaba antes que
el momento más importante para mí es el de la escritura. Todo lo demás es
suplementario; si se puede publicar, está bien; si el juicio estético de un
determinado jurado lo premia, está bien; si se publica y muchos lo leen, está
bien; si se presenta y uno disfruta tomando un vino con los amigos, también
está bien, pero insisto, lo más importante ya sucedió.
“Para un programa de disolución” es donde describo mi conciencia del azar; por ejemplo, mi abuelo
materno, que combatió en la primera guerra mundial 1914-1918, vio explotar
cañonazos y destrozar compañeros a pocos metros de sus ojos y a él no le tocó
morir; otra vez, enfermó de malaria (muy común en la guerra de las trincheras)
y lo internaron: su regimiento (o como se llamara) de más de tres mil
quinientos hombres, fue aniquilado pocos días después en una avanzada, sus
enemigos no tomaron ni un prisionero. Si hubiera muerto ahí, yo no existiría.
Eso aparece brevemente en ese libro, donde reforzar ese pensamiento del azar y
convertirlo en un sentir se parece bastante a un proyecto de disolución de
ciertas pretensiones del yo, esa cosa que hace que nos creamos que somos algo
cuando somos menos que una brizna en el viento del universo. Aclaro que no
tengo creencias religiosas, cosa que, sospecho, facilita estas aventuras del
pensar y del sentir en la trabajosa tarea de integrarlos.
Los otros libros tienen que ver con que la opacidad no es un fenómeno de
la oscuridad ni de la noche, tampoco del llamado espíritu o como prefieran
denominarlo, sino que es un existir que lo portamos a la luz del día, está
siempre presente, en todos los intersticios que podemos ver en cada instante de
la vida, en nosotros y en los otros, falta nomás agudizar la mirada para
percibirlo: la poesía puede aportar esos espacios de agudeza. La química
orgánica (hay un libro que se llama “Química Orgánica” y este otro, al
que vos te referís, “QOII”, cuyas iniciales responden a Química Orgánica
II, como si fuera que al primero le quedaba algo por expresar) es la que regula
este milagro de equilibrio inestable que es la vida, donde se despliega desde
lo más denso de nuestra materialidad, hasta lo más sutil, eso que nombramos con
las palabras alma o espíritu, “esa parte que no sale en las radiografías”, pero
que forma unidad indisoluble de todo lo que somos y se diluye en la nada cuando
nos llega el momento.
“Evanescentes, in propios y pequeño” es un libro en preparación sobre el que mucho no sé todavía, son todos
textos breves; los Evanescentes tal vez dan cuenta de lo que se escapa en
palabras por entre los dedos de la escritura; los Impropios aluden quizá a lo
que no nos pertenece (como si de verdad algo nos perteneciera); y lo Pequeño es
acaso la mirada de la poesía sobre lo ínfimo, lo que desechamos o no
percibimos, como convencidos de su irrelevancia, y sin embargo esas existencias
o entidades nos dan algún testimonio de la existencia nuestra, como si la
reafirmaran, y hablan de nosotros mucho más de lo que creemos.
6 — En algunas de tus respuestas denotás cuánto gravita en vos el
sentimiento de la amistad. Y como resulta que anoche terminé de volver a leer “Argentino
hasta la muerte” de César Fernández Moreno, arribo a la página que antecede
al índice: “Dedicatoria”; allí, antes de nombrar a los once varones (Francisco
Urondo, Miguel Brascó, Ramiro de Casasbellas…) a los que dedica cada uno de los
once poemas que conforman el poemario, señala: “Los amigos son distintas
versiones de uno mismo, piedras de toque de nuestro vivir, que en mi caso es
tal vez sólo escribir, ya que sólo en el escribir he podido tal vez conquistar
la plena libertad de mi vivir.” ¿Qué nos podrías agregar?
AB — En alguna etapa de la vida es probable que la amistad tenga más que ver
con esa suerte de apareamiento de los afectos con un otro, más por lo que se
nos parece que por lo que difiere de nosotros. Me parece razonable que así sea
cuando el humano, en los primeros años de su vida, busca reafirmar su
identidad, siempre frágil, ante la evidente superioridad, tanto de lo llamado real
como de lo imaginario. Después, es discutible si los amigos son o no son
otras versiones de uno mismo, o cuan bueno es que sea de ese modo. Tengo para
mí que si algo me enriquece es lo diferente y no lo semejante, y que si algo me
hace crecer como persona es lo que se me opone y no lo que me facilita las
cosas o me mantiene en zonas de comodidad. Ya que estamos con esto, recuerdo
una frase del Zaratustra de Nietzsche que dice que el hombre del conocimiento
tiene que aprender a amar al enemigo y a odiar al amigo. Si la experiencia
poética es, como sostengo, una forma azarosa e inefable de acceder a espacios
de conocimiento (y a lo mejor por puertas no convencionales), además de una
experiencia estética, de un lenguaje para dar testimonio, entonces esa frase se
comprende más fácilmente aunque no sea sencillo digerirla.
7 — ¿A qué cuestiones o
iniciativas a las que hayas estado abocado te provocaron decepción?
AB — No sabría decirte. He tenido una vida simple,
con sueños y pesadillas a mi escala, creo. Decía, siendo un chico, que me
gustaría ser físico nuclear o piloto de aviones, pero nunca me lo propuse
seriamente, tal vez por pereza o falta de determinación; cosas de chicos. Y por
otra parte parece que he aprendido a manejarme bastante bien las decepciones
como para dejarlas atrás en el tiempo sin sobredimensionarlas o llevarlas a
cuestas como las famosas heridas abiertas…; también he tenido la fortuna hasta
ahora de no padecer grandes desgracias personales, y esto debe ayudar bastante.
8 — Parece que Juan Ramón Jiménez opinó que Pablo Neruda era un gran
mal poeta. ¿Opinarías así de alguno?
AB — Creo que hay poetas y también hay escritores
que escriben versos. Los poetas verdaderos han sido, son y serán pocos. La
poesía es un algo muy hondo, una especie de juego grave y a la vez uno de los
más serios que existen, y que se debe realizar a conciencia sin saber nunca del
todo si sirven las herramientas que tenemos, o ni siquiera cuáles son, y cuál
es el resultado. Especialmente, la gran obra me atrevería a decir, el gran
trabajo, es el de la preparación del poeta, la construcción de sí mismo como
poeta. Esta seriedad no quiere decir solemnidad, ni que uno de los recursos de
la poesía no pueda ser el humor; hay humoristas que hacen un trabajo poético, y
son poetas. Tampoco quiere decir que no nos riamos de nosotros mismos, y de
nosotros mismos, también, en nuestros intentos con la poesía. Se trata de un
hacer para ser, que debe ser tomado con responsabilidad, como para que
cualquiera de los que escribimos algunos versos andemos por ahí llamándonos
poetas. Voy a hablar por mí y de mí: escribo versos desde hace casi cuarenta
años y si quienes los lean creen que lo soy, estaría bueno que, para sí mismos,
lo fundamenten, más allá del halago que pueda significar para mí ser llamado
poeta. Esta regla que me aplico, la uso como norma.
Respecto de lo que dijo Jiménez, pienso que Neruda era un coloso de la
imagen y la palabra, sin embargo tan disímil de Vallejo, o de Montale, o de su
tradicional rival Vicente Huidobro, por hablar de naves del mismo calado y para
hacer corta la lista; habría que ver con qué comparaba en su interior y hacia
afuera Juan Ramón Jiménez cuando emitió esa opinión. No obstante me parece un buen
juego de palabras, una especie ingeniosa de oxímoron.
9 — ¿Las poéticas de qué autores dirías
que han logrado “descolocarte”?
AB — La primera gran descolocación tuvo que ver
con mi descubrimiento del lenguaje poético y sin duda fue Rilke. Fue para mí
una suerte de dislocación del mundo…; algo de límites y alcances antes
insospechados. Felizmente, la capacidad de asombro y la mirada inocente sobre
el espacio poético (ojo, dije inocente, no ingenuo) sigue viva y me logro
asombrar siempre que aparece algo que me descoloca. No me engancho con la cosa
sentimental o el juego deliberadamente efectista; sí, lo hago, con esas
relaciones que permite el lenguaje que abren la mente a ver las cosas de otro
modo; ése es el gran trabajo poético, así se crea un mundo que amplía la mirada
sobre lo que nos rodea. Desde ese lugar nos sorprende Juan Gelman. Desde su
talento para estas cosas nos deslumbran Pound y su hijo Eliot, o Dylan Thomas,
y más aquí cerca, Juanele Ortiz o Francisco “Coco” Madariaga, o el ingenioso y
meticuloso Borges.
No pierdo de vista que hay una muy interesante movida poética entre los
jóvenes, con resultados sorprendentes y procedimientos absolutamente
innovadores de ver el mundo.
10 — Ante la eventualidad de que te impongan la multi reencarnación
en un científico, en dos deportistas, en tres árboles, en cuatro aves, en cinco
directores cinematográficos: ¿a quiénes elegirías?
AB — No creo en la reencarnación pero vamos a
jugar un poco. No tomaría ninguna de esas opciones, elegiría el innumerable
aire (con ese adjetivo que usó un poeta griego para denominar la brillantez
de mar picado en un mediodía de sol; dijo “la innumerable risa del mar”).
Hace unos días, leyendo una novela que me prestó un amigo y que me tiene
atrapado (“El reino de los réprobos”, de Anthony Burgess), un personaje,
de los múltiples que pueblan la obra, piensa: “acaso las palabras no fueran
sino formas del aire”. Otro ejemplo de mirada poética de un escritor que
escribe novelas y que bien puede ser un poeta. Sí, elegiría el aire, sin duda,
por ser metáfora de la libertad, y por esa probabilidad que nos abre la frase.
11 — ¿Creés que fue modificándose en las últimas
décadas la relación de la poesía con el mercado editorial del
libro? ¿Y el panorama de la creación y difusión
de la poesía en la actualidad?
AB — Sí, absolutamente. No sólo por la
irrupción de la web, los blogs, las redes sociales y todo lo basado en la
tecnología, con su sueño de instantaneidad y omnipresencia. Casualmente, hace
una semana, escuché a una poeta decir que una potencial alumna de sus talleres
no podía enviarle poemas, de los más recientes, porque le habían robado el
celular: la chica escribía sus poemas y los tenía guardados en la memoria del
celular.
En otro orden, Amazon poniendo en
jaque a la industria editorial, es una incógnita en el sentido de no saber a
dónde va a parar la producción y comercialización de libros. Igual creo que es
un tema que no desvela a los poetas, aunque sí, creo, no debe ser visto con
liviandad. No obstante, escritores y poetas van a seguir habiendo. En el ámbito
local, las editoriales independientes, pequeñas, muchas de ellas muy buenas,
van ampliando el panorama para la publicación de poesía.
12 — ¿Qué te saca de quicio? ¿Te
tocó, en alguna etapa de tu vida, sentirte “un bicho raro”, o sospechar que los
demás pudieran estar percibiéndote de ese modo?
AB — Me saca de quicio la injusticia,
una “cualidad” ampliamente distribuida, socializada, en este pedazo de tierra y
agua, con aire respirable, que llamamos planeta. Han habido (hay y habrá)
muchos momentos en mi vida en que, por alguna causa, no siempre del todo clara,
o absolutamente oscura, me he sentido descolocado del mundo, como mirando los
seres y las cosas desde atrás de un cristal y aislado en un universo propio y
ajeno a todo. Pero he aprendido bastante a convivir con estas zonas opacas de
uno mismo, donde pasan cosas que uno nunca sabe porqué ni para qué ocurren pero
están allí, salen de allí, suceden, son parte nuestra y, eso sí, son nuestro
compromiso. No nos hagamos los pelotudos de decir “ay, no sé..., es que me puse
medio loquito y no sabía qué hacía o qué me pasaba”: …esa historieta de
irresponsables, no.
13 — ¿Dirías que sos intuitivo o
que a veces actuás a base de corazonadas? Y además encomillo un par de frases
de una novela de Haruki Murakami: “No era un dolor intenso”: ¿es prosa? “Era
tan sólo el recuerdo de un dolor intenso”: ¿es poesía?
AB — A esta altura de mi vida no sé
bien lo que soy, me resisto a ese verbo que te congela en un modo fijo “de
ser”, prefiero el verbo hacer, y ser lo que hago mientras el tiempo me dé.
Procuro alguna forma de equilibrio entre esas dos supuestas oposiciones: lo
intuitivo y lo racional. ¿Y si lo intuitivo fuera una racionalidad no
racionalizada todavía porque nadie lo pensó de ese modo? Me gusta a veces
hacerme estas preguntas aunque puedan parecer absurdas. Recuerdo en algún
poema, escrito hace mucho tiempo, haber puesto algo así como que “el azar es,
acaso, una certeza desconocida”. Y las palabras, la palabra… con su feroz y
hermosa cualidad: poder decir cualquier cosa; debemos tener un enorme cuidado
con la palabra y las palabras.
Hay un algo de poesía flotando en lo
de Murakami. Hay novelistas que son poetas (lo quieran o no). Si no mirá cómo
Thomas Pynchon comienza su famoso libro “El arco iris de gravedad”:
“Llega un grito a través del cielo. Ya ha ocurrido otras veces, pero ahora
no hay nada con qué compararlo.”
*
Alberto Boco selecciona poemas
de su autoría para acompañar esta entrevista:
Árbol de oro
Es fácil ver metal
en la copa
brillo de oro con el sol inclinado
primero la mirada con el sol de través
y no hay otra cosa más que simple fresno
una mañana tibia de mayo por la calle del
triunvirato
entre el asfalto y las paredes los vidrios
devuelven la escena que pasa
y detrás la mirada rumbo a lo que viene
a cada metro en un día que crece
la calle del triunvirato
donde un árbol que no es de oro
no es más que la mirada
la carga de nuestra ilusión
en un punto de lo azaroso
como ha sido siempre
cuando miramos
detenidamente
algo
(del
libro inédito “Árbol de oro” – Escrito durante 2005 – 2006)
*
ciudad en su siglo
mirado de cierto
modo
cualquier alejandría que se hunde
tiene agonistas y mercaderes
verseadores putas y cronistas del tiempo
cabalgan en el azar
pasiones breves e incestos de época
bares pobres y nurseries por si las moscas
levantan artefactos y cosas
para después del
derrumbe
(del libro inédito
“Redes” – Escrito durante 2002 – 2003)
*
Los
perros cueteros
“Mientras buscaba la estrella vespertina en una fría
ventana
y silbaba cuando Arturo
derramaba su luz,
oí reñir a los lobos, y dije: Entonces esto
es el hombre”
Allen Tate
festejos tradicionales y ellos aparecen
un despertar cuando medra la noche y las
explosiones comienzan
andar solos por ahí hasta el ritual de lo que
se pudre
y disimular en el ruido y el olor de la pólvora
barata
efectos de la temporada…
sucios de arenas el gesto distraído
pelo encrespado como en un enojo
se van amontonando en el andar cansino hasta
que lo avivan
donde se junta la presa casi nadie mira
tal vez algún chico que adivina y alguna mirada
otra porque intuye
gesto veloz de repente contra el estampido
fuego en la boca y otra vez hacia allá
lejos
qué canta en el fuego y el humo en el chasquido
como rama reseca que se quiebra cada vez
qué canta en la sangre y en la carrera de
súbito despierta
y vos que los mirás como se mira el amor
esa química orgánica con ropa de ternura
mirar que no se nubla en el farolero simular de
la época
quién sabe qué piensa —decís
detenido ahora en el alto de la mañana
como sombra contra el moverse del mar
ahí las nubes coloreando como si vos y yo no
supiéramos
que nada de todo eso es intención mientras
ellos están ahí
con esa cosa que raspa como espera debajo de la
sangre
cada estallido que apure la caída
del que no mira duerme y se divierte mientras
ellos con la traza del viejo mapa y el ojo que
parece apagado
pero detrás de la mirada esa sombra
que apenas campea sabe y espera
desde lejos y a su modo
sabe y espera
siempre
desde bien allá
Para Pugnax (*)
(*) Nombre de un perro que
integra la tripulación de un dirigible en la novela Contraluz, de Thomas Pynchon.
(del libro inédito “Perros cueteros y otros abandonos” – Escrito durante
2011)
*
Palomas
en el cable de la luz
Caminamos junto al paredón del gran cementerio
del oeste
sin martingalas
con el viejo trance.
Hay palomas en el cable de la luz.
Peripatéticos de hoy
nada parece falso ni
verdadero al sonido de los celulares
el contacto con la
palabra todavía produce algunas imágenes
y han evolucionado
mucho los medios de transporte.
Los niños geniales gozaron su olimpo y su
fidias,
los altos de lycavitto y el
parnaso ahí nomás
ideas de altura al
alcance de la mano. Los césares en Roma
obtuvieron sus mil años de humedad cristiana en
los huesos...
Las palomas volaron.
Hay cicatrices de caca todavía en las veredas.
Señales en el gran cementerio del oeste.
(del libro inédito
“Palomas en el cable de la luz” – escrito durante 2003 -2004)
*
Puente Saavedra
Llega un grito a través del cielo. Ya ha
ocurrido otras veces,
pero
ahora no hay nada con que compararlo.
Thomas Pynchon
conjurados
con algún bulto que arrastrar
en la zona gris de los apeaderos y
los transportes
la opacidad se respira en grandes y
pequeños tráficos al paso
se bebe y se come con la niebla de
la desconfianza
los gestos no necesitan de nada más
desde un lado del canal Pirata
Prentice(*) cultiva bananas
y espera la parte que le toca en la
ruleta rusa del mundo
algo después dos paredes alambradas
y una tierra de nadie
ni la grandeza ni la
grandilocuencia de la
Gran Muralla
en la
escena un borracho y un predicador
alguna
prostituta un policía y una nena
puede haber un río una cordillera y
gente de armas
entre las placas del transformador
late una diferencia de potencial
como en todo pasaje también una
forma de la teatralidad
presentida en el aire la descarga
eléctrica dibuja una fotografía
es previsible por otra parte una
solución así
una épica de los bordes
tecnología y redes en el gran
carrusel
menos y más explícito que un circo
romano
camino al “22” con menos y más peligro por
la línea divisoria
vamos y venimos atentos al efecto
doppler
cambia el sonido de lo que se aleja
lo que se acerca.
(*) Uno de los personajes de la
novela “El arco iris de gravedad”, de
Thomas Pynchon
(del
libro inédito “Paisaje fronterizo” – Escrito durante 2007 – 2008)
*
Tardecitas
te digo que hay cosas que la mirada no sabe
las devela te digo como si las llamara de reojo
por un sendero del parque lo descubro
picotea el pasto el pájaro carpintero y también
ahí
en otra parte deshecha contra la pala
excavadora
un revoltijo de pluma gris y rojo la paloma
dirían algunos que los dioses la han dejado
sombra sin memoria en el orco dirían pero
yo que trabajé con celo la carne para no caer
en la clausura de allá y elegí lo abierto de
aquí
esta cerrazón cerca de las cosas como para
volar bajo
apenas veo la piel de la belleza en este
reflujo de todo
como cuando tus ojos en vos capturan el matiz
el cuerpo fugaz en los trazos y de golpe
pareciera
que toda la pena del mundo le caben
como cuando ves pequeñas tragedias y no se te
nota
entonces yo que soy un confidente que no sabe
traicionar
te miro hecho un animalito furtivo para llegar
en vano
al tacto de lo que ya ni te pertenece de tan
tuyo
no llegar nunca —esto es lo digno—
a lo inapresable de
vos y lo desconocido de mí.
(del libro “Estación de
nosotros” – Editorial Buenos Aires Poetry – Buenos Aires – 2014)
*
Entrevista
realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, Alberto Boco y Rolando Revagliatti.
*
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