ALMAS
DICOTÓMICAS
El dirigente
supremo, aclamado por unas
pintorescas masas, estaba enardecido;
agitaba los brazos entre
un cielo hipnotizado de un azul
refulgente salpicado por bucles de nubes y un arreado
público, abigarrado cual rebaño sometido en un camión de carga; era
una transmisión obligada entre las televisoras y radios locales, una orden de arriba abajo que debía
cumplirse a pie juntillas. En el
éxtasis, enjuagándose los ojos,
reiterò su proclama
por la paz y
el diálogo, sin
exclusiones ni diatribas.
- Como hermanos, siempre! No
me teman… No muerdo a
nadie… soy un apasionado de la
paz y el diálogo…
- Pacifista
convencido. Escucho críticas… aunque duelan… - siguió el
inspirado profeta pret
a portè.
-
Me voy a
reunir con todos;
primero con aquellos
que han solicitado las reuniones… que
quieren realmente conversar de
veras… - Eso sì..! reitero lo dicho:
A trabajar por
la causa! Paz!
Paz! Paz! – repetía una y otra
vez poseído por el espíritu de una
concordia inaudita. - Bienvenidos aquellos
que quieran trabajar!
Sonaba una
algarabía entre el público.
Petrificado cual estatua que desafìa el tiempo seguìa el
líder ensimismado con su ego
interno, ajeno estaban los presentes,
era su diatriba con la consciencia
fastidiosa, soterrada, justo detrás
de la camisa de seda importada y el chaleco antibalas de ùltima moda.
Súbito, como un
relámpago caìdo en el apogeo locuaz de una tormenta… el rostro del
político convertido en
predicador cambiò; cerrò los
puños, un rictus se esbozò en la
cara. El hombre era
otro, se había transfigurado; le
habían cambiado o modificado
algùn chip escondido de su
tupido manto cerebral.
- Aquellos que usen
su poder para
sabotear se enfrentarán
a mi… No tengo
miedo a nada
ni a nadie,
proseguía en su hemorragia
verbal. - La
oposición no está para
sabotear al pueblo!
- Para eso estoy yo…,
perdón, la
Constitución y la
Justicia.
- Hay una
sentencia absoluta del destino! – añadió elevando el
sudoroso rostro al infinito de un universo como poseído de una justicia propia a èl pero renuente
a la inmensa masa que le acompañaba;
fijaba sus cuencas
orbitarias en el
infinito de un
horizonte.
Unos
aplaudìan a rabiar.
Otros permanecían en un
silencio dado por la fatiga o el tedio de aguantar por horas un sol inclemente,
distraídos con sus pensamientos o
dormitando con los ojos semicerrados, lo
suficientemente distantes a
una concentración forzada; pero,
había que aparentar apego a la causa so pena de perder los beneficios de
una exigua existencia.
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