domingo, 22 de enero de 2017

Francisco Ramírez de Arellano/Enero de 2017



La dimensión social de la discapacidad



Un niño, al que le falta una pierna, juega al futbol en el equipo de su barrio. Corre a una velocidad increíble con sus muletas. Se ha especializado en los remates bajos de cabeza. Su sentido de la oportunidad y sus goles son celebrados por todo el equipo y por la grada en la que nunca faltan sus padres.
Una niña encantadora y un poco tímida del mismo barrio, con un leve déficit cognitivo, se ha vuelto taciturna y casi nunca juega con sus amigos. Sus padres están preocupados. A pesar de que le hacía ilusión ir al instituto, desde que ingresó en él está muy cambiada. Incomprensiblemente, se ha convertido en objeto de bullying.
La OMS dice que la discapacidad es un término general que abarca las deficiencias, las limitaciones de la actividad y las restricciones de la participación.... Es un fenómeno complejo que refleja una interacción entre las características del organismo humano y las características de la sociedad en la que vive. La mejor forma de visualizar esa tensión entre un individuo con discapacidad y la sociedad es en los casos concretos como los mencionados, pero también podemos empezar a reconocerla identificando nuestra capacidades y nuestras limitaciones personales, comprobando si son aceptadas, o no, por las personas de nuestro entorno y por nosotros mismos.
La ONU habla de 1000 millones de personas con discapacidad, una de cada siete personas, el 15% de la humanidad. Habla de su vinculación con la pobreza (80%), con la dificultad de acceso a la salud y a otros servicios públicos, y describe la discapacidad como un fenómeno que depende de la sociedad y no solo del cuerpo de las personas.
Desde la perspectiva de los derechos humanos, las personas están discapacitadas por la sociedad y no solo por sus cuerpos. Una forma de comprender esta tensión entre un individuo con discapacidad y la sociedad es viéndola en casos concretos como los mencionados, otra consiste en comenzar por reconocer nuestras capacidades y nuestras limitaciones personales, y comprobar cómo son aceptadas, o no, por las personas de nuestro entorno y por nosotros mismos.
La autoayuda se ha especializado en restaurar el narcisismo deteriorado en vez de revisar valores y objetivos.
¿Qué nos indica todo esto? Pues que los conceptos de normalidad, integración o capacidad son relativos y varían de unas sociedades a otras. Una forma de ponerlos a prueba es saliendo de nuestra zona de confort. Basta con que nos relacionemos con personas que viven de una forma diferente o que nos veamos obligados a convivir durante un tiempo en un barrio, una aldea o un país con una cultura distinta, para comprobar que ya no somos las personas integradas que éramos en nuestro lugar de origen. Tendremos que esforzarnos por aprender nuevos valores, nuevas normas, nuevas rutinas, prejuicios y tabúes que dificultan o facilitan la integración.
La discapacidad siempre tiene una cara individual y otra social.
Desde el punto de vista individual, una discapacidad física, cognitiva o sensorial puede dar lugar a un camino de superación que nos haga mejores y más fuertes (el mundo del deporte y de la ciencia están llenos de ejemplos) o a una vida de dependencia psicológica que culpe a los demás de cómo nos sentimos. Todos hemos experimentado lo que significa disfrutar de un logro, producto de nuestro esfuerzo, y lo que significa atribuir la culpa de nuestros déficits a otro o al mundo. Subjetivamente, lo que importa es el grado de autonomía y de crecimiento que cada uno experimenta como fruto de su esfuerzo. Esa es la base de la autoestima adulta, y no algunas de las tonterías que se pueden leer en los libros de autoayuda como "hay una diosa en ti" o "eres el mejor".
¿Qué quieren decir esas frases? ¿Que si no eres una diosa o el mejor no eres nada? ¿Que cuando salgan esa diosa o ese "mejor" todo se arreglará? La autoayuda se ha especializado en restaurar el narcisismo deteriorado en vez de revisar valores y objetivos. Pero sin necesidad de ser "lo mas", hay un magnetismo reconocible en las personas que luchan por construir su propio camino partiendo de una condiciones siempre limitadas.
Desde el punto de vista social, aspirar a una sociedad en la que quepamos todos con nuestras capacidades y limitaciones se convierte inevitablemente en una lucha política. Concebir la vida como una carrera de obstáculos con un ranking de ganadores y perdedores o como una lucha por la supervivencia entre fuertes y débiles puede evocar imágenes deportivas o de documentales de la 2, pero cae de lleno en la versión más simplista y despiadada del capitalismo. Responde a un modelo de sociedad fascinada por la competitividad como única vía para alcanzar el éxito y la integración.

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